Mons. José Rafael Quirós, arzobispo metropolitano de San José
El
tiempo cuaresmal nos es propicio para fortalecer nuestra relación con Dios y así
mejorar nuestros vínculos con los demás, pues el amor a Dios se expresa en el
amor hacia nuestros semejantes. Por ello, toda conversión sincera se manifiesta,
también, en nuestra atención y cuidado de los hermanos, con acciones concretas que
nos permitan vivir la fe de una manera práctica y tangible, saliendo de
nosotros mismos y haciendo del amor el verdadero impulsor de la justicia.
Dios nos pide abrir nuestros corazones y liberarnos del egoísmo que nos limita. Él ha sido el primero en escuchar el clamor de su pueblo y "ha bajado para librarle de la mano de los egipcios" (cf. Ex 3,8). Dios está atento al grito del desdichado y como respuesta pide que se le escuche: pide justicia con el pobre (cf. Si 4,4-5.8-9), el forastero (cf. Ex 20,22), el esclavo (cf. Dt. 15,12-18).
El
Señor presta atención al sufrimiento de los más desfavorecidos y nos exhorta a
hacer lo mismo pues "frente a los pobres no se hace retórica, sino que se ponen
manos a la obra y se practica la fe involucrándose directamente, sin delegar en
nadie".
Quizás nos preguntemos ¿Qué puedo hacer para
vivir una vida cristiana más auténtica y fiel a mis valores? ¿Cómo abordar
problemas tan complejos como la crisis económica y la desigualdad social cuando
no se tiene una posición de poder? Sin embargo, a la luz de la fe, incluso las
acciones más pequeñas pueden tener un impacto significativo. Al comprometernos
con actos de solidaridad podemos marcar la diferencia en la vida de muchos. Cada
gesto de compasión y cada voz que se eleva en favor de la justicia son
importantes, independientemente de nuestra posición en la sociedad.
Más
aun, visibilizar a quienes sufren es crucial para generar conciencia sobre los
problemas que enfrentan. Debemos atender el drama de nuestros hermanos e inspirar
empatía y solidaridad en quienes pueden tomar medidas concretas a fin de
enfrentar estas injusticias y mejorar las condiciones de vida de quienes más lo
necesitan. "El bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se
alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día. No es
posible conformarse con lo que ya se ha conseguido en el pasado e instalarse, y
disfrutarlo como si esa situación nos llevara a desconocer que todavía muchos
hermanos nuestros sufren situaciones de injusticia que nos reclaman a todos".
Se
pueden mencionar numerosos ejemplos, aunque uno que me toca el corazón,
especialmente, es el de los hermanos que venden sus productos en las ferias
del agricultor. Es conocido que el sector agrícola está atravesando una
crisis preocupante, marcada por la dificultad para obtener financiamiento, el
aumento en los precios de los insumos y los desafíos para mantener empleos y
competitividad; todo ello causando un gran impacto en las áreas rurales. Es
urgente se establezcan y ejecuten políticas de desarrollo agropecuario que se
centren en trabajar directamente con los agricultores, en particular lo
pequeños, regulando en justicia la actividad de los intermediarios e
importadores.
Desatender
las necesidades de los agricultores podría tener consecuencias graves no solo
para ellos, sino para la economía, la seguridad alimentaria y el bienestar de
la población en general.
Como
ellos, también otros sectores claman por atención y auxilio. Como Iglesia clamamos por la construcción de
una sociedad más justa y compasiva, donde todos tengan la oportunidad de vivir
con dignidad y esperanza, además de colaborar con otros actores sociales para
impulsar cambios significativos en la sociedad.
Que el Señor Jesús, quien se nos revela profundamente solidario con los más vulnerables y marginados, nos inspira a todos a seguir su ejemplo durante la Cuaresma, camino hacia la Pascua. Su mensaje de unidad y solidaridad nos anima a unirnos como Nación para apoyar a aquellos que necesitan ayuda y para trabajar juntos en la construcción de una Costa Rica más justa en la que se promueva la dignidad y el bienestar de todos.