Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
Desde el domingo anterior, la
Palabra proclamada recuerda con insistencia que el creyente debe manifestar su fe
en Dios por medio de frutos buenos y abundantes, los cuales deben ser testimonio
de un seguimiento auténtico de Cristo.
Estos frutos, que serán
diferentes en cada bautizado según su vocación, deben tener como denominador
común el amor, que es el distintivo
del cristiano.
La Palabra de Dios de este VI
Domingo de Pascua, nos permite meditar sobre la razón por la que es esencial la
vivencia del amor en todo aquel que quiera seguir con autenticidad a Jesús.
San Juan, en la segunda lectura,
va a decirnos con toda claridad que la esencia de Dios es el amor. Cuando el apóstol manifiesta que Dios es amor, no está dando una
característica del Dios revelado por Jesucristo, sino que nos indica que la totalidad
de Dios es amor y por tanto su forma de relacionarse tanto al interno, es decir
la comunión trinitaria, como hacia lo externo, su relación con la creación y
particularmente con la humanidad es una relación de amor. Él, nos dice San Juan, nos ha amado primero (desde
la eternidad), manifestando ese amor perfecto al crearnos y al redimirnos, por
medio de su Hijo, que con el acontecimiento pascual, nos ha perdonado y nos ha
hecho herederos de la misma vida de Dios.
Por esto San Juan enfatiza que
quien conoce a Dios, es decir quien ha hecho experiencia de Dios, ha hecho
experiencia de su amor, de su perdón y de su misericordia y por tanto
necesariamente vive en esta relación de amor con el otro, al punto de ser
capaces de dar la vida por el prójimo, como Jesús lo ha hecho por la humanidad
entera.
Pero esto, humildemente debemos
reconocerlo, no es posible vivirlo con las fuerzas meramente humanas, se hace
totalmente indispensable, la fuerza sobrenatural que viene de Dios y que
llamamos Gracia. Por esto Jesús, hoy, al igual que la semana
anterior, nos dice permanezcan en mí [...]
permanezcan en mi amor. Y agrega que
podemos tener total confianza, porque
Él nos ha llamado y nos ha elegido como amigos, prometiéndonos su amor perpetuo
e incondicional.
Por tanto, el único camino que el
ser humano tiene para amar con la radicalidad que Cristo nos pide en el
evangelio cuando nos dice «ámense los
unos a los otros como yo los he amado» y para poder dar frutos buenos y
abundantes es permanecer en el amor
de Jesús, alimentándonos de su fuerza, de su gracia, de su palabra, de sus
sacramentos, especialmente de su cuerpo y de su sangre.
La Palabra de Dios nos enseña que
esto es posible al ponernos el ejemplo de Pedro, cuando en la primera lectura,
el libro de los Hechos de los Apóstoles lo presenta dando un paso
importantísimo en el camino de la Iglesia naciente, paso que no hubiese sido
posible, si no se deja guiar por la fuerza de Dios que mueve a amar.
Pedro afirma Dios no hace acepción de personas y acepta al que lo teme sea de la
nación que sea. Estas palabras abren
la Iglesia a los creyentes provenientes del paganismo y es testimonio del amor
de Dios por toda la humanidad, amor que debe vivirse al interno de la Iglesia y
que Pedro, como cabeza de la Iglesia visible, llama a que se viva en las
primeras comunidades cristianas, al considerar prójimo y creyente a Cornelio y
a los otros que estaban con él.
Hoy Pedro sigue insistiendo en
esta verdad, cuando el papa Francisco, su sucesor, nos recuerda «El amor que Jesús nos dona es el mismo con
el que el Padre lo ama a Él: amor puro, incondicionado, amor gratuito. No se
puede comprar, es gratuito. Donándonoslo, Jesús nos trata como amigos "con este
amor", dándonos a conocer al Padre, y nos involucra en su misma misión por la
vida del mundo. Y además, podemos preguntarnos: ¿qué hemos de hacer para
permanecer en este amor? Dice Jesús: «Si cumplís mis mandamientos,
permaneceréis en mi amor» (v. 10). Jesús resumió sus mandamientos en uno solo,
este: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» (v. 12). Amar como ama Jesús significa ponerse
al servicio, al servicio de los hermanos, tal como hizo Él al lavar los pies de
los discípulos. Significa también salir de uno mismo, desprenderse de las
propias seguridades humanas, de las comodidades mundanas, para abrirse a los
demás, especialmente a quienes tienen más necesidad. Significa ponerse a
disposición con lo que somos y lo que tenemos. Esto quiere decir amar no de
palabra, sino con obras» (09.05.2021).
Permanezcamos
en Jesús, permanezcamos en su amor, hagamos experiencia de su misericordia y
con su gracia vivamos con radicalidad el amor al hermano, ése será el fruto bueno
y abundante que dará testimonio radical y creíble de nuestro nombre de
cristianos.