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A imagen del Buen Pastor

Seminarista Francisco Javier Umaña Román, II Formando Discípulos, Diócesis de Cartago

Cada vocación es un don de Dios para su Iglesia, pues cada llamada está siempre en función de la comunidad, es decir, a su servicio. De manera particular, este artículo centrará su atención en la vocación sacerdotal, la cual desde su aspecto concreto es importante e imprescindible para la edificación del cuerpo de Cristo, en este sentido la Escritura nos dice que cada miembro aporta para el crecimiento y la edificación en el amor (cfr. Ef. 4,16).

Lo primero que se puede destacar es que el Señor llamó a unos para que estuvieran con él (cfr. Mc 3,13-14), de aquí se desprende un rasgo fundamental del sacerdote, y es que nunca deja de ser discípulo del Señor, pero a su vez, por medio de la ordenación presbiteral recibe la potestad de Cristo Cabeza y Pastor, para ser guía de una porción del rebaño, colaborando con el Obispo en esta misión.  De esto surgen una serie de actitudes que deben existir en el presbítero, el cual debe configurar su corazón con el de Jesucristo, para que de este modo glorifique a Dios y al mismo tiempo sea testimonio para el mundo.

La humildad, debe estar presente en la vida del sacerdote pues, a pesar de su limitación, el Señor ha puesto los ojos en él para llevar a los hombres la Buena Nueva, ya que Dios lo llama de entre los hombres, para que su servicio llegue a todas las realidades que se viven en el mundo, por tal motivo está comprometido a conocer la realidad y desde el Evangelio proponer un estilo de vida distinto al que se ofrece el mundo, ya que la Palabra siempre es viva y eficaz. De modo particular debe hacer frente al desafío que presenta la sociedad actual, por esto es indispensable el encuentro diario con Dios y la celebración de los sacramentos, esto a su vez complementado por la formación que ha recibido. Además, para llevar adelante toda la acción evangelizadora, es necesario el apoyo de los laicos, pues solo en comunidad se puede cumplir con la misión encomendada por Jesús.

La opción por el celibato que el sacerdote abraza, le permite tener un corazón indiviso para poder entregarse totalmente al Señor y para servir de manera total a sus hermanos, ya que deben enseñar al pueblo a vivir en el amor, para esto deben ser pastores que ayuden y gobiernen al pueblo con un corazón puro, lo cual sólo es posible cuando se hace una entrega total a Dios, todo esto a ejemplo de Cristo, quien se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo (Flp 2,7), para el bien y salvación de las almas. Por esto, el sacerdote como discípulo sigue a su Maestro.

Ante todo, es necesario seguir orando al Señor por todos los sacerdotes, para que en medio de sus dificultades y fragilidades sigan perseverando en el servicio que prestan a la comunidad cristiana. Además, para que Dios les conceda la docilidad y la humildad necesarias para dejarse guiar por el Buen Pastor y que de este modo puedan seguir siendo reflejo de la misericordia y del amor de Dios en una sociedad que vive como ovejas sin pastor (Cfr. Mt 9,36-37)