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Obispo Auxiliar

El Pan Vivo bajado del cielo

Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José

La Palabra de Dios de este Domingo XIX del Tiempo Ordinario nos continúa presentando, en el texto del evangelio, el capítulo VI de San Juan, que conocemos como el discurso del Pan de Vida.

En este domingo, liturgia nos narra un fragmento de este discurso en el cual se muestra de nuevo la incredulidad de la multitud que está siguiendo a Jesús, aquellos mismos que comieron gracias al milagro de la multiplicación de los panes ahora ponen en duda la procedencia divina de Cristo.  La multitud se pregunta cómo Jesús puede decir que ha bajado del cielo si ellos lo conocen, saben quiénes son sus padres y cuál es su procedencia.

Estas preguntas de la gente le permiten a Jesús revelar su verdadero origen y revelar quién es su verdadero padre:  Cristo procede de Dios, su padre es Dios, a quien Él ha visto y oído.

Además de revelar su procedencia, Jesús revela también, con toda claridad, su misión:  Ha venido al mundo para que el mundo tenga vida.

Luego de estas revelaciones Jesús indica que para seguirlo a él, se hacen necesarias dos acciones: primero, como ya lo había dicho la semana anterior, creer en él y segundo, comerlo a él, que es el verdadero pan bajado del cielo.

Ambas acciones significan tener una experiencia de encuentro con Jesús, que va más allá del haber sido testigos, como espectadores, del signo milagroso de la multiplicación de los panes, para pasar a la realidad vivencial de la compasión y de la misericordia de Dios que cuida y acompaña la vida del ser humano.

Esta ha sido la experiencia que ha tenido el profeta Elías, quien ante la persecución que atenta contra su vida y al cansancio, la angustia y la desesperación que está sufriendo, llega al colmo de pedirle a Dios la muerte.  Pero el Dios compasivo, lo hace tener una experiencia de misericordia.  Dios lo alimenta con pan del cielo y con agua que le devuelve el ánimo y la fuerza que le permite al profeta hacer un recorrido similar al del pueblo hebreo durante el éxodo.  Camina por cuarenta días por el desierto hacia el monte Horeb, el monte de las teofanías, donde YHWH entregó las tablas de la ley a Moisés.  Para Elías llegar a esta montaña será signo de salvación, de encuentro con Dios que lo ha librado de la persecución y de la muerte.

Esa es la experiencia que promete Jesús a quien crea en Él y a quien coma el pan bajado del cielo.  Porque el mismo se presenta como el pan de vida.  Aquel que lo coma tendrá vida eterna.  Ante las situaciones difíciles de la vida, ante la desesperación y la angustia que se pueda sufrir, Jesús nos asegura, que del mismo modo que lo hizo con Elías, él viene a nuestro encuentro, nos alimenta, nos fortalece y nos permite continuar el camino hasta que lleguemos a su encuentro en el monte del Señor, es decir hasta que nos encontremos con Él en la gloria eterna.

Así nos lo enseña el papa Francisco:  «Jesús se revela como el pan, es decir lo esencial, lo necesario para la vida de cada día, sin Él no funciona. No un pan entre muchos otros, sino el pan de la vida. En otras palabras, nosotros, sin Él, más que vivir, sobrevivimos: porque sólo Él nos nutre el alma, sólo Él nos perdona de ese mal que solos no conseguimos superar, sólo Él nos hace sentir amados, aunque todos nos decepcionen, sólo Él nos da la fuerza de amar, sólo Él nos da la fuerza de perdonar en las dificultades, sólo Él da al corazón esa paz que busca, sólo Él da la vida para siempre cuando la vida aquí en la tierra se acaba. Es el pan esencial de la vida» (08.08.2021).

Jesús deja claro, en un primer momento, que el pan de vida que se entrega en alimento es su carne entregada al mundo para su salvación.  Es decir, el sacrificio de la cruz, donde su cuerpo será clavado y su vida será entregada, es el acontecimiento que dará salvación al ser humano y le animará para peregrinar con esperanza hacia el Monte Santo, hacia la Jerusalén del cielo.

Pero esta certeza de salvación, ha insistido Cristo desde el inicio de este discurso, debe pasar por el creer en Cristo y comer su carne.

El domingo anterior recordábamos que creer en Cristo va más allá de una acción del intelecto y significa mostrar con la vida que se es cristiano.  Con las palabras de Pablo en la segunda lectura podemos decir que creer en Cristo significa ser bueno y comprensivo, perdonar como Cristo, amar como Cristo, en fin, creer implica imitar a Cristo.

Esto será posible sólo si nos configuramos cada día más con el Señor.  Por esto Cristo se hace alimento, pan de vida.  Como se ahondará el próximo domingo, su carne y su sangre entregados por nuestra salvación en el acontecimiento cruento de la Cruz, están real y sacramentalmente en las especies consagradas del pan y del vino y al comerlos nos unimos a Cristo y nos fortalecemos con su gracia para amar, perdonar y ser comprensivos como Él.

Comamos el pan de vida, que nos une estrechamente con Cristo y nos da la fortaleza para creer en él, es decir, para hacer que cada uno de nuestros actos lo hagan presente en medio del mundo y en medio de los hermanos.