Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
La Palabra de Dios de este VI domingo del Tiempo Ordinario
continúa presentando a Jesús que anuncia, con gestos concretos, que el Reino
está en medio de su pueblo, lo que significa que Dios ha irrumpido en la
historia para hacer la historia de salvación para toda la humanidad.
El Evangelio de San Marcos narra el episodio de la curación
de un leproso. Un momento que se
caracteriza por la sencillez de la acción realizada, pero a la vez la
profundidad del significado de dicha acción, la cual cambia radicalmente la
vida de aquel hombre enfermo.
La acción milagrosa se ejecuta gracias a la fe del hombre
enfermo de lepra, que sabe que el solo querer de Cristo puede sanarlo y a la
respuesta misericordiosa de Jesús, que realiza el milagro sin ningún gesto
ostentoso o jactancioso. A Dios le basta
palpar y decir; gesto y palabra que crea, transforma y sana; y así lo hace
Jesús al tocar al leproso con su mano y al decir: «quiero,
queda limpio».
Pero la sencillez de aquel gesto milagroso, va acompañada de
una profundidad inmensa y llena de riqueza para la vida de aquel hombre.
La primera lectura, tomada del libro del Levítico indica
claramente lo que significaba estar enfermo de lepra. Esta enfermedad era considerada fruto de
algún pecado, por lo que la persona leprosa era considerada impura, perdía la
dignidad, era excluida de la vida social, religiosa y familiar, se debía vestir
diferente, vivir en un lugar alejado y gritarle al mundo su impureza que la apartaba
de todos.
Por esto, el gesto de Cristo, va más allá de un milagro que
le devuelve la salud a un hombre. Porque
el mismo Jesús que en los domingos anteriores se manifiesta ser Señor del
Sábado al realizar curaciones, prohibidas el Día del Señor, hoy también
transgrede la ley al tocar a un leproso, para devolverle la dignidad que el
pecado le había arrebatado. Como nos
enseña el papa Francisco «Con este gesto, Jesús muestra que Dios, que no es
indiferente, no se mantiene a una "distancia de seguridad"; es más, se acerca
con compasión y toca nuestra vida para sanarla con ternura. Es el estilo de
Dios: cercanía, compasión y ternura» (14.02.2021).
Este gesto manifiesta, nuevamente, que el Reino de Dios es
Cristo mismo, que hace presente en medio de la humanidad el poder de Dios,
poder que se manifiesta en el amor y la misericordia por los seres humanos, a
los cuales el Señor hace sus hijos y les devuelve la dignidad perdida por el
pecado.
Y este gesto milagroso de Cristo nace de la compasión, es decir, de las entrañas de
misericordia de Dios por la humanidad, en la acción del Señor de ponerse en
nuestro lugar, de ponerse en nuestros zapatos.
Este es el signo más claro de que el Reino está cerca, es más, de que el
Reino ya está en medio de su pueblo.
Este milagro realizado por Cristo, es anticipo de la acción
milagrosa más grande realizada por Dios en favor de la humanidad, es decir el
acontecimiento pascual, el cual trae la auténtica salud, es decir la acción con
la cual Dios nos hace sus hijos y la acción con la cual da la salvación a toda
la familia humana.
Este milagro, culmen de la acción salvífica de Cristo, se
realiza con el acontecimiento cruento de la cruz, por eso Jesús pide al hombre
recién sanado de la lepra que no cuente nada de lo sucedido, es lo que los
biblistas llaman secreto mesiánico, para que el seguimiento de Cristo no
sea suscitado por los gestos extraordinarios, sino por la predicación del Reino
y por el compromiso que surge de experimentar la compasión y la misericordia de
Dios para quienes ha constituido sus hijos.
Por eso, esta palabra hoy nos reitera el llamado de los
domingos anteriores: colaborar en la
construcción del Reino, anunciando la misericordia y la compasión que Dios
continuamente nos regala. Este anuncio
debe llevarnos a la compasión con el hermano, a ponernos en el lugar de
aquellos que están sufriendo, que se sienten excluidos o solos y acogerlos para
que nunca olviden la dignidad de la que gozan, la dignidad de hijos de Dios.
Pablo, en la segunda lectura, nos orienta sobre cómo hacer
esto: «no buscar el propio interés, sino el de los demás, para que alcancen la
salvación».
Por tanto hagamos nuestras las palabras del papa Francisco «el
Evangelio de la curación del leproso nos dice que si queremos ser auténticos
discípulos de Jesús estamos llamados a llegar a ser, unidos a Él, instrumentos
de su amor misericordioso, superando todo tipo de marginación. Para ser
«imitadores de Cristo» (cf. 1 Cor. 11, 1)
ante un pobre o un enfermo, no tenemos que tener miedo de mirarlo a los ojos y
de acercarnos con ternura y compasión, y de tocarlo y abrazarlo» (15.02.2015).