Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
La palabra de Dios de este
domingo nos presenta la figura del Pastor, ésta es una de las figuras más
utilizada en el Antiguo Testamento. Lo
que es un oficio que consiste en el cuidado de rebaños de distintos tipos de
ganado, se ha utilizado para atribuírselo a quienes tienen la responsabilidad de
cuidar al pueblo, de protegerlo, de ayudarle en el cumplimiento de la alianza y
de guiarlo hacia Dios, responsabilidad que recaía en los reyes, los ministros
de la cohorte real, los profetas y los sacerdotes.
Precisamente, ésta es la crítica
que hace el Señor por medio del profeta Jeremías a los pastores del pueblo. Los reyes, los profetas de cohorte, los
ministros y a los sacerdotes, se han preocupado más por sus propios intereses
que por apacentar, proteger, acompañar y llevar de la mano al pueblo elegido.
Por esta razón nace la promesa
que el Señor hace por medio del profeta:
Vendrá un pastor, descendiente de David, que cumplirá con todo lo que
corresponde a un verdadero pastor. Es
decir, este Pastor va a llevar de la mano al pueblo hacia el encuentro con el Señor,
lo cuidará, lo protegerá y será capaz, incluso, de dar la vida por ellos.
Para nosotros los cristianos
queda claro que el cumplimiento de esta promesa se da en la persona de
Jesucristo. Él es el Buen Pastor, el que
cuida de su pueblo, que lo protege, lo instruye, se compadece y da la vida él.
La promesa cumplida, la esencia
del Buen Pastor irradiada por Cristo, es reconocida inmediatamente por el
pueblo. Por eso es que la multitud sigue
al Maestro y aun cuando decide apartarse a un lugar retirado para estar en
oración con su Padre, él es Pastor que sale al encuentro de aquellos que lo
siguen y lo necesitan. Incluso se
comporta como Buen Pastor con sus apóstoles, a quienes lleva a descansar luego
de que estos llegaron de su primera misión evangelizadora.
El evangelio de Marcos señala que
Jesús, al ver a esta multitud que lo sigue se compadece porque está como un rebaño que no tiene pastor, es decir
están abandonados, no tienen quien los cuide, quien los guíe, quien los proteja,
quien los ayude a cumplir la Alianza ni quien los lleve al encuentro con el
Señor.
Esa compasión que San Marcos
indique que sintió Jesús nunca es sentir lástima. Dios nunca siente lástima por nosotros, porque
la lástima no mueve a la acción. El Señor,
se compadece, es decir padece con
nosotros, siente con nosotros, se pone en nuestros zapatos y eso mueve su
corazón, mueve sus entrañas amorosas, para acercarse a aquel pueblo que sufre, protegerlo,
alimentarlo con su palabra, alimentarlo con el pan (como escucharemos la
próxima semana) y, en el momento culmen de la historia de la salvación, dará su
vida para que este pueblo tenga vida y vida en abundancia. Nos enseña el papa Francisco: «la
compasión, que es el estilo de Dios. El estilo de
Dios es cercanía, compasión y ternura» (18.07.2021).
La compasión de este Buen Pastor
es tal, que es capaz de entregarse totalmente por su rebaño, que es la
humanidad entera, la cual recibirá como don, la salvación que Él con su muerte
y su resurrección ha traído para todos.
Es el Pastor que apacienta, cuida y lleva a su rebaño al encuentro con
el Padre.
Así lo deja claro Pablo en la
carta a los Efesios cuando nos dice que los que antes estaban lejos, ahora
están cerca, en virtud de la sangre de Cristo.
El acontecimiento pascual nos acerca a Dios y nos une como un único
rebaño porque tiene un único Pastor.
Esta palabra llena de esperanza nuestro
corazón, porque asegura que nuestra vida en las manos de Cristo va a superar
todo aquello que nos aparta de Dios. Él
cumplirá su misión de Pastor al guiarnos hacia la casa del Padre y, mientras
peregrinamos hacia esta morada, Él cuida cada uno de nuestros pasos,
alimentándonos con su palabra y con el pan.
Por esto la Eucaristía es el
encuentro culmen con el Buen Pastor, en ella a quienes Cristo ha asociado a su
misión de pastorear, enseñan en su nombre y distribuyen el Pan Eucarístico,
para fortalecer el camino hacia la casa del Padre.
Que la experiencia del encuentro
con el Buen Pastor, nos haga, también a nosotros, compasivos, guardianes y
auténticos compañeros de camino de los hermanos, para que así, este rebaño que
tiene al mismo Cristo como Pastor, sea cada vez más unido y solidario.