Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José
Monseñor
Hugo Barrantes Ureña será recordado como un obispo que sirvió con incansable
generosidad a la Arquidiócesis de San José, un pastor cercano, que quiso que
esta porción del pueblo de Dios, a él encomendada, asumiera el llamado
misionero. Su partida nos ha dejado un profundo vacío, pero su legado y su ejemplo
de servicio permanecerán en nuestro corazón.
Monseñor
trajo consigo ese espíritu incansable que lo caracterizaba. Su presencia se
sintió en cada rincón de la Arquidiócesis. Con una energía inagotable, se
dedicó a revitalizar la pastoral, promoviendo una mayor participación de los
fieles laicos y fomentando un ambiente de acogida y solidaridad.
Además,
era conocido por su capacidad para escuchar y comprender las preocupaciones de
su rebaño. Siempre tenía tiempo para una palabra de aliento, un consejo sabio o
simplemente para compartir un momento de oración. Su cercanía y empatía lo
convirtieron en una figura querida y respetada por todos.
Su
insistencia en la búsqueda de nuevos caminos para la pastoral se basaba en la
convicción de que la Iglesia debía adaptarse a las exigencias de los tiempos.
Abogaba por romper con la comodidad y explorar formas innovadoras de acercarse
a las personas, especialmente a las más necesitadas y excluidas. Para él, la
Iglesia, como comunidad de creyentes, tenía la responsabilidad de ser una luz
para los más vulnerables, brindando esperanza y apoyo especialmente a los
marginados o ignorados por la sociedad.
El
enfoque pastoral de Monseñor Barrantes siempre promovía la creatividad y la
valentía, desafiando las estructuras convencionales y tendiendo puentes hacia
quienes se sentían excluidos. Para él, la verdadera apertura pastoral implicaba
reconocer la dignidad de cada persona, acompañándola, escuchando sus historias
y respondiendo a sus necesidades concretas, ya fuera en barrios marginados,
entre inmigrantes o en familias que enfrentan la exclusión social. Solo así,
según su visión, la Iglesia se convierte en un testimonio vivo del amor de
Dios, que no excluye a nadie, sino que acoge y transforma.
Su
mensaje era contundente: la Iglesia no puede limitarse a sus cuatro paredes;
debe salir al mundo, misionar y difundir el Mensaje de Cristo en cada rincón de
la sociedad. En sus homilías, constantemente llamaba a sus feligreses a
comprometerse con las causas más nobles, y su propia vida reflejaba esa entrega
total.
Monseñor
Barrantes era un hombre incansable, y su vida fue testimonio de ese ímpetu
misionero que predicaba. Nunca rehuyó el trabajo arduo, y siempre estaba
disponible para acompañar a sus feligreses, mostrándose cercano, atento, y
dispuesto a escuchar. Era, sin duda, un pastor a tiempo completo.
Una
de las características más notables de Monseñor Barrantes era su manera de
comunicarse. Utilizaba un lenguaje sencillo, directo y totalmente comprensible,
lo que le permitió conectar con las personas de una manera especial. Era un
pastor cercano, cuya presencia en las visitas pastorales hacía sentir a la
gente su sincera proximidad y compromiso con el bienestar de su rebaño.
Su
vida fue una auténtica misión, un verdadero ejemplo de lo que significa ser un
pastor de almas. Con su incansable dedicación, se esforzó cada día por vivir
las palabras del Señor: "Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por
las ovejas" (Juan 10,11). Como buen pastor,
dio su vida por la Iglesia y sus fieles, siempre dispuesto a ofrecerse
plenamente por el bienestar de su rebaño. Su ejemplo de dedicación y sacrificio
nos recuerda la importancia de estar al servicio de los demás, siguiendo el modelo
de Cristo.
El
legado de Monseñor Hugo Barrantes continuará inspirándonos. Fue un pastor que
vivió su vocación con pasión, un hombre que entregó su vida al servicio de los
demás y que nunca dejó de luchar por una Iglesia más misionera, más cercana y
más comprometida con el Evangelio. Su recuerdo será siempre un ejemplo de
entrega total y de fe viva. Otórgale Señor el descanso eterno.