Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José
Al
celebrar con profundo gozo la Asunción de María, expresamos nuestra fe en que
Nuestra Señora fue llevada al cielo en cuerpo y alma, al terminar su
peregrinaje terrenal. Esta Solemnidad resalta el lugar especial de María en la
historia de la salvación como un ejemplo de fe y obediencia a Dios. Ella, al
ser asunta al cielo, participa plenamente en la gloria de su Hijo y precede a
la Iglesia en el cumplimiento de la esperanza de la Pascua Eterna.
La
Asunción de María es una verdad que no solo destaca la singularidad de su misión,
sino que también nos invita a una profunda meditación sobre la manera en que su
vida ejemplar y su glorioso destino en el cielo, han de servir de inspiración
para nuestro propio camino.
María,
en su Asunción, nos muestra que la vida terrenal es solo el comienzo de una
existencia más plena y eterna junto a Dios. Su ascenso al cielo es una promesa
de lo que nos espera si seguimos su ejemplo de fe inquebrantable y amor
incondicional. La esperanza que María encarna, junto con la fortaleza que
demostró a lo largo de su vida, son fuentes de consuelo y motivación para
nosotros.
Como nos recuerda el Papa Francisco: "María hoy canta la esperanza y reaviva en nosotros la esperanza: en ella vemos la meta del camino. Ella es la primera creatura que, con todo su ser, en cuerpo y alma, atraviesa victoriosa la meta del Cielo. Ella nos muestra que el Cielo está al alcance de la mano? si tampoco nosotros cedemos al pecado, alabamos a Dios con humildad y servimos a los demás con generosidad".
Pero
la Asunción de María no es solo una celebración de su triunfo celestial, sino
también un recordatorio constante de que estamos llamados a vivir con la mirada
puesta en la eternidad, siguiendo sus pasos de obediencia, humildad y caridad.
Es un llamado a vivir nuestras vidas con propósito y con la confianza de que,
al final de nuestro peregrinaje terrenal, nos espera la gloriosa resurrección.
Es el plan de vida que Dios nos ofrece realizar en cada uno de nosotros.
Considerar
a María únicamente en el contexto de su glorificación celestial, sin reconocer
los sufrimientos que soportó, sería pasar por alto la profundidad de su
experiencia humana y la relevancia de su testimonio de fe. La vida de María
estuvo marcada por momentos de profunda alegría y dolor intenso, cada uno
contribuyendo a la riqueza de su legado espiritual.
La
vida de María es una crónica de valentía y constancia. Desde el nacimiento de
Jesús, pasando por la angustiosa huida a Egipto y enfrentando innumerables
desafíos, su vida fue un testimonio de la capacidad humana para perseverar a
través de las pruebas. María estuvo presente en la crucifixión de Jesús,
mostrando una fortaleza emocional extraordinaria al permanecer firme junto a su
Hijo en un momento tan doloroso y difícil. Su resiliencia se convierte en un
modelo a seguir, demostrando que la fe no es una ausencia de dificultades, sino
la fuerza para enfrentarlas con coraje y esperanza.
La
Asunción de María, por lo tanto, es la culminación de una vida vivida con una
fe inquebrantable. Ejemplo
incuestionable para todos, pero lo considero desafiante, en especial para
nuestros jóvenes.
María
nos muestra cómo Dios, Fuente de la verdadera y vivificante esperanza, que no es
simplemente anhelar el cielo, sino que ante
todo enciende en nosotros el deseo activo de hacer presente el Reino aquí y
ahora, en nuestras vidas y en el mundo.
Esta aspiración nos impulsa a ser peregrinos incansables en búsqueda de la voluntad divina, fortaleciendo nuestra fe con valentía y alimentando el amor en nuestras acciones diarias. Como dijo Jesús a sus discípulos: "Donde yo voy, quiero que vosotros estéis también" (Juan 14:3), esta invitación resuena como un llamado a seguir sus pasos con confianza y determinación, al estilo de María en su total entrega y obediencia a Dios.