Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
Durante los domingos anteriores
hemos venido escuchando el capítulo sexto del evangelio de San Juan, en el cual
a partir del gesto milagroso de la multiplicación de los panes y los pescados
Jesús realiza el discurso del Pan de Vida.
Este domingo, los versículos
proclamados, presentan el culmen de este discurso cuando Jesús afirma: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo;
el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne
para la vida del mundo» (Jn. 6, 51).
Jesús en este discurso, ha hecho
referencia al «maná que comieron sus
padres en el desierto» recordando cómo Dios, durante el éxodo, salió al
encuentro de su pueblo para mostrarles su misericordia sacando agua de la
aridez de la roca y alimentándolos con el maná.
El maná, para el pueblo judío, es
por tanto, signo de la misericordia de Dios, que al hacerlos pueblo elegido,
pueblo de la Alianza, los cuidó por el desierto y los guio hasta la Tierra
Prometida.
Siguiendo con la referencia al maná, Jesús dice en el evangelio, que Él
es el «Pan bajado del Cielo, no como el
maná que comieron sus padres y murieron, sino que el que come de este pan vivirá para siempre». Jesús se presenta como un alimento superior
al maná; su carne y su sangre, pan vivo bajado del cielo, alimentan al creyente
para llevarlo, ya no por el desierto hasta la tierra prometida, sino para
llevarlo, luego de peregrinar en este mundo, hasta la eternidad del cielo. Cristo, es por tanto la sabiduría
personificada, presentada en el libro de los proverbios, que prepara una mesa
con el pan y el vino para dar vida verdadera a toda la humanidad.
El domingo anterior se indicaba
que la carne entregada y la sangre derramada hace referencia al acontecimiento
de la Cruz, desde donde Jesús entrega su vida para dar vida plena al género
humano. Por tanto el pan bajado del cielo, que Jesús nos da
como alimento, es el pan y el vino que por la acción sacramental se convierten
en su cuerpo y en su sangre.
El acontecimiento cruento del
Viernes Santo se actualiza de forma incruenta en cada Eucaristía, convirtiendo
el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo que se nos da para
alimentarnos, fortalecernos y acompañarnos en el desierto de la vida y llevarnos a vivir la misma vida de Cristo,
con quien nos unimos íntimamente al comerlo sacramentalmente. Por eso la celebración eucarística y la
comunión eucarística son anticipo de la vida gloriosa que el Señor nos ha
prometido.
Es decir, la Eucaristía es
Banquete Sacrificial, porque actualiza el sacrificio único de Cristo en la
cruz, y anticipa también, el banquete festivo del cielo, al cual todos estamos
invitados por el acontecimiento pascual de Cristo.
Así nos lo recuerda el papa
Francisco al indicar que «Este pan de vida, sacramento del Cuerpo y
de la Sangre de Cristo, viene a nosotros donado gratuitamente en la mesa de la
eucaristía. En torno al altar encontramos lo que nos alimenta y nos sacia la
sed espiritualmente hoy y para la eternidad. Cada vez que participamos en la
santa misa, en un cierto sentido, anticipamos el cielo en la tierra, porque del
alimento eucarístico, el Cuerpo y la Sangre de Jesús, aprendemos qué es la vida
eterna. Ésta es vivir por el Señor: «el que me coma vivirá por mí» (v. 57),
dice el Señor. La eucaristía nos moldea para que no vivamos sólo por nosotros
mismos, sino por el Señor y por los hermanos. La felicidad y la eternidad de la
vida dependen de nuestra capacidad de hacer fecundo el amor evangélico que
recibimos en la eucaristía»
(19.08.2018).
Por tanto, la Eucaristía, que es
Cristo, pan vivo bajado del cielo, nos anticipa la plenitud de la Gloria pero
también nos capacita para vivir como Cristo, es decir en entrega generosa a la
voluntad de Dios y en fecundidad evangélica por el servicio generoso a los
hermanos, ya que al comer a Cristo vivimos por Cristo y hacemos presente a
Cristo.
La Palabra de Dios nos recuerda
un compromiso muy serio en la vida de todos los que nos acercamos a la
comunión: somos llamados a ser presencia
de Cristo, con nuestros gestos de servicio, fraternidad, solidaridad, perdón y
misericordia con los hermanos; somos llamados a ser presencia de Cristo, siendo
signos de vida en medio de un mundo lleno de signos de muerte, violencia y
dolor, somos llamados a ser presencia de Cristo, como nos ha dicho el papa
Francisco, no viviendo por nosotros mismos, sino por el Señor y por los
hermanos.
Por esto, al participar de la
Eucaristía, este domingo y siempre, no olvidemos esta verdad: al recibir a Cristo, Pan de Vida, nos hacemos
uno con Él, Jesús vive en nosotros y por tanto debemos hacerlo presente, con nuestros
gestos y palabras, en medio de los hermanos.