Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José
En el libro de los Proverbios encontramos una hermosa enseñanza: "Confía en el Señor de todo corazón, y no en tu propia inteligencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él allanará tus sendas."
En
un mundo que exalta la autosuficiencia del hombre, colocándolo por encima de
Dios, esta exhortación puede parecer anticuada o incluso absurda. Sin embargo,
este acto de confianza en Dios es relevante y esencial para los creyentes. Nos
recuerda no solo la importancia de la humildad, sino también nuestra
dependencia de la providencia divina. Es un recordatorio constante de que, más
allá de nuestras capacidades, es en la sabiduría y guía de Dios donde
encontramos el verdadero camino para realizarnos plenamente.
Para
los fieles, confiar en Dios más que en sí mismos no es una opción, sino una
necesidad vital. Es un reconocimiento de que, a pesar de nuestros mejores
esfuerzos y conocimientos, hay un plan perfecto que supera nuestra comprensión.
Esta apertura al plan de Dios no es una renuncia a la inteligencia humana, sino
una invitación a abrirnos a la gracia divina que guía y enriquece nuestras
vidas.
En
la vida, avanzamos con nuestras habilidades y entendimiento, pero es crucial
estar atentos a la presencia dinámica de Dios, quien promete enderezar nuestros
caminos y asegurar nuestros pasos.
En
la vida de la Virgen María, encontramos un ejemplo vivo de cómo se cumple esta
enseñanza de confiar en el Señor con todo el corazón y reconocerlo en todos los
caminos. María, desde el momento en que aceptó humildemente ser la madre de
Nuestro Salvador, demostró una confianza total en la voluntad de Dios, incluso
cuando las circunstancias parecían desafiantes o incomprendidas. Su vida está
marcada por una constante disposición a escuchar y obedecer la guía divina,
como se constata en su respuesta al ángel Gabriel: "He aquí la sierva del
Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lucas 1,38).
El
plan de Dios ciertamente presentaba desafíos significativos para la joven
María, quien se encontraba en una posición vulnerable al aceptar ser la madre
del Salvador. Desde el momento en que el arcángel Gabriel le anunció que
concebiría al Hijo de Dios siendo aún virgen, María enfrentó una situación que
podría haber sido incomprendida o incluso rechazada por su comunidad y familia.
A
pesar de los desafíos y las posibles repercusiones sociales y personales, Ella
demostró una fe y confianza total en Dios y el sí revela su profunda
disposición para aceptar el plan divino, incluso cuando parecía ir en contra de
las normas y expectativas humanas. María no buscó entender desde el solo
raciocinio el plan de Dios, sino que confió plenamente en su amor y cuidado,
permitiendo que su vida se convirtiera en una luz sobre el poder infinito de
Dios para transformar lo aparentemente imposible en gloria y redención.
Desde
el momento de la Anunciación, hasta los eventos culminantes en la cruz, María
mantuvo su fe en el plan redentor de Dios para la humanidad. Su respuesta a los
acontecimientos de la Pasión de Cristo refleja una aceptación y entrega total a
la voluntad de Dios, sin rebelarse ni cuestionar el plan divino, aunque el
sufrimiento fuera desgarrador.
La
exclamación de Isabel: "Dichosa tú porque has creído" (Lucas 1,45), subraya que
María no solo creyó en la promesa de Dios, sino que su fe se manifestó en su
disposición para actuar según ese plan, sin importar las circunstancias. Al creer y aceptar el plan de Dios con
humildad y obediencia, María se convierte en un ejemplo paradigmático de cómo debemos
responder a la llamada divina en nuestras vidas.
Por la intercesión de nuestra Madre Santísima, Reina de los Ángeles, pidamos al Señor la gracia de vivir según su plan, guiados por su sabiduría y fortalecidos por su amor, para que nuestros pasos reflejen su voluntad en cada momento de nuestras vidas.