Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
La palabra de Dios de este XIII
Domingo del Tiempo Ordinario, continúa presentando a Jesús que anuncia el Reino,
no sólo con palabra sino con acciones concretas que dan sustento a su
predicación, así mismo, sus acciones dejan de manifiesto que este Reino que Él anuncia
y predica es ya una realidad en medio de la historia, gracias a sus gestos de misericordia
y a sus signos milagrosos.
Este domingo en el evangelio de San
Marcos se narra cómo Jesús realiza dos milagros a dos distintas mujeres. Primero, ante la petición de Jairo uno de los
jefes de la sinagoga, Jesús va a sanar a su hija agonizante y luego, de camino,
una mujer con doce años de padecer una enfermedad que le producía flujos de
sangre, se mete entre la multitud para tocar el manto del Señor. Las dos mujeres reciben un milagro de manos
de Jesús y quedan sanas.
Ambos milagros son muy
significativos y vuelven a dejar de manifiesto cómo Jesús actúa siempre en
favor de quién está pasando necesidad y sufrimiento. Asimismo estos milagros van a demostrar que
Jesús no sólo viene a sanar la salud física de la persona humana, sino que
además viene a devolver la dignidad que aquella enfermedad, unida a las
posturas legales de la época, arrebataban a aquellas mujeres enfermas.
Especialmente esto es evidente en
el caso de la hemorroísa. El contacto
con la sangre hacía que esta mujer tuviera doce años no sólo de sufrir la
enfermedad sino de ser considerada impura y por tanto estar alejada y discriminada
de todo el ámbito social, familiar y religioso.
El milagro que recibe, no sólo le
devuelve la salud, sino que la libera de la impureza y le restituye la
dignidad. Y más aún, Jesús al buscar a
quién lo había tocado y al llamar a esta mujer «Hija» delante de la multitud, está dejando de manifiesto la nueva
condición de aquella mujer, que ha quedado sana, ha quedado limpia y es
testimonio vivo de que Dios está actuando en la historia.
El papa Francisco al respecto nos
recuerda lo siguiente: «Jesús
mira siempre el modo de salvarnos, mira el hoy, la buena voluntad y no la mala
historia que tenemos. Jesús va más allá de los pecados. Jesús va más allá de
los prejuicios. No se queda en las apariencias, Jesús llega al corazón. Y la
cura precisamente a ella, a la que habían rechazado todos. Con ternura la llama
«hija» (v. 34) - el estilo de Jesús era la cercanía, la compasión y la ternura: "Hija..."- y alaba su fe, devolviéndole la confianza en sí misma» (27.06.2021).
Esta nueva condición es
precisamente el estado en el cual Dios ha querido crear al ser humano, no
destinado a la muerte o a la destrucción, sino creado, con la dignidad de hijo
de Dios y por tanto destinado para la inmortalidad, como lo ha dicho el libro
de la Sabiduría en la primera lectura.
Condición que la envidia del
diablo, es decir el pecado y sus consecuencias, han buscado arrebatar a la
dignidad del ser humano creado por Dios.
Por tanto, Cristo viene a
restaurar lo que la envidia del diablo
ha querido destruir, es decir nuestra condición de hijos. Lo hace con la instauración del Reino,
entrando y transformando nuestra historia con su muerte y su resurrección,
porque es el acontecimiento pascual lo que nos hace hijos, nos redime, nos
salva y por tanto nos hace herederos de la inmortalidad.
Esta verdad del Reino de Dios
anunciado por Jesús, se hace palpable con las acciones milagrosas y los gestos
de misericordia que Él ha realizado, tanto la semana anterior al calmar la
tempestad, como este domingo al sanar a estas dos mujeres. El Reino es cercanía de Dios que sana y que
salva, dando a cada ser humano la dignidad de hijo y por tanto con el regalo de
ser cuidado por el amor paterno del único Dios revelado por Jesucristo.
Este Reino, anunciado e
instaurado por Jesucristo, Él ha querido confiarlo a cada uno de los
bautizados, cuando al ascender a los cielos envía a los apóstoles a anunciar el
Reino y a realizar las mismas acciones que él hacía en favor de la humanidad.
Por esto el llamado que hace
Pablo en la segunda lectura a ser generosos en medio de la necesidad que pasa
la comunidad de Jerusalén, la entendemos en esta misma dimensión: El Reino nos hace hijos de Dios, por
consiguiente hermanos del prójimo y por ende responsables de las necesidades
del hermano que sufre. En la experiencia
del Reino querido por Jesucristo a nadie le debe faltar amor, solidaridad y
generosidad por parte de los hermanos.
Este es un compromiso fortísimo
para todo cristiano: luchar para que
exista más solidaridad, mayor equidad y menos sufrimiento debido a las
dificultades que tantos hermanos puedan estar pasando. En la cotidianidad, cada cristiano debe tener
gestos que ayuden a los hermanos para que se sientas amados y cuidados por Dios
y acompañados por una comunidad.
Este domingo Dios nos llama a que
el encuentro comunitario en la oración y en la eucaristía, nos lleve a vivir el
compromiso del Reino de forma cada vez más intensa, para que siempre, desde
nuestras comunidades, se acompañe el sufrimiento del hermano con generosidad,
solidaridad y compasión.