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Iglesia

Homilía de Monseñor Mark Gerard Miles

Santa Eucaristía en memoria de los santos mártires Cornelio, Papa, y Cipriano, obispo, en el contexto de la bienvenida del nuevo Nuncio Apostólico en Costa Rica

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Habiéndome reunido con Su Santidad el Papa Francisco hace poco más de dos semanas en Roma, tengo el placer ahora de transmitir a todos ustedes sus cordiales saludos y bendición. Me habló con cariño de Costa Rica.

Agradezco a mis hermanos Obispos por su amable acogida, y a todos ustedes reunidos aquí en oración al iniciar mi ministerio como Nuncio Apostólico. Agradezco también a Su Excelencia el Presidente de la República y a su gobierno por haberme recibido a los pocos días de mi llegada. Rezo para que el Señor guíe y bendiga sus esfuerzos en favor del bien de todos los ciudadanos de esta nación.

En mi ministerio a la Iglesia local aquí, soy consciente de que es un privilegio, pero también un deber, el representar al Vicario de Cristo. Entre tantas preocupaciones y responsabilidades que tiene el Papa, una de sus tareas importantes lo dice Jesús mismo a San Pedro: "Yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos" (Lucas 22: 32). "Confirmar a los hermanos": el Papa está llamado no sólo a confirmar el contenido de nuestra fe, fides quae creditur, sino también a reforzar el acto mismo de creer en Dios y en lo que Él ha revelado en su Hijo, fides qua creditur. La Divina Providencia ha querido enviarnos al Papa Francisco para promover una fe más sólida en Dios y para mostrarnos cómo vivir esa fe en un mundo que a menudo está muy confundido, sin saber en lo qué creer o creyendo en cosas perjudiciales. Lo que le preocupa al Papa Francisco es cómo damos testimonio de Cristo en la Iglesia y en la sociedad, sin tener miedo de buscar senderos de dialogo para atraer a las almas a Dios y trabajar para el bien común.

Lo primero que me dijeron cuando me nombraron Nuncio en Costa Rica es que es un país hermoso, conocido por su hábitat natural y su gente amante de la paz. No me cabe duda de que entraré en contacto también con la belleza sobrenatural de la fe y el testimonio de católicos comprometidos con la sociedad. En su reciente Viaje Apostólico a Asia, el Papa Francisco dirigió unas palabras a la familia de la Iglesia en Indonesia, palabras que podríamos, sin mucha imaginación, aplicar a este país. El Santo Padre dijo:

"[Este] es un país... con abundantes recursos naturales, sobre todo en flora, fauna, recursos energéticos y materia prima, entre otros. Una riqueza como esta podría convertirse fácilmente - leída con superficialidad - en motivo de orgullo y presunción, pero, si la consideramos con la mente y el corazón abiertos, puede  servir en cambio para evocar a Dios, a su presencia en el cosmos, en su vida y en nuestra vida, como nos enseña la Sagrada Escritura (cf. Gn 1; Si 42,15-43,33). Es el Señor, en efecto, quien nos da todo esto. No hay un centímetro del maravilloso territorio..., ni un instante de la vida de cada uno de sus...habitantes que no sea don del Señor, signo de su amor gratuito y providente de Padre. Y mirar todo esto con humildes ojos de hijos nos ayuda a creer, a reconocernos pequeños y amados (cf. Sal 8), y a cultivar sentimientos de gratitud y responsabilidad" (Catedral de Nuestra Señora de la Asunción, Yakarta, Indonesia, 4 septiembre).

En el Evangelio de hoy, Jesús se asombra de la fe del centurión. Dice: «Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe» (Lucas 7, 9b). Muchas veces en el Evangelio Jesús se conmueve por la fe de la gente. Podemos pensar en la mujer que le dijo al Señor que hasta los perros pueden recibir los pequeños pedazos de pan que caen de la mesa del amo. A Jesús le atraen las personas humildes en su fe. Queridos hermanos y hermanas, estamos llamados a ayudarnos mutuamente a tener este tipo de fe, porque a través de ella Dios es capaz de obrar milagros maravillosos. En el Evangelio vemos cómo la fe del centurión atrae el amor sanador de Jesús a su casa. Todos necesitamos esta curación en nuestros corazones y hogares. Necesitamos la curación que viene a través del sacramento de la confesión. Necesitamos la medicina de la vida divina en la Eucaristía: el Cuerpo, el Alma y la Divinidad de Jesús. Necesitamos la curación de las divisiones en la vida familiar y en la sociedad. En la primera lectura, San Pablo dice a la comunidad de Corinto que deben esforzarse por permanecer unidos para que la Eucaristía pueda celebrarse como expresión de la unidad del Cuerpo de Cristo. Cristo cura las divisiones, pero debemos tener fe, la fe humilde del centurión, para implorar este don.

Oremos en esta Misa a Nuestra Señora de los Ángeles, al Patriarca San José patrono de esta Ciudad, y a los Santos Cornelio y Cipriano para que el Señor aumente siempre nuestra fe. En este contexto, me ha parecido propicio concluir con las palabras del salmista: «Alégrense y gocen contigo todos los que te buscan; digan siempre: "Grande es el Señor" los que desean tu salvación».