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Arzobispo

La fuerza de la esperanza cristiana

Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José

En su epístola a los Romanos, San Pablo nos transmite este mensaje de aliento y consuelo: "La esperanza no defrauda" (Rom 5,5). Esta enseñanza es una ferviente invitación a abrazar la vida con optimismo y confianza.

La esperanza que nos presenta el apóstol no es sentimiento efímero ni superficial; es una convicción sólida, cimentada en las enseñanzas de Cristo: "Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo" (Mateo 28,20). En efecto, el Señor no solo nos invita a vivir a la esperanza, sino también a ser valientes, sabiendo que él mismo nos acompaña en cada paso de nuestro camino, ofreciéndonos su presencia constante e incondicional.

Esta "esperanza que no defrauda" ha de resonar con fuerza en este tiempo, especialmente al ser retomada por el Papa Francisco en la convocatoria del Jubileo Ordinario del Año 2025, una experiencia de gracia para toda la Iglesia.  

El Papa Francisco elige la esperanza como eje de reflexión y acción, considerándola una virtud fundamental que debe sostener y guiar a la humanidad en tiempos de dificultad. La esperanza tiene el poder de transformar la oscuridad en luz y de ayudarnos a ver nuestra existencia desde la mirada de Jesús, "que es nuestra esperanza". Hablar de esperanza hoy significa hablar de esa fuerza vital, que nos permite enfrentar el presente con la certeza de un futuro positivo y luminoso; ella nos anima a soñar juntos y a transmitir la vida como don de Dios al mundo.

Hoy, cuando parece que vivimos aún más en una tónica de sesgo negativo, donde la visión pesimista y catastrófica domina con frecuencia el discurso público y los medios de comunicación. Es cuando más debe resonar la voz de esperanza, "no teman yo he vencido al mundo".

Precisamente, el Año Jubilar invita a redescubrir la esperanza en los signos de los tiempos, interpretándolos a la luz del Evangelio, para responder a los interrogantes humanos sobre el sentido de la vida. La Iglesia debe ayudar a evidenciar todo lo bueno que hay en el mundo y hacer posible porque los anhelos humanos sean signos de esperanza. Esto es especialmente urgente en un mundo sumergido en guerras, donde el llamado a la paz debe ser una prioridad concreta y valiente para todos, impulsando a los líderes a poner fin a los conflictos y construir una paz duradera.

Como nos enseña el Santo Padre: "La imagen del ancla es sugestiva para comprender la estabilidad y la seguridad que poseemos si nos encomendamos al Señor Jesús, aun en medio de las aguas agitadas de la vida. Las tempestades nunca podrán prevalecer, porque estamos anclados en la esperanza de la gracia, que nos hace capaces de vivir en Cristo superando el pecado, el miedo y la muerte. Esta esperanza, mucho más grande que las satisfacciones de cada día y que las mejoras de las condiciones de vida, nos transporta más allá de las pruebas y nos exhorta a caminar sin perder de vista la grandeza de la meta a la que hemos sido llamados, el cielo". (La esperanza no defrauda).

María es el testimonio más alto de esperanza. Cada vez que miraba a su Hijo, pensaba en el futuro, llevando en su corazón las palabras de Simeón sobre la caída y elevación de muchos y el dolor que ella misma sufriría. Al pie de la cruz, a pesar del dolor desgarrador, María repetía su "sí", manteniendo la esperanza y la confianza en el Señor. Así, cooperaba en el cumplimiento de la misión de su Hijo, convirtiéndose en nuestra Madre, Madre de la esperanza que nos auxilia, sostiene y nos invita a confiar y seguir esperando.

Oremos para que este Jubileo sea un tiempo vivido con fervor y que nuestra esperanza en Dios se manifieste, haciendo de nosotros fermento de cambio, proclamando la promesa de un nuevo cielo y una nueva tierra llenos de justicia y paz. Que este Año Santo nos inspire a ser heraldos de esperanza, llevando su luz transformadora a cada rincón del mundo, y que nuestra fe se renueve para contagiar a muchos con el anhelo de un futuro mejor.