Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
Este
Domingo XXI del Tiempo Ordinario llegamos al final de la lectura del capítulo
VI del Evangelio de San Juan, el discurso del Pan de Vida, en el cual Jesús se
presenta como el pan bajado del cielo, que quien lo come obtendrá la vida
eterna.
En
este capítulo, el Señor ha indicado, que su cuerpo y su sangre que se entregan
en la cruz por nuestra salvación, están real y sacramentalmente en el pan que
él da al mundo como alimento, es decir el pan eucarístico, el pan bajado del
cielo, porque su cuerpo es verdadera comida y su sangre verdadera bebida;
alimento que configura con Cristo a quien lo come y lo une a él de tal forma
que lo hace realizar su mismo camino, es decir un itinerario que lo lleva a la
vida eterna, pero pasando por la realidad de la cruz.
Por
esto, la narración del evangelio indica que la multitud murmura en contra de
Cristo diciendo que su predicación tiene palabras que son fuertes y
escandalizan. La gente que ha estado con
él desde el milagro de los panes se ha dado cuenta de que el seguimiento de
Cristo va más allá de la experiencia de la multiplicación de los panes y los
peces. Seguir a Cristo implica asumir la
cruz que lleva a la salvación, es decir que el cristiano debe optar por Cristo,
por la totalidad de la persona de Cristo, de su mensaje y de la radicalidad de
su evangelio que llama a dar la vida para alcanzar la verdadera vida.
El
papa Francisco nos recuerda esto al afirmar «Ante
el prodigioso gesto de Jesús que alimenta a miles de personas con cinco panes y
dos peces, todos lo aclaman y quieren llevarlo en triunfo, hacerlo rey. Pero cuando
Él mismo explica que ese gesto es signo de su sacrificio, es decir, del don de
su vida, de su carne y de su sangre, y que quien quiera seguirlo debe
asimilarlo a Él, debe asimilar su humanidad entregada por Dios y por los demás,
entonces no gusta, este Jesús nos pone en crisis» (21.08.2021).
Este
llamado a la radicalidad ocasiona que la mayoría de aquellos que seguían a
Jesús decidan alejarse, pero también provoca una adhesión más profunda de los
doce que lo reconocen como el Santo de Dios, el único que tiene palabras de
vida eterna. Será este pequeño grupo el
que, luego del envío del Espíritu Santo, anuncien el evangelio, la verdad de la
salvación y la radicalidad de vida cristiana que implica seguir a Cristo a
pesar de las dificultades, anuncio que hacen con su propia vida, viviendo el
testimonio de las primeras comunidades cristianas que tenían todo en común y
que fueron capaces incluso de dar la vida por el evangelio.
La
falta de compromiso en el seguimiento del Señor no es nueva en la muchedumbre
que sigue a Cristo, ya en el antiguo testamento se menciona en muchas ocasiones
cómo el pueblo que, ha visto las obras magníficas de Dios, se aparta y le da la
espalda, por eso Josué, en la primera lectura, invita al pueblo de Israel, que
ya está gozando de la tierra prometida, que elija con quien decide estar, si
con los dioses paganos que han conocido en tierras extranjeras y durante el
camino del éxodo o si eligen a YHWH. Escuchamos en la primera lectura que el
pueblo elegido opta por el Señor, por seguirlo y servirlo.
Esta
también será la opción que eligen los doce y que vivirán con radicalidad.
Por
tanto, la palabra de este domingo es clara en su mensaje: seguir al Señor implica optar por Él con
radicalidad y coherencia y por eso es una llamada en libertad. Dios mismo, por medio de Josué en la primera
lectura y por el mismo Cristo en el evangelio, advierte sobre el compromiso
real del seguimiento, pero también deja al libre
albedrío de cada persona si opta o no por Él.
En el caminar de cada ser humano, se presentarán
muchas opciones para elegir y posiblemente la elección por lo que es más fácil
o satisfactorio suelen ser las elecciones más comunes. Incluso en la vida de la fe esto es así, cada
vez más vemos religiones hechas a la medida personal, espiritualidades que no
comprometen y formas de vivir la fe que rechazan la cruz, donde elegimos
aquello que nos gusta o nos conviene y rechazamos todo aquello que nos compromete,
especialmente cuando ese compromiso es con el prójimo.
En esta libertad, que es signo del amor de Dios
por la humanidad, hoy también quienes somos bautizados, estamos llamados a
optar por un seguimiento que vaya más allá de lo externo y que implique un
compromiso de radicalidad. Es decir, que
nuestro ser cristiano nos comprometa a vivir con coherencia el mensaje
predicado por Cristo, aunque esto no sea popular y no atraiga a multitudes. Que la vivencia del evangelio, que por tantas
razones puede incomodar a algunos, no desanime nuestro caminar, sino que nos comprometa
más con el hermano y nos una más profundamente a Cristo y a su camino que
ciertamente implica cruz pero que nos llena de alegría y plenitud el corazón y
que nos lleva a la verdadera vida.
Pidamos
al Señor el Espíritu que da vida, el mismo Espíritu que animó a los apóstoles a
elegir a Cristo, para que también nos anime a nosotros a hacer opción por el
Señor y vivamos con radicalidad el evangelio, asumiendo la cruz y caminando esperanzados
hacia la vida eterna, sabiendo que no es fuerza nuestra sino que es la fuerza
que Dios mismo nos da con el Pan de Vida, el que nos alimenta en cada
eucaristía y nos fortalece en este camino de vida cristiana.