Mensaje de los obispos de la Conferencia Episcopal de Costa Rica
Queridos hermanos y hermanas:
Con el signo de la imposición de la ceniza iniciamos un año más la
Cuaresma, el tiempo litúrgico durante el cual la Iglesia propone a los fieles el
ejemplo de Cristo en su retiro al desierto.
Los mismos evangelistas indican el sentido salvífico de este
acontecimiento. Jesús es el nuevo Adán que permaneció fiel allí donde el
primero sucumbió a la tentación. Su triunfo sobre el Tentador es un anticipo de
la victoria de la Pasión, suprema obediencia de su amor filial al Padre. (CIC,
539)
La Cuaresma nos presenta la oportunidad fundamental de peregrinar
interiormente hacia Aquel que, venciendo el mal, se convierte en fuente de toda
misericordia. Él mismo nos acompaña a través del desierto de nuestra pobreza
espiritual y de nuestras muchas limitaciones humanas, perdonándonos y
sosteniéndonos en el camino hacia la alegría intensa de la Pascua.
Contra la tentación del abatimiento y la tristeza por confiar
vanamente en nuestras propias fuerzas, Dios nos anima y favorece. Nos recuerda
que fuera de su amor no existe nada que satisfaga realmente el corazón humano.
La Cuaresma es un camino de incorporación a Cristo, que cada año lo preparamos en estos 40 días santos. Y esta incorporación al Misterio de Cristo, la liturgia lo expresa con la palabra "conversión". Un cambio de nuestra vida de pecado y de maldad, a una vida de gracia, a una vida según el Espíritu.
Los medios que la Iglesia nos ofrece y
nos pide, mismos que encontramos en el Evangelio, son el ayuno, la oración y la
limosna (caridad), prácticas que nos preparan espiritualmente para celebrar la
Pascua.
En relación al ayuno, debemos recordar que tiene sentido cuando
aquello de lo cual nos privamos nos sirve para compartir con el prójimo. "Lo que cada uno sustrae a sus placeres, lo dé a favor de los débiles y
de los pobres...", decía san León Magno en un sermón
cuaresmal.
Debemos tomar en cuenta que precisamente vivimos el Año de la Oración,
como preparación para el Jubileo del 2025. Es este pues, un tiempo dedicado a
redescubrir el gran valor y la absoluta necesidad de la oración en la vida
personal, en la vida de la Iglesia y en el mundo.
En particular, recordamos el valor de prácticas devocionales
tradicionales de este tiempo, como son el Santo Vía Crucis y los Siete Lunes,
que junto al Santo Rosario han fortalecido a nuestro pueblo desde tiempos
antiguos. Recordemos que orar es encontrarnos con el Dios cercano que nos
escucha, entiende y ama.
Finalmente la limosna, más que un asistencialismo hacia los pobres,
cuya práctica en muchos casos extremos es necesaria, está llamada a ir más
allá, implicando el compromiso y defensa de su causa, contra las muchas
injusticias de las cuales hoy son víctimas.
De igual modo, la limosna cuaresmal no es dar de lo que nos sobra, o de aquello que nos estorba, sino el desprendimiento de algo necesario, de algo propio. De lo contrario no hay conversión, ni reconocimiento de la dignidad intrínseca del hermano. Se trata de una misericordia compartida, en la que más que dar, nos damos nosotros mismos a los pobres y los que sufren, en la búsqueda de la transformación de nuestra sociedad egoísta y materialista, en una sociedad solidaria y fraternal.
De forma muy oportuna, nos recuerda el Papa Francisco en su mensaje para la Cuaresma de este año, es este el tiempo de actuar, y actuar también es detenernos para orar, para escuchar y acoger la Palabra de Dios y para, como el samaritano, atender al hermano herido.
"El amor a Dios y al prójimo es un único amor. No tener otros dioses
es detenerse ante la presencia de Dios, en la carne del prójimo. Por eso la
oración, la limosna y el ayuno no son tres ejercicios independientes, sino un
único movimiento de apertura, de vaciamiento: fuera los ídolos que nos agobian,
fuera los apegos que nos aprisionan. Entonces el corazón atrofiado y aislado se
despertará", nos anima el Santo Padre.
En sintonía con el espíritu sinodal que recorre la Iglesia, invitamos
a vivir esta Cuaresma en comunidad, creciendo en comunión, creatividad y
corresponsabilidad en la misión que hemos recibido por el bautismo.
En particular, será valioso que todos nos impliquemos de alguna forma
en los espacios de reflexión, oración y acción que el Espíritu Santo suscite
como fruto de la oración en este tiempo litúrgico.
Nos encomendamos a Nuestra Madre del cielo, la Santísima Virgen María,
Nuestra Señora de los Ángeles, para que con su intercesión, seamos capaces de
encontrar caminos para una verdadera conversión cuaresmal.
Dado en la
sede de la Conferencia Episcopal de Costa Rica.
Miércoles 14
de febrero, 2024.