Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
Como se ha indicado en las semanas anteriores, el tema de la alianza
es el hilo conductor de la Palabra de Dios en esta cuaresma.
Luego de haber reflexionado sobre la alianza realizada con
Noé y la alianza realizada con Abraham, este domingo hemos escuchado la
narración de uno de los momentos más importantes en la Historia de la
Salvación: la alianza que YHWH realiza con
el pueblo que ha salido de la esclavitud en Egipto, alianza que se sella con la
entrega del decálogo y la aceptación, por parte de pueblo elegido, de lo
estipulado en los diez mandamientos dados por el Señor a Moisés en el Horeb.
Esta alianza constituye a los hebreos como el pueblo elegido
del Señor y compromete a este pueblo a responder al amor de este Dios que se
revela como un padre que los cuida, los escucha, los salva y que los llena con
su misericordia, con el cumplimiento del decálogo.
El pueblo judío realiza la conmemoración anual de esta
Alianza celebrando la fiesta de la Pascua, fiesta en la que se realizaban los
sacrificios de distintos animales en el Templo de Jerusalén.
Esto llena de significado la acción hecha por Jesucristo y que
nos narra el evangelio de San Juan, cuando, precisamente en los días de las
celebraciones pascuales, él expulsa del templo de Jerusalén a los mercaderes y
a los animales que eran utilizados para los sacrificios.
Porque Jesús, con sus palabras «destruyan este templo y yo lo reconstruiré en tres días»
hace referencia a la cruz y a la resurrección, y manifiesta con claridad que el
verdadero templo es él mismo, presencia de Dios en medio de la humanidad y que
el verdadero sacrificio es el realizado por él en el patíbulo de la cruz. Por tanto, la cruz será la señal ?pedida por
los judíos? y que da autoridad al gesto que Cristo ha realizado en el templo de
Jerusalén.
Así nos lo enseña el papa Francisco, al recordarnos que «en
efecto, este gesto de Jesús y su mensaje profético se comprenden plenamente a
la luz de su Pascua. Según el evangelista Juan, este es el primer anuncio de la
muerte y resurrección de Cristo: su cuerpo, destruido en la cruz por la
violencia del pecado, se convertirá con la Resurrección en lugar
de la cita universal entre Dios y los hombres» (08.03.2015).
Por tanto, como ya se ha indicado en los domingos anteriores,
toda alianza realizada en el Antiguo Testamento, hace referencia a la Nueva y
Eterna Alianza sellada por Cristo en la cruz, por tanto, también la Alianza del
Sinaí la contemplamos en referencia a la Pascua de Cristo que trae la auténtica
libertad para la humanidad, la cual consiste en el perdón de todos nuestros
pecados y la invitación a participar de la gloria del Cielo.
Por esto, San Pablo es enfático en manifestar el auténtico
significado de la cruz. Ésta, que es
considerada escándalo para los judíos y locura para los paganos, es, para
quienes somos cristianos, fuerza de Dios y sabiduría de Dios.
La cruz, por tanto, es
parte esencial de nuestra fe cristiana, es signo del amor de Dios, que se
entrega en sacrificio por nuestra salvación, es signo de la victoria sobre la
muerte y el pecado, es signo del modo perfecto cómo actúa Dios, que saca la
mayor de las bendiciones de un instrumento que el mundo veía como locura y como
escándalo.
Así como el pueblo elegido, busca observar el decálogo, signo
de la alianza, haciendo memoria del poder de Dios, que con mano poderosa y brazo extendido los sacó de la esclavitud en
Egipto, los cristianos debemos contemplar la cruz, para encontrar en ella la
fuerza para cumplir el mandamiento que es distintivo de nuestra fe y que es
resumen de los diez mandamientos presentados en el libro del éxodo: el mandamiento del amor, que nos debe llevar
a vivir con radicalidad el amor a Dios y el amor al hermano, porque como dice San
Pablo «amar es cumplir la ley entera»
(Rom. 13, 10).
La cuaresma que estamos viviendo nos recuerda insistentemente
que el cristiano vive en una constante búsqueda de conversión, es decir, de
volver el corazón a Dios y reconocer con humildad que necesitamos de su amor,
de su gracia y de su fortaleza para cambiar todo lo que nos aleja de él y de
los hermanos, para vivir con espíritu renovado las fiestas pascuales.
Por esto, volvamos la mirada a la cruz, fortaleza y sabiduría
de Dios, fuente de toda bendición, instrumento de nuestra salvación y signo del
amor de Dios por nosotros, en ella encontraremos la fuerza necesaria para vivir
este camino cuaresmal con auténtico espíritu de conversión, para que la
conmemoración de los misterios de la cruz y la resurrección del Señor nos fortalezcan
para una vivencia cada vez más profunda del amor, que nos une a Dios y nos capacita
para servir al hermano.