Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José
La "Solemnidad de todos los Santos" nos recuerda que la santidad no está reservada para unas pocas "almas selectas", sino que es el llamado que se nos hace a todos. Es la vocación a la que hemos sido llamados: "Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre".
A
menudo, cuando pensamos en los santos, los imaginamos como figuras lejanas,
casi etéreas e inalcanzables, dotadas de una capacidad que parece fuera de
nuestro alcance. Pero, la verdad es que los santos fueron personas que, en su
tiempo y contexto, decidieron vivir el Evangelio de manera radical.
"La santidad es el rostro más bello de la
Iglesia" y
la manifestación más pura de la identidad cristiana. En efecto, los santos, a
través de sus vidas, reflejan la verdadera esencia de la fe cristiana en su
simplicidad y profundidad. No se trata de gestos extraordinarios, sino de una
vida cotidiana vivida con fidelidad a Dios y servicio al prójimo, en humildad y
generosidad. Así, la santidad revela lo mejor de la humanidad y, al mismo
tiempo, el rostro vivo y transformador del Evangelio.
Sabemos
que la santidad no es un don en extinción, sino un llamado vigente y presente
en la vida de cada cristiano. Esto significa que, en cualquier momento y
circunstancia, la posibilidad de vivir una vida santa está disponible para
todos, sin importar la época o el entorno en el que se encuentre cada uno.
El
Papa Francisco, precisamente, nos habla de los "santos de la puerta de al
lado",
refiriéndose a esas personas comunes y corrientes que viven su fe de manera
silenciosa y ejemplar en la vida cotidiana. Son aquellos que, sin hacerse
notar, dedican su vida al servicio de los demás, practican la caridad, la
compasión y el amor cristiano en sus familias, trabajos y comunidades. No son
necesariamente conocidos ni reconocidos por la Iglesia como santos oficiales,
pero su testimonio de vida refleja la luz de Cristo.
Hoy
estamos llamados a reflejar el Evangelio en nuestras interacciones diarias: ser
generosos en el trabajo, tener paciencia con la familia, ser solidarios con los
más necesitados. Cada acto cuenta. No se necesita un escenario perfecto para
ser santo. De hecho, los santos han surgido en medio de dificultades.
Llevar una vida santa hoy puede significar ser
testigo de esperanza y fe en medio de la incertidumbre, del caos, del
sufrimiento. En una época donde el egoísmo y la indiferencia parecen
prevalecer, ser santo implica comprometerse con la verdad y con la justicia,
aunque esto signifique ir contra la corriente.
Todos
conocemos a personas que, sin buscar reconocimiento, están haciendo una
diferencia. El profesor que dedica horas extra para ayudar a sus estudiantes,
el médico que cuida con ternura a sus pacientes, la madre que se sacrifica por
el bienestar de su familia, el voluntario que trabaja por los más vulnerables...
No están buscando la gloria personal, pero su vida, entregada con amor, es una
manifestación de la santidad. Y todo desde el silencio de intimidad con el
Señor.
No
siempre son necesarios grandes gestos o actos heroicos visibles. Muchas veces,
es en la entrega discreta y constante, donde la santidad florece. Ser santo hoy
no es un imposible, sino una llamada a dejar que Dios actúe en nuestras vidas y
nos transforme.
Mientras expresamos nuestro agradecimiento a Dios Todopoderoso por el testimonio inspirador de los santos y su constante intercesión en nuestras vidas, le pedimos humildemente que nos brinde la sabiduría y la fortaleza necesarias para alcanzar el ideal de santidad.