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Iglesia

Jóvenes constructores de la civilización del amor

Mensaje de los Obispos de la Conferencia Episcopal a la Iglesia y al pueblo de Costa Rica con ocasión del Mes de la Juventud

Nuestra Iglesia, tradicionalmente, dedica el mes de julio a los jóvenes. Por esa razón, se multiplican en estos días encuentros y espacios en los que, junto a ellos y con ellos, reflexionamos y oramos por los jóvenes, renovamos nuestra apertura e invitación para que se sientan parte de nosotros y participen con su protagonismo en un caminar sinodal.
Bien dice el Papa Francisco que los jóvenes no son solo el futuro, sino el presente de la Iglesia y del mundo, su rostro más radiante y auténtico por los valores y las convicciones que los caracterizan. La juventud debe ser un tiempo de entrega generosa, de ofrenda sincera, de sacrificios que duelen pero que nos vuelven fecundos (cfr. Christus vivit, 107). Con el Santo Padre decimos a los jóvenes: No dejen que les roben la esperanza y la alegría, que los narcoticen para usarlos como esclavos de sus intereses. Atrévanse a ser más, porque su ser importa más que cualquier cosa.
Muchos son los signos de esperanza que encarna nuestra juventud. En el corazón de la inmensa mayoría de nuestros jóvenes hay un auténtico deseo de bien, perviven altos ideales y proyectos generosos, quieren ser agentes y constructores de una nueva civilización, más plenamente humana, compasiva, entregada al servicio, consciente de sus capacidades y de sus responsabilidades, comprometida con la paz, el diálogo, la atención de los hermanos necesitados, el desarrollo integral y la protección de la Casa Común.
No faltan los signos de amenaza como el resentimiento y la autoreferencialidad por las heridas de los golpes de la vida, las relaciones tóxicas de dominio, manipulación, acoso; las ideologías deshumanizadoras, las adicciones de cualquier tipo que esclavizan, las dinámicas sociales de consumismo e indiferencia ante el sufrimiento de los demás, la discriminación, la violencia...
Nuestros jóvenes tienen el derecho a vivir en un entorno seguro y enriquecedor en el que se respete su dignidad. Por eso, causan dolor noticias como las que han trascendido en los últimos días, relacionadas con actos de acoso y violencia entre jóvenes. Nos referimos, en concreto, a lo que sucedió el pasado 27 de junio, cuando, según un video que se viralizó a través de las redes sociales, una joven de nombre Valentina que viajaba en un bus de San Carlos junto a un grupo de compañeros, habría sido víctima de golpes y actos detestables contra su dignidad por parte, aparentemente, de un joven de 16 años. Mientras eso sucedía, los demás compañeros reían y grababan las escenas, convirtiéndose, por omisión de ayuda, en posibles cómplices de la agresión.
Este y otros hechos similares reflejan la triste realidad del acoso y la violencia entre jóvenes. Más que un incidente aislado, el acoso es un patrón de comportamiento. 
Los acosadores tienen la intención de causar dolor, ya sea a través del daño físico o de palabras o comportamientos hirientes, y lo hacen de manera repetida. Se sitúan en una posición de poder convirtiéndose en líderes negativos. El acoso puede tener consecuencias perjudiciales y duraderas para quienes lo sufren. Además de efectos físicos, puede ocasionar daños emocionales, espirituales y de salud mental, como depresión o ansiedad, que pueden derivar en situaciones graves.
Es cierto que ante el acoso que sufrió Valentina se han multiplicado las voces de censura, así como manifestaciones de solidaridad. Hacia ella y su familia nuestra cercanía humana y nuestra oración. Ayudemos a sanar también a los actores del acoso. Están en marcha acciones institucionales para sentar las responsabilidades pertinentes. Pero no olvidemos que la mayoría de los casos pasan lejos de las cámaras y las redes sociales. Muchos de nuestros jóvenes sufren en silencio la violencia y la injusticia de una sociedad que, en este tema, como en muchos otros, mira para otra parte.
Se necesita es una verdadera conciencia acerca de la magnitud de la descomposición social que estamos sufriendo en Costa Rica. Y a la par, el compromiso de actuar de forma continua y comprometida por la instauración de una cultura de paz que transforme nuestras relaciones. No podemos seguir normalizando los hechos de violencia como inevitables ni ocultar el dolor de tantos hermanos reduciéndolo a simples datos estadísticos o a espectáculos mediáticos.
En nuestras manos está hacer que el bien, la bondad y la solidaridad sean el signo distintivo de nuestras relaciones. Y el lugar donde se plantan las semillas de la paz y el entendimiento es el hogar. Las familias están llamadas a ser santuario del amor y de la vida, escuelas de humanidad, forjadoras de relaciones afables y positivas, gestoras de entornos sanos y acogedores en donde todos aprendamos a ser ciudadanos. Que los jóvenes aprendan de sus familias a valorar la familia y se preparen, desde el noviazgo, para formar familias generosas abiertas a la vida, generadoras de fraternidad.
Invoquemos al Espíritu Santo para que inspire, ilumine y fortalezca a los jóvenes en su crecimiento como personas a la medida de Cristo, con la intercesión también de María nuestra Madre, la Reina de los Ángeles cuya fiesta nos preparamos a celebrar y del joven Beato Carlo Acutis.

En San José a 11 de julio del 2024, en el mes de la juventud.