Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
Durante esta cuaresma que estamos viviendo, la Palabra de
Dios ha sido constante al presentarnos momentos de la Historia de la Salvación
en los que YHWH hace alianza con el pueblo elegido, mostrando así, que Dios se
revela como un padre lleno de amor y de misericordia.
Este domingo el libro de las Crónicas hace un resumen de estos
acontecimientos tan importantes en la Historia de Salvación, manifestando claramente
que Dios siempre ha sido fiel a la alianza, nunca ha abandonado a su pueblo y
reitera su amor a pesar de la infidelidad del pueblo elegido.
Estas infidelidades, del pueblo elegido, no son olvidadas o
disimuladas por el autor sagrado de la Primera Lectura, al contrario, es claro
al recordar cómo el pueblo ha dado la espalda a Dios, no ha cumplido con su
parte de la alianza y ha olvidado las acciones maravillosas realizadas por el
Señor en su favor.
Pero esto no ha hecho que Dios se aparte del pueblo, sino que,
con paciencia y misericordia, continuamente Él perdona y renueva la alianza,
como lo narra la primera lectura, al recordar que el Señor llama a Ciro, rey de
Persia, para que reconstruya el Templo de Jerusalén y para que le permita al
pueblo elegido regresar a la Tierra Prometida y renovar la Alianza una vez más.
El culmen de este amor de Dios por la humanidad es la
realización de una Alianza, nueva, eterna e irrepetible que es sellada en el
acontecimiento pascual: Pasión, Muerte y
Resurrección de Jesucristo.
Es por medio de esta Alianza, como ha dicho San Pablo en su
carta a los efesios, que el Padre, con
Cristo y en Cristo nos ha resucitado y nos reservado un sitio en el cielo (...) y
muestra por medio de Jesús, la incomparable riqueza de su gracia y de su bondad
para con nosotros.
Ciertamente es incomparable
la riqueza de su gracia, porque el modo de actuar de Dios manifiesta un
amor tan profundo por la humanidad, que un signo de muerte como lo es la Cruz,
será el instrumento para traer la salvación al género humano.
Cristo, en el evangelio ha hecho referencia a este
instrumento de fracaso y de muerte, cuando anuncia a Nicodemo el acontecimiento
salvífico e indica que el Hijo del Hombre será elevado como lo fue el
estandarte de la serpiente en el desierto durante el éxodo.
La serpiente era signo de muerte, tanto por su veneno mortal
como por introducir el pecado que provocó la expulsión de nuestros primeros
padres del paraíso; pero también la serpiente, en el estandarte de bronce
elevado en el desierto se convirtió en signo de vida y de salud para aquellos
que lo contemplaron luego de ser mordidos por las serpientes en el desierto.
Jesús, en su conversación con Nicodemo, indica claramente que
ha venido a salvar a la humanidad, que él ha sido enviado no para condenar sino
para redimir, y que esta salvación se hace por medio de la entrega, consciente
y voluntaria, de su vida por cada uno de nosotros.
Esta entrega se concretará en el patíbulo de la Cruz, que ya
la semana pasada Pablo nos decía que era signo de muerte, de escándalo y de
locura, pero Cristo la ha transformado en Trono
de Gloria desde el cual él mismo, con la entrega de su vida, ha sellado con
el Padre, por medio de su sangre, la Alianza Nueva y Eterna que trae salvación
a todo el género humano, Alianza que nunca podrá ser rota o aniquilada, porque
no dependerá de la santidad del ser humano, como lo ha recordado San Pablo en
la segunda lectura, sino que depende únicamente de Cristo que es Dios
Verdadero, pero también es Hombre Verdadero y por tanto rubrica esta Alianza en
nombre de toda la humanidad.
Ésta, que es una verdad fundamental de nuestra fe y que
constituye el centro del cristianismo, es lo que llena de alegría este camino
cuaresmal que estamos viviendo y de manera particular este domingo que la
Iglesia llama Laetare, es decir Domingo
de la Alegría, porque la verdad de la redención y la cercanía de la Pascua
llenan de gozo el corazón del creyente.
Así nos enseña el papa Francisco: «¿cuál es el motivo de esta
alegría? Nos lo dice el evangelio de hoy: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su
Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida
eterna» (Jn. 3,16). Este mensaje gozoso es el núcleo de la fe
cristiana: el amor de Dios llega a la cumbre en el don del Hijo a una humanidad
débil y pecadora. Nos ha entregado a su Hijo, a nosotros, a todos nosotros»
(14.03.2021).
Pero esta alegría no debe quedarse solamente en un bonito sentimiento,
sino que la alegría que nace del sabernos amados debe llevarnos al compromiso
de amar. Este compromiso es también un
elemento primordial del caminar del cristiano y una señal clara de que la
conversión va por buen camino, ya que la caridad es una actitud a la que el
Señor nos llama constantemente y de manera particular durante la cuaresma.
Por tanto, continuemos nuestro camino de conversión en esta
cuaresma, pidiendo al Señor la gracia de testimoniar la alegría cristiana que
nace de sabernos amados y salvados, testimonio que debe ser acompañado de
acciones concretas de amor, misericordia y solidaridad con el hermano que más
lo necesita.