Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
El evangelio del domingo anterior
nos presentaba a Jesús indicando que el mandamiento que está por encima de
todos los demás y que sustenta toda la ley y los profetas es el mandamiento del
amor y afirmaba también que amar a Dios y amar al prójimo debe ser el
distintivo de quien quiera seguirlo y ser su discípulo.
La liturgia de la Palabra de este
domingo nos presenta, de modo concreto, cómo se debe vivir este mandamiento del
amor.
Tanto la primera lectura del Libro
de los Reyes como el evangelio de San Marcos presentan a dos mujeres viudas y
pobres. El recordado papa Benedicto XVI,
explicando este pasaje indicaba que «La condición de viuda, en la antigüedad,
constituía de por sí una condición de grave necesidad. Por ello, en la Biblia, las viudas y los
huérfanos son personas que Dios cuida de forma especial: han perdido el apoyo terreno, pero Dios sigue
siendo su Esposo, su Padre»
(11.11.2013).
Estas dos mujeres viudas manifiestan
su amor a este Dios que no las abandona cuando, ante la pérdida de seguridades
humanas, ponen su vida y su confianza únicamente en el Señor.
La viuda de la primera lectura,
ante el pedido del profeta y confiando absolutamente en Dios y en su promesa de
que no le faltaría nada para comer y subsistir, entrega a Elías lo poco que le
quedaba para ella y para su hijo y a cambio Dios le concede el milagro de no
quedarse sin alimento durante toda la sequía.
Asimismo la viuda del evangelio
es también presentada como una mujer que ha puesto su vida y su confianza
únicamente en Dios. Las pocas monedas
que da como limosna en el templo, es todo lo que tenía para vivir, pero sabe
que Dios es su riqueza y que por tanto nada le podrá faltar, su ofrenda es un
gesto enorme de amor y confianza en Dios.
Nos decía también el papa
Benedicto XVI «en efecto, nuestras viudas de hoy demuestran su fe realizando
un gesto de caridad: una hacia el
profeta y la otra dando una limosna. De
este modo demuestran la unidad inseparable entre fe y caridad, así como entre
el amor a Dios y el amor al prójimo "como nos recordaba el Evangelio el domingo
pasado"» (11.11.2013).
En contraposición con la
confianza absoluta que estas mujeres tienen en Dios, el evangelio de Marcos
presenta a los escribas, los cuales son descritos por Jesús como hombres que
confían en sus bienes, en sus ropajes, en su posición, en las reverencias que
les hacen los demás. Ellos han dejado de
confiar en Dios y han dejado de amarlo, de manera soberbia, han puesto su vida,
su seguridad y su confianza en ellos mismos, en su imagen y en sus posesiones.
Este domingo, la palabra
proclamada nos está mostrando, con total claridad, lo que significa el
mandamiento del amor. Como nos enseñan
con sus vidas las viudas de las lecturas que se han proclamado, amar significa
confiar únicamente en Dios, amarlo sabiendo que la vida depende de ello y poner
la totalidad de la vida en sus manos, sabiendo que de Él lo recibimos todo y
nada nos falta y por tanto podemos compartir con el hermano nuestra vida,
nuestros bienes y el amor con el que Dios hace plena nuestra existencia.
Por eso en el momento en que,
como los fariseos y los escribas, comenzamos a confiar en nosotros mismos,
poniendo nuestra vida y nuestros intereses en el lugar que sólo le corresponde
a Dios, perdemos el rumbo de lo que significa ser discípulo y empezamos a
preocuparnos tanto por nosotros mismos que nos olvidamos de Dios y de los hermanos.
El papa Francisco nos lo recuerda
con muchísima claridad: «Ante todo, tener cuidado con los
hipócritas, es decir estar atentos a no basar la vida en el culto de la
apariencia, de la exterioridad, en el cuidado exagerado de la propia imagen. Y,
sobre todo, estar atentos a no doblegar la fe a nuestros intereses. Esos
escribas cubrían, con el nombre de Dios, su propia vanagloria y, aún peor,
usaban la religión para atender sus negocios, abusando de su autoridad y
explotando a los pobres» (07.11.2021).
Por tanto, pidamos al Señor la
virtud de la humildad, para vivir el mandamiento del amor como las viudas que
nos presentan la liturgia de este domingo, es decir, dándole el lugar que le
corresponde a Dios, poniendo toda nuestra vida en sus manos y confiando que Él
nos dará siempre lo necesario, incluso para compartir con el hermano.