Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
Los cincuenta días de la Pascua tienen una connotación
profundamente festiva, que busca llenar de alegría el corazón del creyente por
todos los regalos de gracia que el Resucitado trae a la humanidad. Esta alegría se sustenta, como hemos dicho en
la Oración Colecta, en Cristo que con su muerte y resurrección nos ha devuelto
la dignidad de hijos y nos hace esperar con alegría, el día de nuestro
encuentro con la gloria del resucitado.
La Palabra de Dios proclamada este III Domingo de Pascua, nos
explica precisamente que esta alegría tiene sentido, porque la resurrección de
Jesucristo y lo que esto ha significado para cada persona humana, se fundamenta
en dos elementos: el cuerpo glorificado
de Cristo y la Sagrada Escritura.
Los textos proclamados este domingo son claros al afirmar,
que la resurrección de Cristo se entiende a la luz de la Palabra de Dios, tanto
Pedro en el discurso de la primera lectura, como Jesús en el evangelio,
explican que el acontecimiento pascual es el cumplimiento de lo anunciando en
la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos, incluso ya Jesús mismo había
explicado esto a los discípulos con los que se encontró camino a Emaús.
Asimismo, el texto del evangelio de san Juan es claro en
afirmar que lo que vieron los apóstoles aquel primer día de la semana, día de
la resurrección, no fue un fantasma, sino al mismo Jesús que murió en la cruz y
que glorificado, está vivo en cuerpo y alma, por lo que muestra las heridas que
recuerdan su muerte, pero que puede sentarse y comer junto a ellos. Ese mismo cuerpo humano glorificado ascenderá
a los cielos, abriendo la gloria de la eternidad a toda la humanidad, quien
espera un día, también glorificada, participar de la plenitud del cielo.
Este cuerpo glorioso, que realmente murió y realmente
resucitó, Jesús ha querido dejarlo como alimento para la humanidad. Cristo, está real y sacramentalmente entre
nosotros en las especies eucarísticas.
El recordado papa Benedicto XVI, al respecto nos decía
que: «El Salvador nos asegura su
presencia real entre nosotros a través de la Palabra y la Eucaristía. Tal como
los discípulos de Emaús, que reconocieron a Jesús al partir el pan (cf. Lc.
24,35), así también nosotros encontramos al Señor en la celebración eucarística. Explica, en este sentido, santo Tomás de
Aquino que "es necesario reconocer de acuerdo a la fe católica, que Cristo todo
está presente en este sacramento... porque jamás la divinidad ha abandonado el
cuerpo que ha asumido" (S. Th.
III q. 76, a.1)»
(22.04.2012).
Esto es lo que fundamenta la alegría pascual. Cristo murió y resucitó para que la humanidad
entera, un día, participe de esa misma gloria; y mientras peregrinamos hacia la
plenitud del cielo, Él constantemente viene a nuestro encuentro al alimentarnos
con su cuerpo y su sangre y guiarnos con la enseñanza de su palabra.
Precisamente por la participación en la Eucaristía, la
alegría pascual, no se queda en un mero sentimiento de gozo, sino que debe ser
acompañada del compromiso de anunciar y compartir la verdad del Evangelio, para
que, con cada palabra, con cada gesto y con cada acción que realicemos, hagamos
presentes los regalos de la resurrección.
Por eso el mismo Cristo, como a los apóstoles, no deja de regalarnos su Espíritu,
que nos abre el entendimiento y nos capacita para predicar su nombre en todas las naciones. Y
esto se realiza, principalmente, cuando nuestra predicación va acompañada de
las obras de misericordia que el mismo Cristo ha vivido y enseñado.
La palabra de Dios de este domingo insiste también en esto,
el apóstol Juan en la segunda lectura indica que no cumplir los mandamientos,
nos hace mentirosos, es decir, hace
poco creíble nuestro nombre de cristianos, porque la alegría de la fe, la alegría del evangelio debe ir acompañada
de la vivencia de la misericordia, así lo dirá el Papa Francisco: «Cumplir
con alegría obras de caridad hacia los que sufren en el cuerpo y en el espíritu
es el modo más auténtico de vivir el Evangelio» (18.03.2018).
El apóstol Pedro, en la primera lectura da testimonio de
esto. Su predicación surge de la
sanación del hombre tullido, es decir, antes de hablar de Jesús, Pedro y Juan
actuaron como lo hizo Jesús.
Este es el llamado de este domingo, es el llamado de esta
Pascua y es el llamado de siempre para todos los bautizados: Vivir la alegría pascual porque Cristo ha
resucitado y nos hace partícipes de su gloria, esta alegría es tan grande que
se comparte, que se anuncia, que se testimonia, con palabras, con gestos y
principalmente con acciones de misericordia, que hagan experimentar a los que
están sufriendo, esta alegría de la Resurrección que abarca a todos y que todos
la deben experimentar.