Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
La palabra de Dios de este
Domingo XXIII del tiempo ordinario, presenta como primera lectura un texto del
profeta Isaías que llena de esperanza a todo el que lo escucha.
En esta lectura el Señor se dirige
al pueblo elegido que está en el exilio en Babilonia, lejos de la tierra
prometida, posiblemente lleno de amargura, de nostalgia y de tristeza, y lo exhorta
a tener ánimo y a no tener miedo.
Dios se presenta anunciando su
llegada para salvarlos. Con la venida
del Mesías, YHWH promete signos que muestran la cercanía de Dios y su acción
misericordiosa que llena de un nuevo hálito de vida a toda la creación: brotarán
aguas en el desierto, torrentes de agua en la estepa, el páramo se convertirá
en estanque, el agua que es signo de vitalidad en un zona tan desértica y
estéril, es presentada por el Señor, como el modo en que entra en la historia
para llenarla de vida y salvación.
Pero esa vitalidad alcanza
también a la humanidad, el Señor promete que ciegos, sordos, mudos y cojos
serán sanados. Esta promesa de Dios anuncia
la renovación de su pueblo, el fin del exilio y el regreso a la tierra
prometida.
Por su parte, el relato del
evangelio de Marcos presenta a Jesús realizando un milagro que pone de
manifiesto que las promesas que Dios hizo por medio del profeta Isaías se han
cumplido en Cristo y que el Mesías anunciado, está ya en medio de su pueblo.
Este milagro es la sanación de un
sordo que tampoco podía hablar, un milagro que Jesús realiza en tierra de Tiro
y Sidón, es decir en tierra de paganos.
Realiza el milagro utilizando una palabra (effetá-ábrete), pero también
utilizando otro signo, ya que Jesús se acerca y toca al enfermo, mostrando una
cercanía tal con la humanidad que incluso toca con sus dedos, untados de su
saliva, la lengua del hombre enfermo.
Este milagro pone de manifiesto
varios elementos que son muy importantes para el camino de fe de todos los que
seguimos a Cristo e intentamos hacer vida sus enseñanzas:
·
Primero, las
promesas mesiánicas se cumplen en Cristo y van más allá de la salvación de un único
pueblo, porque Dios ha enviado a su Hijo para salvar a la humanidad entera sin ninguna
distinción, ha salvado a judíos y gentiles.
El agua que da vida en medio del desierto y la sanación de los enfermos
abarca a todo el género humano. Por esta
razón, como nos lo ha recordado Santiago en la segunda lectura, el cristiano,
al igual que Jesucristo, nunca debe hacer distinciones odiosas entre las
personas, tener favoritismos o hacer acepción de personas o
discriminaciones. Todos hemos sido
redimidos por la sangre de Cristo derramada en la cruz.
·
Segundo, Dios se
acerca al ser humano con tal compasión que no le importa tocar nuestra
debilidad o nuestra impureza. Los
evangelios lo presentan tocando a los leprosos, a la hemorroísa y hoy a este
sordo que también tenía problemas para hablar.
El Mesías salvador es el Dios eterno y perfecto que se despoja de su condición divina para tocar nuestra humanidad,
asumiendo la condición humana y de esta forma redimirnos, porque como dirá San
Ireneo: lo que no se asume no se redime.
·
Tercero, la
palabra utilizada por Jesús durante la realización del milagro también es de
gran importancia: Effetá que quiere decir ábrete,
ciertamente tiene como objetivo que los oídos se abran a la escucha y la lengua
al habla, pero tiene también la intención de exhortar al ser humano a que se
abra a la voz de Dios, a su voluntad y al compromiso de anunciarlo. El recordado papa Benedicto XVI nos decía: «esta
pequeña palabra, «Effetá» - «ábrete» - resume en sí toda la misión de
Cristo. Él se hizo hombre para que el hombre,
que por el pecado se volvió interiormente sordo y mudo, sea capaz de escuchar
la voz de Dios, la voz del Amor que habla a su corazón, y de esta manera
aprenda a su vez a hablar el lenguaje del amor, a comunicarse con Dios y con
los demás» (Angelus, 09.09.2012).
·
Finalmente, esta
palabra Effetá y el tocar el oído y
la boca, es el último rito que se realiza durante el sacramento del
bautismo. Con el mismo gesto de Cristo,
el sacerdote recuerda que el bautismo abre el corazón del ser humano a Cristo,
a su palabra y a su misión. Hoy se nos
recuerda, que todos los bautizados, hemos sido tocados por el Señor y redimidos
por Él, por eso nos llenamos de ánimo ante la promesa de una vida perfecta en
la Jerusalén del cielo, pero también en el bautismo se nos ha abierto nuestro
corazón al Espíritu para escuchar la voz de Dios, ponerla en práctica y
predicarla. Nos dice el papa
Francisco: «Escuchemos hoy, como el día
de nuestro bautismo, las palabras de Jesús: ¡"Effatá, ábrete"! Ábrete los oídos. Jesús, deseo abrirme a tu
Palabra, Jesús abrirme a tu escucha; Jesús sana mi corazón de la cerrazón,
Jesús sana mi corazón de la prisa, Jesús sana mi corazón de la impaciencia»
(05.09.2021).
Que la esperanza que nos da saber
que el Mesías nos ha salvado, asumiendo y tocando nuestra naturaleza humana y
transformándola en heredera de la Jerusalén del cielo, nos anime a vivir con
convicción el regalo recibido en el bautismo de tener un corazón abierto para
escuchar y anunciar el mensaje de Cristo.