Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
Este domingo XI del Tiempo
Ordinario, la Palabra de Dios nos regala una hermosa predicación de Cristo sobre
el Reino de Dios. Jesús, por medio de
dos parábolas y a partir de elementos de la cultura agrícola, explica cómo el
Reino de Dios actúa en medio del mundo.
Jesús utiliza en ambas parábolas
la figura de la semilla, la primera
es una semilla cualquiera que es sembrada en la tierra y que por sí sola
germina y crece hasta dar fruto. Hay una
acción del sembrador, él es quien siembra, tendrá que cuidar la tierra, quitar
la mala hierba y al final le corresponderá recoger los frutos. Pero la acción dinámica que hace que la
semilla germine, crezca y dé fruto no dependerá del sembrador sino de una fuerza
superior en la que éste confía y espera.
Esto es precisamente lo que es el
Reino: es la acción transformadora de
Dios, que actúa en el silencio y que toma las pequeñas acciones que el ser
humano puede realizar y las hace dar frutos, que serán bendición para todos.
Ya en el Antiguo Testamento, el
profeta Ezequiel hablaba de la acción de Dios que es capaz de transformar y dar
vida. El profeta manifiesta que Dios
pudo tomar un retoño de un gran cedro y sembrarlo en lo alto de Jerusalén, para
que fuera el más alto y frondoso de los árboles del campo y se convirtiera en
un lugar desde donde brota vida porque incluso los pájaros pueden anidar en sus
ramas.
Este pasaje hace referencia al
regreso a la Tierra Prometida del pueblo elegido desterrado en Babilonia y manifiesta
claramente que la acción salvífica está en manos de Dios, porque Él puede
restaurar, salvar y dar nueva vida al pueblo que está sufriendo.
Esta acción de dar vida está
recogida en la segunda parábola. Jesús
habla de una semilla en específico, la semilla de mostaza, la más pequeña de
todas las semillas, pero que se convierte en el mayor de los arbustos, en el que
incluso los pájaros pueden anidar en sus ramas.
El para Francisco explica de
manera muy hermosa esta segunda parábola.
Nos dice el santo padre «Jesús compara el Reino de Dios, esto es,
su presencia que habita el corazón de las cosas y del mundo, con el grano de
mostaza, la semilla más pequeña que hay: es pequeñísima. Sin embargo, arrojada
a la tierra, crece hasta convertirse en el árbol más grande (cf. Mc. 4,31-32). Así hace Dios. A veces,
el fragor del mundo y las muchas actividades que llenan nuestras jornadas nos
impiden detenernos y vislumbrar cómo el Señor conduce la historia. Y sin
embargo - asegura el Evangelio - Dios está obrando, como una pequeña semilla
buena que silenciosa y lentamente germina. Y, poco a poco, se convierte en un
árbol frondoso que da vida y reparo a todos. También la semilla de nuestras
buenas obras puede parecer poca cosa; mas todo lo que es bueno pertenece a Dios
y, por tanto, humilde y lentamente, da fruto. El bien ?recordémoslo? crece
siempre de modo humilde, de modo escondido, a menudo invisible» (13.06.2021).
El
Señor, reitera, en esta segunda parábola, que tomando lo que desde nuestra
pequeñez podemos aportar, Él puede hacer grandes maravillas: hace que su Reino vaya creciendo, vaya
abarcándolo todo y vaya dando vida nueva y salvación al mundo entero.
Estas
parábolas nos hacen volver la mirada a Dios y reconocer que la construcción del
Reino es obra solamente suya; pero que Él cuenta con nuestro aporte,
posiblemente pequeño y pobre como las semillas de las parábolas, pero que en
las manos de Dios, en su acción que todo lo transforma, este aporte permitirá
que el Reino crezca y dé vida y salvación a tantos que lo buscan y lo
necesitan.
Este
domingo hemos reconocido en la Oración Colecta, que nuestra humana debilidad no puede nada sin la gracia de Dios, por
esto, confiemos nuestra vida al Señor, a su gracia, para que su fortaleza, en
medio de nuestra pequeñez, nos permita ser colaboradores en la construcción del
Reino y que toda nuestra vida contribuya a que la acción de Dios continúe
transformando la historia y la vida de toda persona humana.
También,
este domingo, celebramos el día del padre.
Cada uno de los que el Señor llama a esta vocación, debe asumir el
compromiso de hacer el bien en la vida de sus hijos, aportando desde sus limitaciones
humanas, lo mejor que su amor pueda dar.
Eso, que puede parecer pequeño a los ojos humanos, Dios es capaz de
convertirlo en grandes maravillas en el camino de los hijos y de las familias
en general.
Por
eso oramos por aquellos a quienes Dios ha llamado a la misión de ser padres de
familia, tanto los que siguen en medio de nosotros, para que cumplan a
cabalidad esa misión, como por aquellos que ya no están para que el Señor los
haga participar del Reino eterno.