Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
En este tiempo de Pascua, la Iglesia está celebrando la
victoria de Cristo sobre la muerte, sobre el maligno, sobre el pecado y sobre
todas sus consecuencias.
Y esta celebración es aún mayor porque conmemoramos que esta
victoria es también nuestra victoria. En
el bautismo, como nos enseña San Pablo, nos hemos unido y configurado con
Cristo para que, de esta manera, también nosotros unidos a Él, muramos y
resucitemos, participando así de su misma vida gloriosa. Éste es el regalo que hemos recibido todos
los bautizados.
Por eso la Pascua es tiempo propicio para contemplar y
meditar sobre estos regalos de gracia que esta unión con Cristo trae para
nosotros, pero también es tiempo para recordar los compromisos que adquirimos
con el bautismo; compromisos que nos deben llevar a dar frutos buenos, como lo
hemos pedido en oración colecta.
Las lecturas que se han proclamado nos recuerdan cuáles son
esos frutos buenos y cómo podremos producirlos.
San Juan, en la segunda lectura, insiste en que estos frutos
deben ser el resultado de creer en Jesús, pero en la Sagrada Escritura creer es
más que un acto de nuestra inteligencia, creer es la vivencia experiencial del
amor y la misericordia de Dios para con nosotros, experiencia que debemos compartir
y manifestar al hermano. Esta vivencia
de la fe que se traduce en amor es lo que hará creíble nuestro nombre de
cristianos y por tanto hará creíble el bautismo recibido.
La experiencia de San Pablo, narrada en la primera lectura, es
un claro ejemplo de esto. Pablo ha
experimentado el amor de Dios que sale a su encuentro y que transforma su vida,
ha hecho experiencia del amor del hermano, cuando Bernabé lo defiende delante
de la primera comunidad apostólica y hace experiencia del amor de esa comunidad
apostólica cuando inicia una persecución en su contra y ellos lo cuidan.
Esta experiencia vivida por Pablo, que lo hizo receptor del
amor de Dios y de la comunidad, será lo que lo transformará de perseguidor de
la Iglesia en el gran apóstol de los gentiles, quien anuncia el evangelio no sólo
con su elocuente predicación sino también con su propia vida, con su cercanía a
la comunidad y con su valentía en la persecución y en su martirio.
Esta vivencia del amor, del que ha sido testigo radical Pablo
y que debe ser testimonio de todo bautizado porque es la vivencia del que cree
en Cristo, como lo ha manifestado San Juan, no es posible que lo vivamos con la
fuerza meramente humana.
Por esto, el mismo Cristo se presenta como la vid verdadera, es decir la raíz que nos
alimenta, nos fortalece con la misma vida divina que nos capacita para ser
cristianos auténticos. El mismo Jesús lo
ha dicho en el pasaje del evangelio «sin
mí no pueden hacer nada». El bautizado
no puede dar testimonio de la fe, sin la fuerza del resucitado.
Jesús en el evangelio insiste en que debemos permanecer en
Él, lo dice en siete ocasiones, número que recuerda perfección, es decir
debemos permanecer siempre en Él.
Para vivir el amor, para dar frutos buenos y abundantes es
necesario permanecer en Él, vid verdadera. Nosotros, sus sarmientos, unimos nuestra vida
a la vida de Cristo, de Él nos alimentamos, de la experiencia de su amor tomamos
fortaleza para amar, de la fuerza que viene de Él podemos nosotros llevar
adelante nuestra vida de fe, la cual será creíble si los frutos son buenos y
abundantes.
El papa Francisco nos recuerda esto al manifestar: «nosotros somos los sarmientos, y a través de esta
parábola, Jesús quiere hacernos entender la importancia de permanecer unidos a
Él. Los sarmientos no son autosuficientes, sino que dependen totalmente de la
vid, en donde se encuentra la fuente de su vida. Así es para nosotros
cristianos. Insertados con el Bautismo en Cristo, hemos recibido gratuitamente
de Él el don de la vida nueva; y podemos permanecer en comunión vital con
Cristo. Es necesario mantenerse fieles al Bautismo, y crecer en la amistad con
el Señor mediante la oración, la oración de todos los días, la escucha y la
docilidad a su Palabra "leer el Evangelio", la participación en los
Sacramentos, especialmente en la Eucaristía y Reconciliación» (03.05.2015).
Por
tanto, permanezcamos en el Señor, con la oración, con la caridad, con el amor a
los hermanos y con la vida sacramental, para que podamos ser en medio del
mundo, bautizados que damos signos creíbles de nuestra fe gracias a los frutos
de amor y misericordia que salen de nuestras manos.