Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
Llegamos al final de la
cincuentena pascual con la celebración de la solemnidad de Pentecostés. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos
narra el evento del envío del Espíritu Santo, acontecido cincuenta días después
de la Pascua, durante la fiesta judía llamada Pentecostés. Esta fiesta, en el calendario judío, conmemoraba
la realización de la Alianza con el pueblo elegido sellada con la entrega de las
tablas de la ley a Moisés, aproximadamente cincuenta días después de la salida
de Egipto.
Es en el contexto de esta fiesta
que la comunidad cristiana recibe el don del Espíritu Santo, manifestando de
esta manera que la Alianza Nueva y Eterna sellada con el acontecimiento pascual
de Cristo, queda inscrita, no en tablas de piedra, sino que el Espíritu la
inscribe en el corazón de cada ser humano como lo afirma San Pablo en la carta
a los romanos (cfr. Rom. 2,15).
Los Hechos de los Apóstoles narra
elementos extraordinarios, ruido, viento fuerte, lenguas de fuego; elementos
similares a los que se dan en el Sinaí cuando YHWH entrega la ley a
Moisés. Pero también narra otros acontecimientos
distintos a los del Sinaí, pero igualmente extraordinarios, como la
transformación de los apóstoles que pierden el miedo y salen valientemente a
predicar y el don de lenguas que permite a todos los presentes en Jerusalén
escuchar en su propio idioma la predicación apostólica, un carisma
indispensable en aquel momento histórico para que la verdad de Jesucristo fuera
conocida en todo el mundo.
Este don del Espíritu Santo,
enviado a la Iglesia naciente y que transforma la comunidad apostólica e
impulsa la misión, es el cumplimiento de la promesa de Cristo, que el evangelio
de San Juan nos ha presentado. Jesús
promete el envío del Paráclito que guiará a la verdad plena y que impulsará a
la comunidad apostólica a dar testimonio, dejando claro que la misión de la
Iglesia será anunciar, con la fuerza del Espíritu, la enseñanza predicada por
Cristo y la verdad del acontecimiento pascual, con los carismas que en cada
momento histórico se suscitan para que esta misión pueda ser realizada.
Hoy esta misión es de cada
cristiano, quienes desde el día de nuestro bautismo y de nuestra confirmación hemos
recibido el don del Espíritu y por tanto estamos llamados a predicar las mismas
enseñanzas anunciadas por Cristo y la verdad de la resurrección en el mundo actual,
porque el Espíritu Santo habita y actúa en nosotros todos los días y de manera
siempre nueva, cuando el corazón del creyente está abierto a su gracia.
Esta acción del Espíritu Santo en
la vida del creyente la resume San Pablo, en la segunda lectura, tomada de la
carta a los gálatas, diciendo que tenemos
la vida del Espíritu, y por tanto
actuemos conforme a ese mismo Espíritu e indica que esto se constata por el
fruto del Espíritu que es amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, fe,
mansedumbre y dominio de sí, el que nos hacen vivir en estrecha relación con
Dios y en estrecha relación con los hermanos, es decir en camino de
santificación que es la síntesis de la acción del Espíritu en nosotros, como
nos enseña el Papa Francisco «el amor de Dios actúa así: «entra hasta el
fondo del alma», pues como Espíritu obra en nuestro espíritu. Visita lo más
íntimo del corazón como «dulce huésped del alma» (ibíd.). Es la ternura misma de Dios, que no nos deja solos;
porque estar con quien está solo es ya consolar [...] El Paráclito impulsa a la
unidad, a la concordia, a la armonía
en la diversidad. Nos hace ver como partes del mismo cuerpo, hermanos y
hermanas entre nosotros»
(23.05.2021).
En el
camino de la Iglesia, el Espíritu sigue suscitando carismas para anunciar a
Cristo, muerto y resucitado y para anunciar la verdad de su predicación como
suscitó el don de lenguas el día de Pentecostés. Los medios catequéticos, pedagógicos,
audiovisuales, virtuales, etc. hoy dan un impulso al anuncio del evangelio y no
hay duda que lo ha suscitado el Espíritu para ser cercanos a los hermanos y
para que sigamos cumpliendo el mandato de Cristo de evangelizar hasta los
confines del mundo,
Pero
también el Espíritu ha seguido suscitando dones que estrechan la relación entre
los hermanos con elementos claros de solidaridad, cercanía y compasión que han
acercado a los hermanos a servir a los que
están pasando momentos de dolor.
A esto se refiere San Pablo al decir que el amor, la amabilidad y la
bondad son frutos del Espíritu.
Por eso en la oración colecta se
ha pedido al Padre que el Espíritu Santo siga enriqueciendo el mundo entero con
sus dones y que suscite en nosotros las mismas maravillas que suscitó en los
inicios de la predicación evangélica, para que nuestra vida, transformada y
animada por el Espíritu, anuncie a Cristo, con palabras y acciones que nos unan
cada vez más a Dios y a los hermanos.