Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de
La
preocupación por la violencia es un tema relevante en nuestra sociedad en estos
últimos años, ya que la presencia y persistencia de este fenómeno tienen
impactos significativos en los ciudadanos que desean vivir en entornos
protegidos y libres de amenazas.
En
respuesta a estas preocupaciones es crucial que la sociedad trabaje en conjunto
para abordar las causas de esta violencia, promover la prevención, fortalecer
las instituciones de seguridad y fomentar valores que contribuyan a la
construcción de comunidades pacíficas, fraternas y seguras.
También,
quienes creemos en Cristo queremos colaborar en la búsqueda de soluciones. Si
bien la violencia puede ser el resultado de una interacción de diversos
factores sociales, económicos, políticos y psicológicos, no podemos olvidar que
la falta de principios y valores contribuyen a ella.
Sin
dudarlo nunca, los cristianos afirmamos que la fe en Cristo y los principios por
él enseñados, tales como el amor, la compasión, la tolerancia y el perdón,
tienen el potencial de transformar todos.
Es
momento de replantear la riqueza que aporta el Evangelio de Cristo a toda
persona y a la sociedad, sobre todo, cuando algunas ideologías políticas,
filosóficas, culturales y económicas promueven en nuestro país el rechazo de la
fe o la hostilidad hacia las creencias religiosas, incluso, cuando algunos
ámbitos académicos animan un secularismo radical que aboga por la
marginalización o la eliminación de las expresiones religiosas en nuestra
sociedad.
En
sociedades pluralistas, el respeto por las distintas creencias y la libertad
religiosa son principios fundamentales. Sin embargo, hemos visto cómo unos
pocos han buscado limitar o rechazar la influencia de la fe en la esfera
pública.
Las enseñanzas de
Cristo resaltan el amor y la compasión hacia los demás, fomentando una actitud
de empatía y solidaridad y disuadiendo el abuso y la agresión. Cristo enseña el
valor del perdón y la reconciliación. La capacidad de perdonar es un poderoso
antídoto contra la perpetuación de ciclos de violencia, permitiendo la curación
y el restablecimiento de la sociedad.
Nuestra
fe en Cristo también nos impulsa al compromiso con la justicia social. La
preocupación cristiana por la dignidad humana y la equidad nos obliga a abordar
causas subyacentes de la violencia, tales como la pobreza, la desigualdad y la
discriminación.
Son
muchos los aspectos positivos que el cristianismo ha aportado a nuestra
sociedad, sobre todo en la promoción del compromiso social y la participación
comunitaria, en proyectos y organizaciones que trabajan para abordar problemas
sociales y brindar asistencia humanitaria para mejorar la calidad de vida de
las personas. No
podemos, por visiones sesgadas, olvidar cómo la ética cristiana ha influido en
la legislación, la educación y la promoción de la persona humana.
Quiero
invitar al Pueblo de Dios a ser luz en medio de la oscuridad y sal en la
tierra. Aquellos principios que nos enseñan a amar al prójimo, a ser justos y a
buscar la paz son valores fundamentales que contribuyen significativamente al
desarrollo integral de la sociedad llenando los corazones de amor y
comprensión, antes que de odio.
Que
la fe en Cristo nos impulse a ser no solo observadores, sino participantes
activos en la transformación de nuestra realidad. Que nuestras vidas reflejen
la belleza de los principios cristianos, demostrando que, incluso en tiempos de
desafío, el amor y la esperanza pueden prevalecer.
No
seamos silenciosos en nuestra fe, sino valientes portadores de esperanza y
transformación. Aprovechemos la oportunidad de servir a los demás, de abogar
por la justicia, y de trabajar por el bien común. Nuestra fe no conduce a refugiarnos
egoístamente en nosotros, sino una fuerza motriz que inspira cambios
fundamentales.