Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
El domingo anterior el evangelio
de San Marcos nos presentaba el primer anuncio que Cristo hace de su pasión,
muerte y resurrección y aunque los apóstoles ya habían reconocido a su maestro
como el Mesías esperado, no habían logrado comprender lo que significaba el
mesianismo de Jesús y le dan categorías humanas, de poderío y ostentación, a la
misión de Cristo.
Por esto, una segunda vez, Jesús
anuncia la verdad de su pasión y muerte enfatizando de esta manera la verdadera
misión del Mesías.
Pero nuevamente el evangelio muestra
la incomprensión de los doce, cuando, después de este segundo anuncio de la
pasión, los discípulos discuten durante el camino, no acerca del camino de la
cruz sino sobre quién es el más importante entre ellos.
Esta situación le permite a
Jesús, recordar nuevamente, qué significa ser su discípulo: Seguir a Cristo, significa configurarse con
él, asumir su mismo itinerario, aun con las limitaciones humanas, y trabajar en
ser presencia de Jesús para los demás, viendo en el pequeño y descartado el
mismo rostro de Cristo que nos lleva a servirlo, a protegerlo y a
acogerlo. Esto unirá al discípulo al
amor trinitario y le dará el impulso para continuar ese camino que implica
cargar también nosotros la cruz, como lo recordó el mismo Cristo el domingo
anterior.
Este camino que implica cargar
con la cruz, no es optativo para el cristiano, porque ya desde el antiguo
testamento, en el texto del libro de la Sabiduría que se proclama en la primera
lectura, se anuncia la suerte del justo,
es decir de aquel que escucha la voz de Dios y lo obedece, porque vivir
escuchando su voz y cumpliendo sus mandamientos, incomodará a aquellos que no han cumplido la ley y se apartan de los
principios en los que fueron educados.
Esta incomodidad que provocó la persecución del justo que presenta el
libro de la Sabiduría, también provocó la persecución contra Cristo, ha
provocado la persecución contra los cristianos a lo largo de los siglos y
seguirá ocasionando incomprensión y crítica mientras los cristianos vivamos la
fe, tal y cual lo pide el Señor, es decir, viviendo la verdadera Sabiduría, que
no es el conocimiento o la primacía humana, sino que es vivir la plenitud de la ley que es el amor como se
pide al Señor en la oración colecta.
Esta sabiduría, como lo recordaba
Santiago en la segunda lectura, hace que el cristiano viva la pureza, la paz,
la comprensión, la misericordia, la sinceridad y la justicia, es decir nos hace
tener una relación tal con el Señor que nos impulsa a llevar los dones del
Mesías a los hermanos, siendo signo y presencia de Cristo, especialmente entre
los más pequeños y vulnerables.
Todo esto es sintetizado por el
mismo Cristo en el Evangelio al exhortar a los apóstoles a ser los últimos
según los ojos del mundo para ser los primeros en servir y en entregar sus
vidas en favor de los hermanos.
El papa Francisco recuerda esta
enseñanza de Jesús al manifestar que «Si quieres ser el primero,
tienes que ir al final de la fila, ser el último y servir a todos. Con esta
frase lapidaria, el Señor inaugura una inversión: da un vuelco a los criterios
que marcan lo que realmente cuenta. El valor de una persona ya no depende del
papel que desempeña, del éxito que tiene, del trabajo que hace, del dinero que
tiene en el banco; no, no depende de eso; la grandeza y el éxito, a los ojos de
Dios, tienen otro rasero: se miden por el servicio. No por lo que se tiene,
sino por lo que se da. ¿Quieres sobresalir? Sirve. Este es el camino» (19.09.2021).
Por esto, como el salmista, con
humildad, sabiendo que somos necesitados de Dios, confiemos nuestra vida al
Señor, es Él quien nos ayuda, y nos
da la gracia para vivir según la sabiduría divina, escuchando su voz, viviendo
la conversión todos los días, haciendo su voluntad, que es la única que nos da
verdadera felicidad, y sirviendo y acogiendo con amor al hermano, especialmente
al más pequeño y vulnerable, en quien servimos y acogemos al mismo Dios.