Seminarista Oscar Felipe Hernández Lobo
Dios crea y renueva todo, el amor y la misericordia son los pilares fundantes del plan de vida para cada uno de nosotros ¿Cuál es el medio que Él provee para lograr ese acometido divino? La respuesta es la vocación (es un mundo vasto y debe de haber más educación al respecto) y es presentada como la herramienta propuesta por Dios requerida para cumplir su voluntad. Lo que poco se sabe es la existencia de tres vocaciones en la vida cristiana, hablaremos de estas en el siguiente artículo.
La palabra vocación suele ser escuchada mucho, sobre todo cuando se trata de la sacerdotal, pero ¿sabemos realmente el significado del mismo? Según el diccionario de la Real Academia Española, este término posee su raíz latina en vocatio significando la acción de llamar, específicamente la inspiración con que Dios llama a algún estado, especialmente al de religión. Así mismo, es interesante reflexionar en torno a esta acción divina como una voz amorosa y seductora hacia Él.
Provenimos del Señor, Uno y Trino, y hacia Él caminamos, en peregrinación comunitaria, ejerciendo los dones dados para la edificación de su Iglesia. La primera vocación es ese llamado a la vida, es decir, a la existencia en el mundo. La vida es un milagro, don del Señor para desarrollarse, según el plan salvífico designado a cada persona. Dios creó al hombre a imagen y semejanza suya, con su bendición para cumplir la voluntad de Él en la tierra. (Cfr. Gn 1,27ss).
La segunda vocación, y de la cual es necesario un adecuado discernimiento, es la específica, la cual es la comúnmente hablada, y por ende la más conocida. La Iglesia es el conjunto de partes conformadas para la formación del Cuerpo Místico de Cristo, y cada elemento tiene una función específica o carisma (Cfr. 1Cor 12, 12-27). Los bautizados son llamados por el Espíritu Santo para cubrir las necesidades de la Iglesia, a través de estados de vida particulares como lo son: sacerdotal, matrimonial, consagrados (as), laicos comprometidos. Por lo tanto, estas se mantienen como una donación desinteresada al pueblo de Dios.
Por último, la vocación eterna y más importante a la que Dios cita a todos por igual, es la santidad. El proyecto divino para cada hijo de Dios: establecer una unión íntima con Cristo, ser amigos e imitar todas sus virtudes concretizadas en los hermanos. El Catecismo de la Iglesia Católica (numeral 2013) subraya: Todos son llamados a la santidad: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. (Mt 5,48).
Por lo tanto, la llamada a la vida es ser partícipes en la comunión establecida en la Santísima Trinidad: Dios Padre manifiesta su amor al crearnos (vida) para ser plenos, Dios Hijo cumple la voluntad del Padre (específica) al salvarnos y del cual debemos imitar su ejemplo con nuestros hermanos, y Dios Espíritu Santo nos santifica (santidad) mediante la gracia ejercida en cada una de las vocaciones. Todo lo sintetiza el papa Francisco afirmando que ?el núcleo de la vocación cristiana es imitar a Jesucristo, que vino a ser y no para ser servido.