Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez
El relato de la multiplicación de los panes y los pescados que
escuchamos en el evangelio del domingo anterior así como el inicio del relato
del evangelio de este domingo en cual se nos narra que la multitud continúa siguiendo
a Cristo, son el preámbulo de una hermosa predicación de Jesús conocida como el
Discurso del Pan de Vida, que
estaremos escuchando durante algunos domingos.
El evangelio de este domingo narra cómo Jesús le deja claro a
la multitud las razones por las cuales lo están siguiendo al indicarles que continúan
buscándolo únicamente porque saciaron su hambre y porque fueron testigos y
receptores de un gesto milagroso como lo fue la multiplicación de los alimentos.
Ante esto Jesús les dice claramente que este seguimiento debe
tener otras motivaciones. Que la
motivación verdadera para seguirlo no debe ser saciar el hambre material, el
hambre del pan que se acaba, sino que se debe trabajar por el alimento que dura para la vida eterna.
La insistencia de la muchedumbre que sigue a Jesús es tener
una experiencia que sacie sus necesidades, tal y como fue saciada la necesidad
de alimento del pueblo hebreo por el desierto con el maná. Pero Jesús les dice que Él puede saciar la
totalidad de los anhelos del corazón humano y no sólo la necesidad del alimento
corporal. Jesús viene a traer, con su
propia vida una vida abundante. Con su
muerte y resurrección Cristo da la auténtica vida, no aquella vida que tuvieron
los que caminaban por el desierto que aún con el milagro del maná y las
codornices murieron antes de llegar a la tierra prometida, sino que Cristo
mismo se presenta como aquel que da vida, vida perfecta, vida que no acaba. Él es el verdadero pan del cielo porque proporciona
lo que ningún otro alimento puede brindar:
La Vida Eterna.
Para esto será necesario, según lo dicho por el mismo Cristo,
creer en Jesús para que este seguimiento no sea motivado únicamente por los
milagros que realiza, sino por la convicción de que Jesús es el enviado por el
Padre, el Dios con nosotros, el Verbo que se hace carne.
Y creer en Jesús, nos enseñó el recordado papa Benedicto XVI
«no se trata de seguir una idea, un
proyecto, sino de encontrarse con Jesús como una Persona viva, de dejarse
conquistar totalmente por él y por su Evangelio» (05.08.2012).
Creer,
por tanto, será encontrarse con Jesús, configurarse con Él y transparentarlo en
nuestra propia vida; creer, por tanto, será
mostrarse cristiano.
De
esta forma, la palabra proclamada este domingo recuerda que el ser humano busca
constante e insistentemente algo o alguien que sacie su corazón y su alma y que
dé plenitud en su vida, y que esto lo encontrará sólo cuando su alimento sea
Jesús, Pan de Vida. Y esa plenitud de
vida, que da el encuentro con Jesucristo, hará de cada persona humana, una creatura nueva, que vive en la justicia y en
la santidad de la verdad, como nos ha pedido el apóstol Pablo en la segunda
lectura.
Lo explica de manera muy hermosa
el papa Francisco cuando dice que el encuentro en Jesús, Pan de Vida: «nos permite cumplir las obras de Dios. Si nos dejamos implicar en esta relación de
amor y de confianza con Jesús, seremos capaces de realizar buenas obras que
perfumen a Evangelio, por el bien y las necesidades de los hermanos» (05.08.2018).
Porque
al lograr saciar el anhelo de plenitud en nuestro encuentro con Cristo, seremos
capaces, de no quedarnos en las dificultades propias y ver más claramente las
necesidades del hermano, compadecernos de ellos y acompañarlos tanto en sus
sufrimientos como en su camino de encuentro con Cristo.
Acerquémonos
por tanto a Cristo, Pan de Vida, que se ha quedado de forma real y sacramental
en la eucaristía, como lo dirá el mismo Jesús con más claridad en el evangelio
de las siguientes semanas, porque en este sacramento encontraremos el alimento
que sacia nuestra sed de eternidad y que fortalece nuestro compromiso de llevar
el buen olor del Evangelio al mundo.