Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José
Con
el comienzo del mes de la patria, es natural que experimentemos un profundo
orgullo por nuestra identidad y herencia. Este sentimiento se reflejará en
diversos ámbitos. Sin embargo, este es también un momento oportuno para
reflexionar sobre los desafíos que enfrenta nuestra nación y considerar cómo
podemos colaborar en consolidar una patria más sólida y unida, recuperando
aquellos valores fundamentales que nos han guiado hacia caminos de paz y
desarrollo integral.
Sin duda, la estabilidad social depende en gran medida de la estabilidad familiar. La ausencia de valores sólidos en muchas familias, es un factor determinante en la aparición de problemas sociales. Como nos recuerda el Papa Francisco, "tanto el Estado como la Iglesia tienen la responsabilidad de escuchar a las familias...apoyarlas en la labor que ya realizan para todos, fomentando su vocación por un mundo más humano, es decir, más solidario y fraterno...No hay que esperar a que la familia sea perfecta, para cuidar su vocación y fomentar su misión".
Al
apoyar a la familia, se promueve un ambiente más seguro y saludable para todos,
contribuyendo así a una sociedad más estable y cohesionada. En la familia es
donde se forjan y transmiten los valores fundamentales que guían nuestro
comportamiento. Es el primer entorno en el que aprendemos y comenzamos a
relacionarnos con los demás y donde descubrimos la existencia e importancia de
una autoridad, a quienes no solo debemos cariño, sino también respeto. La
familia es escuela de unidad, solidaridad y respeto hacia los demás.
Paradójicamente,
en la actualidad, observamos cómo ciertas ideologías, algunas implementadas
desde las políticas públicas, atentan contra la familia, erosionando su indiscutible
rol en la sociedad. Por ello, mientras afirmamos la belleza de la familia,
sentimos más que nunca la necesidad de defenderla y fortalecerla.
Cuando
se considera la familia como una entidad relativa o en decadencia, se minimiza
su papel esencial en la formación de valores, la educación y el bienestar
emocional de sus miembros. Antes bien, para construir una sociedad más fuerte y
cohesionada, es necesario promover políticas que vuelvan a hacer de la familia el
componente esencial del tejido social que merece todo apoyo y protección.
Como
Iglesia, hemos levantado la voz para exigir una mayor protección y apoyo para
las familias, en particular para aquellas que enfrentan situaciones de
marginación. Por ello, no nos cansamos de pedir que se desarrollen políticas
familiares responsables que garanticen la estabilidad del núcleo familiar, el
derecho a una vivienda y entorno dignos, y el derecho a la educación y la
salud. Estos elementos son fundamentales para el desarrollo integral y la
sostenibilidad del Estado.
Pero,
además, no olvidemos que, en tiempos de incertidumbre y desafío, la fe en
Cristo es un ancla de esperanza para todas las familias, ayudando a las
personas a enfrentar adversidades con una perspectiva más amplia y positiva,
ofreciendo no solo consuelo y apoyo emocional, sino también un marco de
referencia para la toma de decisiones y superación de obstáculos.
El
proceso de construir la patria no pasa por el menosprecio ni la exclusión de
los valores cristianos, sino con objetividad valorar su enorme riqueza en el fortalecimiento
del tejido social. Los principios como el amor, el respeto, la justicia y la solidaridad
han desempeñado un papel fundamental en la formación de nuestra sociedad. En
lugar de ver estas creencias como un obstáculo, debemos reconocerlas como una
contribución valiosa a la construcción de una patria solidaria, cohesionada y
respetuosa de la dignidad humana.
En este mes de la Patria, nos unimos en oración dando gracias a quien es la Fuente del verdadero amor, por el regalo de la vida familiar, y le pedimos por su fortalecimiento. Les invito a que todos trabajemos en la construcción de una sociedad más solidaria y justa, donde cada familia pueda florecer en seguridad y dignidad.