Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José
En
el Cuarto Domingo de Pascua, también conocido como el domingo "del Buen
Pastor", reflexionamos sobre la profunda riqueza que encierra la figura
del pastor, la cual alcanza su máximo esplendor en Cristo, especialmente a la
luz de los misterios de su muerte y resurrección.
Al
sumergirnos en el ejemplo de Cristo como el Buen Pastor, los sacerdotes podemos
renovar nuestro compromiso de servir desinteresadamente, con la compasión por
los necesitados y la búsqueda constante de cercanía y acompañamiento a quienes
servimos.
El Señor nos dice: "Yo soy el buen pastor", y a esta expresión agrega enseguida la primera característica fundamental: "El buen pastor da su vida por las ovejas" (Juan 10, 11). En efecto, esta entrega se manifiesta plenamente en la cruz pues es allí donde Jesús ofrece su vida como acto supremo de amor y ejemplo máximo de entrega por aquellos que le han sido dados.
La
figura del Buen Pastor está intrínsecamente ligada al sacrificio y la
compasión. Jesús da su vida por sus ovejas demostrando un amor sin igual. Como
sacerdotes, también somos llamados a imitar este ejemplo de entrega
desinteresada y de compasión hacia aquellas ovejas que están en riesgo o necesidad,
especialmente las más vulnerables y marginadas.
Para
ilustrar esa conexión íntima entre el Pastor Supremo y cada uno de nosotros
(cf. Juan 10,27-30), Jesús emplea una imagen de profunda cercanía y afecto; él
se compara con un pastor que no está meramente presente, sino que conoce a cada
oveja por su nombre y se involucra en la historia individual de cada una de
ellas. El pastor tiene un profundo compromiso con su rebaño y muestra una empatía
y solidaridad total hacia las necesidades de sus ovejas pues, solo conociendo
al rebaño, se le puede guiar, consolar y fortalecer.
Asimismo,
la presencia de Jesús en su rebaño se caracteriza por su humildad y servicio.
Él no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por
muchos (Mateo 20,28); su estilo de pastorear nos desafía a alejarnos de todo
tipo de autoritarismo y mero prestigio en favor del servicio humilde y la
entrega total a los demás.
En
contraste con la figura del Buen Pastor que Cristo encarna, podríamos
preguntarnos: ¿Qué actitudes nuestras no reflejan esta cualidad pastoral? Un
mal pastor sería aquel que se preocupa, principalmente, por sí mismo, buscando
su propio interés en lugar del bienestar de su rebaño. Aquel que no está
dispuesto a sacrificar su tiempo, energía o comodidades por el bienestar de todos
aquellos que le han sido confiados, aquel que no muestre compasión ni empatía
hacia aquellos que están sufriendo o en necesidad en su comunidad.
Un
mal pastor no tiene amor genuino por su rebaño y está más preocupado por su
propia agenda o intereses, está preocupado por su propio prestigio y
reconocimiento que por servir humildemente a los demás. No estaría dispuesto a ensuciarse
las manos y buscaría ser servido en lugar de servir. En síntesis, en su corazón
no está el compromiso total y el sacrificio máximo que Jesús está dispuesto a
hacer por su rebaño.
La
pregunta del Señor resucitado a Pedro sigue resonando en el corazón de todos
los sacerdotes: "¿Me amas más que éstos?" porque
solo aquellos que aman en verdad, están dispuestos a entregarse completamente
por el rebaño de Cristo. Cultivar en todo momento la alegría de la entrega
amorosa a Cristo, sirviendo a los hermanos.
Elevemos nuestras plegarias a Dios en favor de todos los sacerdotes, para que sus vidas reflejen los criterios y el ejemplo del Buen Pastor. Que, en su ministerio, encuentren la fuerza para conocer, escuchar y cuidar a su rebaño con amor incondicional. Que cada paso que den esté marcado por la búsqueda constante de amar y servir como el Buen Pastor lo hizo.