Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
El camino cuaresmal propuesto por
el ciclo litúrgico que estamos viviendo este año ha sido constante en
recordarnos que Dios no se cansa de hacer alianza con su pueblo, manifestando
así que su amor por el ser humano es eterno y perfecto, demostrándolo con su inquebrantable
misericordia y paciencia ante tantas veces que éste ha sido infiel a la
alianza.
En este V Domingo de la Cuaresma,
la primera lectura nos presenta un pasaje muy hermoso del libro de Jeremías, en
el cual el Señor, en la voz del profeta anuncia una alianza nueva la cual será inscrita
en el corazón del ser humano; una alianza distinta a la que se realizó al salir
de Egipto, porque esta alianza no podrá ser rota por la infidelidad del ser
humano.
El profeta Jeremías está junto al
pueblo de Israel a las puertas de ir al exilio en Babilonia. Jeremías ha sido contundente al decir que esa
situación dolorosa es fruto del pecado del pueblo, del incumplimiento de la
alianza, de haber dado la espalda al Señor, pero aún en medio del pecado y de la
infidelidad del pueblo elegido, el Señor pronuncia una palabra prometiendo esta
alianza nueva, ya no inscrita en piedra sino inscrita en el corazón del hombre.
Esta alianza, traerá el perdón de
los pecados y el olvido de parte de YHWH de todas las culpas de la humanidad.
Jesús, en la celebración de la
cena pascual con sus discípulos, después de haber cenado, al tomar el
cáliz con el vino, dirá claramente que esa alianza nueva y eterna inscrita en
el corazón del hombre es la que él realizará en el patíbulo de la cruz. En el sacrificio cruento en el que entrega su
vida, en el cual derramará su sangre por el perdón de los pecados de la
humanidad, en obediencia al Padre que ha trazado un Plan de Salvación, como ha
dicho el autor de la Carta a los Hebreos en la segunda lectura.
Jesús, al hablar de ese momento
culminante, dice que ha llegado la hora.
La hora de Dios es el
acontecimiento pascual, así lo presenta el evangelio que hemos escuchado, la
cruz que es el cumplimiento del plan de salvación, es la glorificación del Hijo
del hombre, pero no puede verse separada de la resurrección, como lo ha
anunciado la voz misteriosa de la que da testimonio Juan en el evangelio: «lo he
glorificado y lo volveré a glorificar».
Esa doble glorificación hace referencia a la cruz y hace referencia a la
resurrección.
El papa Francisco, a este
respecto, nos recuerda: «Jesús pronuncia una profecía que revela su
identidad e indica el camino para conocerlo verdaderamente: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el
Hijo del hombre» (Jn. 12, 23). ¡Es la hora de la Cruz! Es la hora de la derrota de Satanás, príncipe del mal, y del triunfo
definitivo del amor misericordioso de Dios. Cristo declara que será «levantado
sobre la tierra» (v. 32), una expresión con
doble significado: «levantado» en cuanto
crucificado, y «levantado» porque fue exaltado por el Padre en la Resurrección,
para atraer a todos hacia sí y reconciliar a los hombres con Dios y entre
ellos. La hora de la Cruz, la más oscura
de la historia, es también la fuente de salvación para todos los que creen en
Él» (22.03.2015).
Por tanto, la Pascua, pasión,
muerte y resurrección de Cristo, que estamos prontos a conmemorar, es la hora de
la glorificación, la hora en que Cristo, salva, perdona y sella la promesa de
una alianza nueva y eterna. Alianza que
nunca será rota porque ha sido sellada por Jesucristo, en su doble naturaleza,
es decir, la ha rubricado como verdadero Dios, porque él es el Emmanuel, el
Dios con nosotros y la ha sellado, como verdadero hombre, en nombre de toda la humanidad,
De esta manera, la hora de la glorificación
de Cristo, será también la hora de la glorificación del género humano, porque
la fidelidad de Dios a la alianza, que se sella con ese gesto profundo de amor
que es el sacrificio de la Cruz, trae nuestra salvación, nos une a su
glorificación y nos asegura una vida plena y perfecta en la misma gloria de
Dios.
A pocos días de terminar el
tiempo cuaresmal, la palabra de este domingo nos llena de esperanza y nos anima
a continuar nuestro camino de conversión y de preparación a la Pascua, con la
oración, la caridad y el sacrificio, contemplando la Cruz, como signo de amor y
de gloria.
Y de manera particular, esta
palabra nos invita a prepararnos a las celebraciones pascuales con la
celebración de la eucaristía, actualización del acontecimiento pascual,
actualización de la alianza nueva y eterna, sacrificio incruento, que presenta
al padre el cuerpo y la sangre de Cristo que en la Cruz nos ha dado la
salvación y son nuestro alimento en la peregrinación hacia la patria eterna.
Acerquémonos a la celebración
eucarística, que nos une a Dios, nos une al hermano y nos fortalecen en nuestro
peregrinar hacia la Pascua.