Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
La palabra de Dios de este domingo
nos lleva a reflexionar sobre la dignidad con la cual el Señor hacedor de todo ha formado al ser
humano, desde el primer momento de su creación.
El libro del génesis, narra, con
elementos y figuras muy expresivos - no necesariamente históricas - el modo cómo
Dios creó al ser humano. Específicamente
el relato proclamado este domingo, nos muestra la narración de la creación de
la mujer, en la cual se evidencia que cada persona humana ha sido creada por
Dios con igualdad de dignidad, es decir la mujer ha sido creada por Dios con la
misma dignidad que el varón, sin que ninguno de los dos tenga un rango de
superioridad.
Lo primero que indica este relato
es que la mujer es formada de la costilla del varón, es decir de un hueso
tomado del tórax y que cubre y protege el corazón y otros órganos vitales, es
decir la mujer es tomada del lugar donde residen los sentimientos y la vida,
este signo manifiesta que Dios la pone al mismo nivel que el varón.
Lo segundo que manifiesta este
texto bíblico son las palabras dichas por Adán al ver a la mujer: esta sí que es hueso de mis huesos y carne
de mi carne. La mujer es vista por
el varón como igual a él y la única, entre todas las creaturas que podrá asumir,
junto a él, la misión de cuidar la creación que Dios había puesto en sus manos.
Y tercero, el nombre que se le
impone es mujer en hebreo ishá que es
el correspondiente femenino de varón que en hebreo es ish. El nombre muestra la
igualdad en dignidad, capacidad y filiación divina, pero muestra también la
diferenciación biológico-sexual que manifiesta complementariedad y nunca predominio
de uno o de otra.
Estos tres elementos indican que
Dios ha creado a cada persona humana con la misma dignidad y es en el respeto
de esta dignidad, que también llama al varón y a la mujer a unirse para formar una sola carne, es decir una unión
conyugal vivida en amor, respeto y ayuda mutua, que será signo del amor del
Dios creador por la humidad.
Esta unión conyugal, pensada y
creada por Dios desde el principio es
lo que Cristo ha elevado al grado de sacramento cuando en su respuesta a los
fariseos, en el evangelio de este domingo, deja claro que en Dios nunca estuvo
la idea del divorcio y que lo permitido por Moisés fue una concesión al pueblo debido
a su incapacidad de respetar la ley de Dios.
Jesús afirma y manda que lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre,
enseñando así que esa unión del varón y la mujer que forman una sola carne y
que viven el amor, el respeto y la ayuda mutua, es signo en el mundo del amor
de Dios que es eterno y perfecto y por tanto esa unión es indisoluble.
Es indispensable afirmar con
vehemencia, que esa unión conyugal del varón y la mujer, elevada por Cristo a
sacramento, debe vivirse como tal en medio del mundo, es decir siendo signo del
amor de Dios, viviendo el respeto muto de la dignidad con la cual se ha creado
al varón y a la mujer. Esto, ciertamente
no siempre es fácil, por eso se hace necesario recurrir a todos los modos naturales y sobrenaturales para
llevar adelante la vida matrimonial. La
oración, la consejería, la vida sacramental son herramientas indispensables
para que el matrimonio sea, verdaderamente la unión conyugal querida por el
Creador (Cfr. San Juan Pablo II, Discurso a la Rota Romana, 05.02.1987).
El
papa Francisco, continuando con la enseñanza constante de la Iglesia recuerda
esto al decir que «Esta enseñanza de
Jesús es muy clara y defiende la dignidad del matrimonio como una unión de amor
que implica fidelidad. Lo que permite a los esposos permanecer unidos en el
matrimonio es un amor de donación recíproca sostenido por la gracia de Cristo»
(07.10.2018).
Tan importante es el respeto de
la dignidad con la cual la persona humana ha sido creada por Dios, que cuando
ésta, en la vivencia del matrimonio, está comprometida, y todos los modos naturales y sobrenaturales no han
logrado nada, la Iglesia considera esto un motivo legítimo para la separación
(Cfr. CIC 1153).
Otro elemento importante
rescatado por Jesús en el evangelio de este domingo es que esta dignidad que
Dios le ha dado a cada ser humano en la creación debe ser defendida en todos
los estadios de la vida. Esto lo
manifiesta con el gesto de defender a los niños, pedir que no los alejaran y
bendiciéndolos con la imposición de manos.
Los niños, estaban en ese
momento, en una posición muy baja en la escala social de aquella época, no eran
objeto de derecho y dependían absolutamente y, en algunos casos, incluso
abusivamente, de sus padres. Cristo, al indignarse
con sus apóstoles por el rechazo que hicieron contra los niños y con su gesto
de bendición y cercanía hacia estos, deja claro que cada ser humano, desde su
concepción goza de dignidad y debe ser objeto de respeto, defensa y cuidado por
parte de quienes somos sus hermanos.
Éste debe ser el compromiso que
la palabra de Dios de este domingo nos pide asumir: Que cuidemos y respetemos la dignidad de cada
persona, especialmente aquellos con los que nos relacionamos más de cerca, en
la vida matrimonial, familiar, laboral, educativa y que podamos ver en cada ser
humano, la mano creadora y amorosa de Dios.