Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
Este domingo XXX del tiempo
ordinario la Palabra de Dios nos presenta unos textos bellísimos llenos de
promesas de salvación realizadas por el Señor y que nos impulsan a vivir con
esperanza en el seguimiento de Cristo, a pesar de las dificultades que podamos
experimentar en el camino.
La primera lectura nos presenta
una promesa, colmada de consuelo, que YHWH hace por medio del profeta Jeremías. El Señor promete, al pueblo en el exilio, que
Él salvará no sólo al resto fiel de Israel sino también a miembros de otros pueblos
provenientes desde los confines del mundo.
En medio del sufrimiento, la
enfermedad y el llanto, quienes emprendan este nuevo éxodo hacia la tierra prometida,
obtendrán el consuelo de Dios que se presenta como un padre lleno de
misericordia.
Por esta razón, el salmo 125,
haciendo memoria de las acciones de Dios a través de la historia, nos ha
recordado que El Señor ha hecho grandes
cosas por nosotros. Y lo más grande
que Él ha hecho por la humanidad es enviar a su Hijo Único para que nos diera,
como don de su misericordia, el regalo de la salvación.
Esta es una misión encomendada a
Cristo, por el Padre, quien le otorga la tarea de ser Sumo y Eterno Sacerdote, como lo ha recordado la carta a los
hebreos en la segunda lectura. El Mesías
asume la naturaleza humana, igual a nosotros en todo menos en el pecado, por
eso conoce a la perfección nuestros sufrimientos y, compadecido, se ofrece a sí
mismo en el altar de la cruz para darnos la salvación.
El camino del Mesías, por tanto,
pasa por la cruz, por el sufrimiento y por la muerte, pero tiene como meta la
resurrección y la gloria eterna. Y este
camino será también el de todos los que decidan seguir a Cristo.
Esto, no fue comprendido por los
apóstoles, como lo meditábamos los domingos anteriores, pero sí fue percibido
perfectamente por el ciego Bartimeo.
Aquel que no podía ver, supo, en el momento que Jesús pasaba a su lado,
que quien estaba caminando cerca de él, era el Mesías, el hijo de David, quien cumplía todas las promesas de los profetas
y que podía cambiar su sufrimiento en gozo.
En su ceguera pudo ver más que los apóstoles y que la multitud, porque
reconociendo a Jesús como Mesías, y una vez que recibe el milagro y recobra la
vista, se convierte en discípulo y sigue al Maestro en su camino hacia
Jerusalén, donde el Mesías culminará su misión.
Al respecto el recordado papa
Benedicto XVI nos enseñaba: «En
el encuentro con Cristo, realizado con fe, Bartimeo recupera la luz que había
perdido, y con ella la plenitud de la propia dignidad: se pone de pie y retoma
el camino, que desde aquel momento tiene un guía, Jesús, y una ruta, la misma
que Jesús recorre. El evangelista no nos dice nada más de Bartimeo, pero en él
nos muestra quién es el discípulo: aquel que, con la luz de la fe, sigue a
Jesús "por el camino"» (28.10.2012).
Por tanto, la palabra de este
domingo nos recuerda cuál debe ser el camino que como discípulos de Cristo debemos
recorrer:
·
Primero,
reconocer a Jesús como el Mesías Salvador, quien se compadece de nosotros y nos
consuela en medio de nuestros sufrimientos y distintas experiencias de cruz.
·
Segundo, que al
hacer experiencia de su misericordia y de su compasión nos pongamos en camino y
lo sigamos, para que convertidos en discípulos, unamos nuestra vida a la de
Cristo, y pasando junto a él por la cruz, también nosotros participemos de su
resurrección.
·
Finalmente, que
este camino discipular, que llena de esperanza y de ánimo el corazón, aun en
medio de las situaciones dolorosas de la vida presente, nos haga testigos de
las obras grandes que Dios hace por
nosotros, y así animemos a quienes no encuentran razón a sus propias
situaciones de dolor.
En la Oración Colecta hemos
pedido al Señor que aumente en nosotros la fe, la esperanza y la caridad,
virtudes esenciales en cada discípulo y que la Gracia Santificante, de manera
admirable nos da por medio de los sacramentos.
Que esta Gracia nos dé la fuerza para ser discípulos, que no sólo
sigamos a Cristo, sino que con nuestro testimonio, también confortemos a muchos
hermanos en medio de sus sufrimientos y los animemos para que ellos también se
vean animados a seguir a Cristo y sean transformados, por la gracia de Dios, en
discípulos de Jesús.