Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
Durante este Tiempo Ordinario, el
evangelio de San Marcos nos ha ido presentando a Jesús como el Mesías que fue
sido anunciado en el Antiguo Testamento por los profetas y que el pueblo
elegido esperó con anhelo por varios siglos.
Los profetas indicaban que el
Mesías se reconocería por los signos que realizaría, estos signos mesiánicos se
hacen presente en Jesús, por su predicación, por sus milagros y por sus
acciones misericordiosas, incluso el domingo anterior se narraba la curación
milagrosa de un hombre sordo y con dificultades para hablar. Con este milagro Jesús cumplía la promesa de
que el Mesías haría hablar a los mudos y
oír a los sordos.
En medio de las multitudes que
seguían a Jesús y que fueron testigos de estos signos mesiánicos, estaba el
grupo que Jesús había llamado para estar
con él, el grupo de los doce apóstoles.
Es a ellos a quienes les pregunta, en Cesarea de Filipo, sobre su
identidad. Jesús los interroga sobre lo
que dice la gente sobre él y luego los cuestiona sobre qué dicen ellos. La respuesta de los apóstoles es que la
multitud lo cree un gran profeta, pero ellos lo han reconocido como el Mesías,
así lo afirma Pedro en nombre de todos.
Esta confesión de fe de los doce,
le permite a Jesús explicarles a los apóstoles lo que significa ser Mesías y lo
hace anunciando por primera vez su muerte en la cruz. En una mentalidad que identificaba mesianismo
con liberación política y poder humano, Jesús advierte que el Mesías debía
padecer, ser rechazado y ser entregado a la muerte.
Esto no lo logra comprender Pedro
y busca persuadirlo, pero la fuerza con la que Jesús reacciona es impresionante. Llama a Pedro Satanás, porque piensa según
las categorías humanas, las cuales son muy distintas a las de Dios. Nos enseña el papa Francisco que a los
apóstoles les «Faltaba el paso decisivo, ese que va de la admiración por Jesús a la imitación de Jesús» (12.09.2021).
Jesús manifiesta claramente que
el itinerario que debe recorrer el Mesías y que, ciertamente tiene como meta la
resurrección, pasa por la cruz, por la entrega y por el dolor.
Jesús es el siervo doliente de
YHWH anunciado por Isaías en la primera lectura, el que se ofrece a sí mismo al
dolor, a los insultos y a las injurias, el que carga con los pecados de todos y
que sabe que su Padre lo sacará victorioso de aquel momento difícil.
Luego de esta explicación, Jesús indica
cuál es la condición para seguirlo. No
se sigue a Cristo, por los milagros o por el poder que pueda ostentar. Ser discípulo de Jesús implica tomar la cruz
y seguirlo, perder la vida para alcanzar la salvación.
El seguimiento de Jesucristo, por
tanto, implica configurarse con él, incluso, en el camino del sufrimiento y de
la entrega de la propia vida. Las
cruces, que no debemos buscarlas porque vienen de diversas maneras a nuestras
vidas, nos unen a Cristo y a su misión redentora; muchas de estas cruces incluso
llegan, precisamente, por el hecho de seguir a Cristo, porque vivir radicalmente
como Jesús nos pide, siempre ha sido y lo seguirá siendo, motivo de incomodidad
para algunos e incluso motivo de reproche y de persecución.
En este domingo, se vuelve a
realizar la pregunta sobre quién es Cristo; esta vez se nos hace a todos los
que decimos ser sus discípulos, se nos interroga sobre quién es Jesús en
nuestra vida, sobre nuestra fe en Él y si este Dios que profesamos, es un dios
hecho a nuestra medida y con nuestras categorías o si es realmente el Dios
revelado por Jesucristo.
La respuesta no debemos darla
únicamente con nuestra boca, sino que serán nuestras acciones las que
demuestren nuestra fe en Jesucristo, tal y como nos lo ha enseñado Santiago en
la segunda lectura: La fe se demuestra
con acciones, es decir con nuestro amor por el hermano, nuestra compasión y nuestra
misericordia por el que sufre, lo decía así el papa Francisco: «la profesión de fe en Jesucristo no puede
quedarse en palabras, sino que exige una auténtica elección y gestos concretos,
de una vida marcada por el amor de Dios, de una vida grande, de una vida con
mucho amor al prójimo» (16.09.2018).
Este seguimiento radical que nos
configura con Cristo y que nos hace pasar por la cruz, ciertamente no es fácil,
por eso pedimos con la oración final de la eucaristía de este Domingo, que sea
el Señor quien nos transforme totalmente para que sea su fuerza y no nuestro sentir, lo que inspire siempre nuestras
acciones.