Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José
En
el bullicio del día a día, entre los afanes diarios y las preocupaciones que
nos agobian, es fácil pasar por alto la presencia de Jesús en nuestra vida, aunque
Él está ahí, siempre cercano, caminando a nuestro lado, esperando ser
reconocido.
Precisamente,
el evangelio de este tercer domingo de Pascua nos envuelve en esa lógica al
presentarnos el relato conmovedor de los discípulos de Emaús (cf. Lc. 24,
13-35), que sumidos en la tristeza y la desolación tras la muerte del Señor,
abandonan Jerusalén con el peso de la derrota sobre sus hombros.
En
su camino hacia la aldea de Emaús se les une Jesús resucitado, aunque ellos, en
su aflicción, no logran reconocerlo. Con amor y comprensión, Jesús se acerca a
ellos y les revela, a través de las Escrituras, el significado profundo del
sufrimiento del Mesías y su gloriosa resurrección. Es un encuentro lleno de
emociones, donde la luz de la esperanza comienza a brillar en medio de la
tristeza que oscurece el futuro.
La
expresión "Nosotros esperábamos..." que pronuncia uno de los
discípulos en su conversación con el peregrino desconocido revela su profunda
desilusión y decepción: ellos habían creído con fervor, habían seguido a Jesús
con dedicación y habían depositado sus esperanzas en él, pero ahora, con su
muerte, todo parece haber llegado a su fin.
El
relato de los discípulos de Emaús resuena como un eco de la realidad de muchos
cristianos en la actualidad pues, en ocasiones, parece que la misma fe se
tambalea ante las experiencias negativas que nos hacen sentir abandonados por
el Señor.
Emaús,
en su esencia el camino de la vida; representa la travesía que todos
emprendemos, llena de altibajos, sorpresas, encuentros y desafíos.
Como
nos narra el Evangelio, mientras Jesús explica la Palabra a estos discípulos,
se produce un proceso transformador en sus corazones y mentes. Durante esta
enseñanza, los discípulos experimentan una apertura gradual a la comprensión de
las Escrituras y de la verdadera identidad de Jesús como el Mesías prometido.
Su Palabra tiene un efecto sanador en los discípulos y en su escucha
encontramos dirección, consuelo y sabiduría para afrontar los desafíos.
Pero
hay que ponerse en camino, "a Jesús no se le puede conocer «en primera clase» o
«en la tranquilidad», menos aún «en la biblioteca». A Jesús se le conoce sólo
en el camino cotidiano de la vida".
Luego,
al entrar con ellos en la casa, Jesús se sentó a la mesa, bendijo el pan y lo
partió. En ese instante lo reconocieron, pero antes de que pudieran asimilar su
presencia, desapareció ante sus ojos, dejándolos maravillados ante un nuevo
signo de su presencia. Impresionados, los dos discípulos regresaron sin demora
a Jerusalén para compartir con los demás lo que habían presenciado. En la
Eucaristía, Jesús se hace tangible en nuestras vidas. Al compartir el pan en
comunidad, experimentamos una conexión profunda con Él y con nuestros hermanos.
En
el camino recorrido por los discípulos de Emaús encontramos también la
estructura fundamental de la santa misa: "En la primera parte, la escucha de la
Palabra a través de las sagradas Escrituras; en la segunda, la liturgia
eucarística y la comunión con Cristo presente en el sacramento de su Cuerpo y
de su Sangre. La Iglesia, alimentándose en esta doble mesa, se edifica
incesantemente y se renueva día tras día en la fe, en la esperanza y en la
caridad".
Hermanos
les invito para que, al revivir la experiencia de los discípulos de Emaús,
podamos redescubrir la gracia del encuentro transformador con el Señor
resucitado, tanto en su Palabra como en el don eucarístico. En este camino de fe, es importante no
permitir que las adversidades y las dudas nos confundan, sino mantenernos
firmes en la búsqueda de la verdad y la presencia viva de Cristo resucitado en
nuestras vidas. Él no solamente nos acompaña en nuestro caminar, sino, que es
el Camino.