Al concluir las festividades de la Pascua, el año litúrgico nos presenta tres solemnidades con las cuales retomamos el Tiempo Ordinario: La Santísima Trinidad, el Corpus Christi y el Corazón de Jesús.
Este domingo celebramos la primera de estas fiestas, es decir la Solemnidad de la Santísima Trinidad. El papa Francisco nos enseña que en esta fiesta contemplamos «el misterio de un único Dios y este Dios es el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. ¡Tres personas, pero Dios es uno! El Padre es Dios, el Hijo es Dios, el Espíritu es Dios. Pero no son tres dioses: es un solo Dios en tres Personas. Es un misterio que nos ha revelado Jesucristo: la Santa Trinidad. Hoy nos detenemos a celebrar este misterio, porque las Personas no son adjetivaciones de Dios: no. Son Personas, reales, distintas, diferentes; no son - como decía aquel filósofo - "emanaciones de Dios": ¡no, no! Son Personas. [...] El Padre es amor, el Hijo es amor, el Espíritu Santo es amor. Y en cuanto es amor, Dios, aunque es uno y único, no es soledad sino comunión, entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo» (30.05.2021).
La palabra de Dios proclamada en esta solemnidad, tiene como objetivo, que contemplemos el misterio del amor trinitario: Dios que ha revelado que su esencia es el amor, como nos ha recordado el papa. Un amor ad intra, amor que es perfecto y por tanto unifica a las tres personas divinas en una sola naturaleza, pero, este amor perfecto también es ad extra, porque vuelca todo su amor hacia la humanidad, Él es el Emmanuel el Dios con nosotros.
El libro del Deuteronomio presenta a Moisés preguntándole al pueblo elegido sobre la conciencia que tienen de cuánto Dios los ama, de cuánto ha sido cercano, de cuánto los ha cuidado. Dice Moisés que el Dios que se he revelado en la zarza ardiente, es un Dios que ha hecho obras portentosas, no para mostrar su poder, sino para mostrar su cercanía y su amor por Israel, siendo el Dios que acompaña su peregrinar y que lo constituye como el pueblo de la Alianza, el pueblo de su propiedad.
Esta experiencia de encuentro con un Dios cercano, amoroso y misericordioso es la que vive San Pablo y es una experiencia que le permite reconocer a Dios como Padre, es más como Abbá, un papá cercano, que le da a él y a toda la humanidad la herencia del Reino: somos herederos de Dios y coherederos con Cristo, es decir, este Padre amoroso nos configura con Cristo, para participar de su misma gloria. Esta experiencia ha transformado de tal forma la vida de Pablo, que la debe compartir, la debe testimoniar.
Esta también será la experiencia de los discípulos, que han estado con Jesucristo, segunda persona de la Trinidad, han escuchado su predicación, han contemplado sus milagros y han sido testigos del acontecimiento pascual, la muerte y la resurrección que es el modo más palpable con el cual Dios se revela como Padre amoroso.
Por esta razón, los apóstoles serán los primeros en salir a anunciar y a enseñar la verdad revelada por Cristo. Ellos han hecho experiencia, en primera persona, del amor revelado por el Hijo y por tanto, no pueden dejárselo para sí, sino que lo comparten con toda la humanidad, anunciando, enseñando y bautizando.
El común denominador de Moisés, de Pablo y de los apóstoles es que han experimentado el amor del Dios, que es creador, redentor y santificador. Y que esta experiencia ha transformado de tal modo sus vidas, que deben comunicarla, compartirla y testimoniarla. A este respecto el papa Francisco nos exhorta: «En la Trinidad reconocemos también el modelo de la Iglesia, en la que estamos llamados a amarnos como Jesús nos amó. Es el amor el signo concreto que manifiesta la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo [...] Todos estamos llamados a testimoniar y anunciar el mensaje de que "Dios es amor", de que Dios no está lejos o es insensible a nuestras vicisitudes humanas. Está cerca, está siempre a nuestro lado, camina con nosotros para compartir nuestras alegrías y nuestros dolores, nuestras esperanzas y nuestras fatiga» (15.05.2014).
Por esto, al meditar, en esta fiesta, sobre el Dios uno y Trino que profesamos los cristianos, meditamos en el Dios que es amor y que nos inunda con su amor. Amor que debe vivirse en todos los que formamos la Iglesia, porque el mayor testimonio, la mayor enseñanza que podemos dar los cristianos es vivir el amor que nos hace comunidad y por tanto nos hace imagen de la Trinidad.
Es así como daremos cumplimiento al mandato de Cristo que nos llama a anunciar y a bautizar a todas las gentes, porque sólo viviendo el amor trinitario en el diario vivir; es decir, siendo signos concretos del amor de Dios con los hermanos, especialmente aquellos que más están sufriendo, es que será posible contribuir para que los hermanos vuelvan su vida a Dios quien es la fuente del verdadero y auténtico amor.