Mensaje de los Obispos de la Conferencia Episcopal de Costa Rica
En la solemnidad del martirio de San Pedro
y San Pablo, testigos valientes de la fe en Jesucristo, que entregaron su vida
en medio de situaciones de violencia, los Obispos de la Conferencia Episcopal
de Costa Rica nos dirigimos al Pueblo de Dios y a todas las personas de buena
voluntad, ciudadanos de nuestro país, para reiterar nuestro llamado a un
genuino y efectivo compromiso de todos, ante la ola de violencia en nuestro
país.
Como Iglesia, somos conscientes de la gravedad de esta problemática que dolorosamente tiende a extenderse en el tiempo y en muchas direcciones, por lo que nos unimos al empeño de buscar caminos de unidad y de paz para enfrentar tan compleja situación. Proclamamos "que la violencia es un mal, que la violencia es inaceptable como solución de los problemas, que la violencia es indigna del hombre. La violencia es una mentira, porque va contra la verdad de nuestra fe, la verdad de nuestra humanidad. La violencia destruye lo que pretende defender: la dignidad, la vida, la libertad del ser humano".
Miramos con dolor la gran cantidad de
homicidios que se vienen acumulando, muchos de ellos tienen implicados a jóvenes,
ligados al narcotráfico o a la delincuencia organizada. Se observa un
agravamiento en la perversidad y capacidad organizativa con que se perpetran. Observamos
una alta persistencia en los casos de violencia a lo interno de los hogares,
donde mujeres, niños y adultos mayores son las principales víctimas. A esto se agrega la violencia en los centros
educativos, lugares de trabajo, en las carreteras y otros muchos contextos.
Hay una complejidad de factores
involucrados en la violencia. No se distribuye de manera uniforme, ni social ni
geográficamente. Se concentra sobre todo donde la vulnerabilidad expone a las
personas a un influjo mayor de factores perjudiciales. En cada suceso,
parafraseando al papa Francisco, queda en entredicho el proyecto de la
fraternidad de la familia humana, puesto que alimenta la desconfianza que se
manifiesta en la construcción de "muros", para mantener la distancia con los
demás (cf. FT 27) o incluso la anulación total del otro, como Caín y Abel, ante
el grito de Dios: "¿Dónde está tu hermano?" (Gn 4,9).
Es momento de preguntarnos ante este
panorama: ¿vamos a normalizar los hechos de violencia aceptando que es
inevitable? ¿Vamos a seguir admitiendo que el dolor de tantos hermanos se
reduzca a simples datos estadísticos o a espectáculos mediáticos? Reconocemos
que en nuestras comunidades hay grandes manifestaciones de bien, bondad y
solidaridad que contrastan con tanto dolor. Creyentes y no creyentes deseamos
condiciones sociales que nos permitan vivir dignamente y en libertad, vivir sin
miedo.
Instamos una vez más a los servidores
públicos de todas las instituciones de la República, a no escatimar esfuerzos
para asumir las medidas pertinentes y atender a profundidad esta urgente
problemática. En ese sentido, es necesario ejercitarse en "una sana política,
capaz de reformar las instituciones, coordinarlas y dotarlas de mejores
prácticas, que permitan superar presiones e inercias viciosas» (cf. LS 181; FT
177). No es fácil, pero sí urgente, porque están sufriendo y muriendo nuestros
hermanos.
Seamos conscientes de que las soluciones
no son inmediatas y demandan la colaboración de todos. "La paz se construye día
a día en la búsqueda del orden querido por Dios y sólo puede florecer cuando
cada uno reconoce la propia responsabilidad para promoverla. Para prevenir
conflictos y violencias, es absolutamente necesario que la paz comience a
vivirse como un valor en el interior de cada persona: así podrá extenderse a
las familias y a las diversas formas de agregación social, hasta alcanzar a
toda la comunidad política" (Compendio de Doctrina Social de la Iglesia n.
495).
Nos encomendamos a Nuestra Madre del cielo, Nuestra Señora de Los
Ángeles, la Reina de la paz. Que interceda ante su Hijo, Príncipe de la paz,
para que encontremos caminos que conduzcan a una sana convivencia que nos
permita vivir en la dignidad de los hijos de Dios.
Dado en la sede de la Conferencia Episcopal de Costa Rica el 28 de junio, 2024.