Mons. José Rafael Quirós Quirós arzobispo metropolitano de San José
Con
el inspirador lema "Peregrinos de Esperanza", nos preparamos para celebrar el
Jubileo 2025, que se extenderá desde el 24 de diciembre de 2024 hasta el 14 de
diciembre de 2025. Esta convocatoria nos invita a meditar en nuestra realidad
como Iglesia peregrina, en constante búsqueda del rostro de Dios y nos exhorta
a reencontrar el propósito de nuestro camino espiritual. El Jubileo nos anima a
ser dóciles al Espíritu para rejuvenecer nuestro ser, tanto en lo personal como
en lo colectivo.
"Peregrinación" es una palabra con raíces latinas que nos remite a "viajar por los campos" o "atravesar fronteras". Así, peregrinar va más allá de simplemente trasladarse; representa siempre una oportunidad para renovar nuestra vida
En
el libro del Génesis, Abraham es llamado por Dios para dejar su tierra y su
parentela y dirigirse hacia la tierra que Dios le mostrará (Génesis 12,1). Este
llamado marca el inicio de un viaje de fe hacia una tierra prometida que aún no
conoce. Después de la liberación de la esclavitud en Egipto, el pueblo de
Israel experimenta una peregrinación física y espiritual a lo largo del
desierto hacia la tierra de Canaán, la tierra prometida por Dios a Abraham.
Durante este viaje de cuarenta años, Israel enfrenta desafíos, incluyendo la
tentación de la idolatría, la falta de fe y la rebelión. Sin embargo, también
experimenta la provisión milagrosa de Dios, como el maná y el agua de la roca,
y la presencia divina en la columna de nube y fuego.
La
vida terrena de Jesús puede entenderse también como una peregrinación. Desde su
nacimiento en Belén hasta su muerte en la cruz, Jesús camina entre los hombres
como el Hijo de Dios encarnado, trayendo la luz y la verdad al mundo. Su vida
está marcada por viajes y desplazamientos constantes mientras proclama el
Evangelio del Reino, sana a los enfermos, libera a los oprimidos y enseña acerca
del amor y la misericordia de Dios. Su resurrección y ascensión representan la
victoria sobre el pecado y la muerte, regalándonos la esperanza de la vida
eterna junto a Dios.
La
Iglesia, en su peregrinar, está invitada a luchar y superar todas las barreras,
para abrazar con gozo la nueva realidad en Cristo. Progresamos con
determinación hacia nuestro fin supremo: la comunión definitiva con Dios. Este
deseo ferviente por alcanzar nuestra morada eterna no nos distrae de nuestras
responsabilidades terrenales. Por el contrario, nuestra vocación a la unión
plena con Cristo, en compañía de ángeles y santos, es precisamente lo que
alimenta nuestro empeño cristiano en la tierra.
En
nuestra peregrinación, no transitamos solos ni sin dirección. No es una carrera
individual, sino que caminamos como comunidad eclesial y es esta unión la que
fortalece nuestros lazos. Juntos, experimentamos las alegrías y superamos los
obstáculos del camino, ofreciéndonos apoyo mutuo y cultivando la unidad. La
experiencia de peregrinar en comunidad nos enseña a ver la Iglesia no como una
organización, sino como una gran familia de fe.
Ser
peregrinos de la esperanza significa ser portadores del amor y la compasión de
Dios en un mundo que a menudo se ve sumido en la desesperación y el desánimo.
Al vivir como peregrinos de la esperanza, nos convertimos en una fuente de
inspiración para que otros busquen y encuentren la luz que nos guía. Hoy más
que nunca, hemos de sentirnos llamados a ser signo de esperanza.
Aceptemos
con gozo esta vocación de ser peregrinos en el mundo, listos siempre para
enfrentar todo acontecimiento con valentía y esperanza. Que el Señor nos guíe
para emprender con fe y determinación el camino que nos conduce hacia Él,
confiando en su constante acompañamiento. Que cada paso que demos sea un
testimonio vivo de nuestro anhelo de crecer en nuestra comunión con Dios y de
irradiar su luz a todos los que nos rodean.