Homilía de Mons. José Manuel Garita Herrera, obispo de la Diócesis de Ciudad Quesada, con motivo del cuarto día de la novena a Nuestra Señora de los Ángeles
Hermanos todos en el Señor:
Una vez más, como lo hacemos cada año en el contexto de la novena nacional que nos prepara a la Solemnidad de Nuestra Señora de los Ángeles, Patrona de Costa Rica, nuestra diócesis de Ciudad Quesada peregrina hasta este Santuario Nacional para celebrar el misterio de la Eucaristía y agradecer tantos beneficios y gracias recibidos de Dios, a través de la intercesión maternal de la Reina de Los Ángeles, a quien este año contemplamos como modelo de unidad, que reúne y protege al pueblo costarricense, en el contexto del bicentenario de su patronazgo sobre toda nuestra nación.
El espacio sagrado de la celebración eucarística nos permite reflexionar, desde la Palabra de Dios proclamada, sobre la Santísima Virgen María, como hija y madre ejemplar, en el marco litúrgico de la memoria de los Santos Joaquín y Ana, padres de la Madre de Dios. La primera lectura, tomada del libro del Eclesiástico o Sirácide, está intencionalmente propuesta para esta memoria de los padres de la Virgen Santísima. Se trata de un sabio y justo elogio de los antepasados o mayores; de todos aquellos que forman y edifican con su ejemplo y testimonio. El texto los describe como misericordiosos y autores de buenas obras, razón por la cual su legado impacta y se perpetúa en las nuevas generaciones, sobre todo en los hijos y nietos, quienes, recibiendo esa herencia testimonial, asumen e imitan ese buen ejemplo y testimonio.
No cabe duda de la virtud, justicia y santidad de los padres de María; bien los habrá capacitado Dios con su gracia y sus dones para educar, formar y acompañar a la Santísima Virgen, escogida desde siempre para ser templo purísimo, santísimo y Madre de Dios. Por el ejemplo y legado de San Joaquín y Santa Ana, María fue sin duda hija ejemplar con relación a sus santos padres, y madre ejemplar también para Jesús, el Hijo de Dios, a quien concibió en sus purísimas entrañas. Queda patente la importancia, trascendencia e impacto de los padres y mayores con respecto a los hijos y nuevas generaciones. El principal modo de formar, educar y transmitir la fe es a través del buen ejemplo y del testimonio edificante. Cuánto nos dice y nos interpela esta verdad de frente a la crisis de valores que hoy vivimos y que lamentablemente afecta de manera directa a la familia, célula fundamental de la sociedad e Iglesia doméstica por excelencia. De buenos padres saldrán siempre buenos hijos.
La importancia y trascendencia del ejemplo y del testimonio, nos permite encontrar muchos hombres y mujeres creyentes, que, según el texto evangélico de San Mateo, son dichosos por ver y oír, entrando así en contacto con la fuerza vital que se desprende del Evangelio. La primera persona es la "la llena de gracia", que es "dichosa por haber creído" y que sabe "guardar todo en su corazón", convirtiéndose en la discípula por excelencia y maestra singular de la fe para la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios. Este perfil de Nuestra Señora la hace penetrar en la experiencia del "Misterio", y con él, en la pedagogía de Dios, convirtiéndose en modelo de hija y de madre para el nuevo Israel, que es la Iglesia peregrina en el tiempo y el espacio. Esta escuela mariana de valores humanos y de virtudes cristianas es la que, durante dos siglos de patronazgo sobre Costa Rica, ha abierto sus puertas a todos los costarricenses para aprender el arte del discipulado cristiano, en la escucha de la Palabra, en la celebración eucarística y en el testimonio de amor solidario que ha caracterizado a nuestra nación.
Preocupa el momento actual por el que atraviesa Costa Rica, marcado entre otros problemas por la proliferación de la violencia, la crisis familiar, la niñez y la juventud afectadas por profundos cambios sociales, económicos y culturales, así como la búsqueda de nuevas fuentes de trabajo y el lugar que damos al migrante en su búsqueda por ubicarse dignamente en el escenario social y laboral.
Todo esto nos permite detenernos, a la luz de lo que significa el ejemplo y el testimonio, para hacer un serio examen de conciencia sobre el lugar real que las raíces cristianas tienen o no actualmente en nuestro país. La unidad existencial e integradora que proporciona la fe nos exige proseguir en el camino de la necesaria y deseada conversión del corazón. Estamos en camino de cambio; no es tarea fácil. En un momento de la historia humana marcada por una visión antropológica parcializada, donde conviven la indiferencia, el egoísmo, el hedonismo y un falso concepto de libertad y de felicidad, que pretenden ser presentados como valores, no es fácil ciertamente actuar desde el Evangelio. Pero hemos de recordar el empeño cristiano de vivir según la identidad que hemos asumido desde el bautismo. Estamos llamados a ser profetas, sacerdotes y reyes, para servir a los valores del Reino de Dios y no a modas ideológicas transitorias que empobrecen y esclavizan en el corazón humano el proyecto de Dios de una nueva creación, ?cielos y tierra nuevos?, que surgen del misterio Pascual de Jesucristo, muerto y resucitado.
En esta memoria litúrgica de los padres de la Santísima Virgen, no podemos dejar de decir una palabra de afecto, admiración y gratitud a nuestros adultos mayores, muchos de ellos transmisores de la fe en sus hogares y familias. Estos hombres y mujeres, que llevan consigo la experiencia de los años vividos, que a la vez les da una riqueza singular que llamamos sabiduría, merecen el respeto de la sociedad, el cuidado por parte de sus seres queridos y la seria atención del Estado, ya que no pocos de ellos experimentan el abandono, la soledad, la enfermedad y las limitaciones propias de su adultez mayor, razón por la cual, en justicia, deberían seguir siendo objeto de nuestra atención y afecto.
Que la Reina de los Ángeles, Madre de Costa Rica, desde esta su casa de Cartago, siga acompañando a nuestro pueblo con su presencia cercana de auxiliadora y protectora, como lo evidencia cada año el número cuantioso de peregrinos que visitamos su Basílica, y como también lo constata la historia nacional iluminada por dos siglos de su patronazgo sobre el país. A ella confiamos la nación en esta hora de gracia y de profundos retos. Junto a ella recorramos caminos de conversión y de cambio para lograr consolidar proyectos auténticos de paz, unidad, justicia, caridad y solidaridad. Seguros estamos que ella nos seguirá mostrando entre sus brazos a su Hijo, que es "camino, verdad y vida", él que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.