Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José
Nuestra
certeza en que Jesucristo, crucificado y sepultado, ha resucitado con su cuerpo
glorioso está por encima de toda especulación humana. Este anuncio está en el
corazón del Evangelio. San Pablo lo afirma con fuerza: ?Si Cristo no ha
resucitado, nuestra predicación carece de sentido y nuestra fe lo mismo». Y
añade: "Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres
más desgraciados" (1 Co 15,14.19).
Pero
la Pascua no marca simplemente un momento de la historia, sino el inicio de una
condición nueva: "Jesús ha resucitado no porque su recuerdo permanezca vivo en
el corazón de sus discípulos, sino porque Él mismo vive en nosotros y en Él ya
podemos gustar la alegría de la vida eterna".
El
gozo de la Pascua nos impulsa, hoy más que nunca, a salir y proclamar que
Jesucristo, nuestro Señor, vive. Es el mismo Jesús quien nos envía como
mensajeros de esperanza, a llevar su luz a cuantos yacen en tinieblas, a
brindar consuelo a los afligidos y esperanza a los desesperados.
En
una época marcada por la incertidumbre y la desorientación, es vital recordar
que Cristo Resucitado es la verdad inmutable que orienta nuestros caminos y da
significado a nuestras vidas. Su resurrección ilumina nuestra existencia con
una nueva claridad y nos capacita para afrontar, con confianza y determinación,
los desafíos cotidianos.
El
encuentro con el Resucitado transforma y revitaliza nuestra vida, brindándole
un fundamento sólido e indestructible para que, a través de nosotros, los
signos de muerte en el mundo sean reemplazados por signos de vida. Esta
convicción nos motiva a ser agentes de cambio y portadores de esperanza,
llevando la luz y el amor de Cristo a todos.
Cristo
es la luz que disipa la oscuridad y su resurrección nos infunde la esperanza
más profunda, abriendo nuestras vidas hacia una plenitud con la certeza de que
el mal, el pecado y la muerte han sido vencidos.
Cristo
no solo enseñó la verdad, sino que él mismo es la verdad. En
sus palabras y acciones, vemos reflejado el amor, la sabiduría y la justicia
que trasciende todas las miserias barreras y limitaciones humanas. Aunque hoy
se difunda que la verdad es relativa y está sujeta a interpretaciones
individuales, recordemos que, en Cristo, y sólo en él, encontramos la verdad
que nos libera de la esclavitud del pecado y nos lleva a la plenitud de vida.
¿Cómo
no sentirnos felices al ser enviados como mensajeros de la verdad a un mundo
sediento de sentido y propósito? Cada uno de nosotros, al seguir los pasos de
Cristo, tiene el privilegio de irradiar su luz en un mundo que anhela
desesperadamente encontrar dirección. Recordemos, claro está, que nuestra
misión no solo es llevar palabras, sino también ser testigos vivos de la
resurrección para que la verdad de Cristo brille en nosotros y a través de
nosotros, iluminando los corazones y las mentes de aquellos que buscan
sinceramente la verdad.
En
medio de las mentiras y engaños que hoy se difunden, el mensaje de esperanza y
redención que compartimos se destaca como un faro de verdad y amor en un mundo
necesitado de la luz transformadora que encontramos en Cristo.
Aunque
el camino pueda ser arduo y los desafíos parezcan insuperables, recordemos que
no estamos solos. El Resucitado está con nosotros en cada paso que demos,
fortaleciéndonos y guiándonos y Él mismo es quien nos llama a ser instrumentos
de paz, reconciliación y vida en ambientes marcados por la falta de esperanza y
el sufrimiento.