Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José
En
la historia del cristianismo, grandes figuras han emergido como ejemplos de
seguimiento inquebrantable de Jesús. Sin embargo, entre todas ellas, destaca
una figura singular cuya relación con el Señor no solo fue íntima y única, sino
que también pone una marca especial al comienzo del discipulado cristiano:
María, su madre.
En
efecto, María encarna los atributos esenciales de un discípulo; su fe, obediencia
y perseverancia la colocan como el modelo insuperable de seguimiento cristiano.
Cuando
el arcángel Gabriel anunció a María que concebiría y daría a luz a Jesús, ella
respondió con fe y obediencia: "He aquí la sierva del Señor; hágase en mí
según tu palabra" (Lucas1, 38), demostrando su disposición total a seguir
la voluntad de Dios, un rasgo esencial del discípulo.
Jesús,
posteriormente nos enseña que la voluntad del Padre es lo primero, como se
refleja en su oración en el huerto de Getsemaní: "Padre mío, si es
posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como quieras
tú" (Mateo 26,39). María, con su vida expresó esta disposición de manera
perfecta. Ella demuestra que la verdadera grandeza del discípulo se encuentra
en la sumisión completa a la voluntad de Dios, incluso cuando eso significa
aceptar grandes desafíos y sufrimientos.
María
estuvo presente en los momentos cruciales de la vida de Jesús, desde su
nacimiento hasta su muerte y resurrección, no solo como madre abnegada, sino
también como servidora y oyente fiel. En las bodas de Caná, María fue la
primera en confiar en Jesús, diciendo a quienes servían: "Hagan lo que él
les diga" (Juan 2,5).
Ella
permaneció junto a Jesús al pie de la cruz y el Señor dialogó con ella en su
agonía (Juan 19,25-27). Nuestra Madre no
solo apoyó a su Hijo en su ministerio público, sino que también compartió su
sufrimiento en los momentos más oscuros. Ella supo soportar el dolor y la
angustia de ver a su hijo crucificado y agonizante, mientras otros se alejaban
por miedo.
Pero,
con su presencia, María no solo acompañó a Jesús en su sufrimiento, sino que
también se erigió como un signo de fortaleza para los seguidores de Cristo,
inspirando a todas las generaciones posteriores con su ejemplo de amor y
sacrificio.
También,
como se menciona en varios pasajes del Evangelio, la Madre de Cristo profundizaba
sobre los acontecimientos que rodeaban la vida de su Hijo. En Lucas 2,19 se nos
dice que "María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su
corazón", revelando una característica distintiva del discípulo: la
reflexión y la contemplación. Desde los momentos de la natividad, hasta la
infancia y más allá, María reflexionaba con particular atención cada
experiencia, buscando el propósito de Dios detrás de cada evento.
Finalmente,
después de la resurrección de Jesús, María estuvo presente con los apóstoles y
otros discípulos en el cenáculo, orando y esperando la venida del Espíritu
Santo, (Hechos 1,14). La participación
activa de María en la comunidad naciente revela su papel continuo como
seguidora de Cristo. Con su presencia y compromiso, María no solo testimonia su
fe, sino que también se convierte en un ejemplo vivo de discipulado.
Pidamos
al Señor la gracia de ser discípulos como María, modelo de seguimiento, y que
por su intercesión podamos seguir sus pasos. Ella que guardaba en su corazón
todas las enseñanzas y eventos de la vida de Jesús, nos ayude a meditar
profundamente en su Palabra y a vivirla con autenticidad en nuestra vida
diaria. Que, siguiendo su ejemplo de entrega y confianza en Dios, podamos
caminar firmes en nuestra fe, superando obstáculos y compartiendo la luz del
Evangelio con aquellos que nos rodean. No nos dejemos amedrentar ante quienes
pretenden ahogar la voz del Evangelio.