Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
Durante estos primeros domingos del Tiempo Ordinario la
Palabra de Dios ha venido narrando el inicio del ministerio público de Cristo, el
cual se inaugura con el Bautismo en el Jordán, su predicación exhortando a la
conversión, el anuncio de la llegada del Reino y el llamado de los primeros
discípulos.
En este IV Domingo del Tiempo Ordinario, San Marcos, presenta
un día en la vida de Jesús, específicamente el evangelista narra qué hace
Cristo durante un día sábado, siendo este día modelo del modo cómo Jesús llevará
adelante su misión.
San Marcos, presenta a Jesús en la acción litúrgica de un
sábado en la sinagoga de Cafarnaúm. En
esta liturgia los maestros explicaban la Sagrada Escritura. Jesús está dirigiendo esta enseñanza, es
decir, ya es considerado maestro, y la reacción de quienes lo escuchan es el
asombro porque Jesús «enseña con
autoridad» a diferencia de los escribas.
¿Cuál es esta autoridad con la cual enseña Jesucristo? La primera lectura, del libro del
Deuteronomio, presenta un anuncio del mismo YHWH que promete un profeta como Moisés, al que Dios mismo
le pondrá palabras en su boca y quien hablará sólo lo que Dios le ordene.
Esta promesa del Antiguo Testamento, la misma Palabra de Dios
la refiere a Jesucristo, cuando San Juan, en su evangelio, habla de Cristo como
un profeta como Moisés (Jn. 1, 21).
Por tanto la autoridad que reconocen quienes escuchan a Jesús
en la sinagoga de Cafarnaúm es precisamente el cumplimiento de esta promesa. YHWH que envía un profeta como Moisés que hablará con su misma autoridad, que
instruye a cada persona para que entienda
su vida a luz de las enseñanzas de Dios y que muestra a toda la familia
humana la cercanía de Dios el cual es un Padre amoroso.
Esta cercanía de Dios que hace auténtica la predicación, además
va acompañada de signos, como lo es el exorcismo que Jesús realiza aquel sábado. Esta acción muestra que Dios es todopoderoso,
que vence la fuerza del mal y que está por encima de la ley del sábado, pero al
mismo tiempo revela al Dios cercano, al Dios que es Padre, que siente compasión
del ser humano que sufre y que le devuelve la dignidad que el maligno, por
medio del pecado y sus consecuencias le quiere arrebatar: la dignidad de ser hijos.
Con sus signos Jesús revela que el poder y la autoridad de
Dios tienen su fundamento en el amor por cada persona humana, así lo recordaba
el papa Benedicto XVI: «A menudo,
para el hombre la autoridad significa posesión, poder, dominio, éxito. Para
Dios, en cambio, la autoridad significa servicio, humildad, amor; significa
entrar en la lógica de Jesús que se inclina para lavar los pies de los
discípulos (cf. Jn. 13,5), que busca el verdadero bien del hombre, que cura las
heridas, que es capaz de un amor tan grande como para dar la vida, porque es
Amor» (29.01.2012).
Esta verdad que se nos revela este domingo por la palabra
proclamada, inunda el corazón de agradecimiento, ante el amor extraordinario de
Dios por cada uno de nosotros, nos hace sentirnos amados y cuidados por Él, y
aumenta, como hemos pedido en la oración colecta, el deseo de adorarlo con toda el alma.
Pero a la vez, esta palabra, debe conducirnos a que nuestra
vida cristiana también se viva con autoridad,
es decir, vivir con autenticidad el mensaje que Cristo nos ha transmitido, de
tal manera que cada una de nuestras acciones tenga como fundamento el amor y la
compasión que Dios ha tenido por nosotros, esto también lo hemos pedido en la
oración colecta, que Dios nos conceda
amar a los hermanos con afecto espiritual.
Por eso, no siendo
sordos a la voz del Señor, como hemos rezado en el Salmo, pidamos la gracia
del Espíritu, para cumplir lo que esta palabra hoy nos exhorta: ser constructores del Reino anunciado por
Cristo y testigos del amor y la compasión del Padre que da autoridad y
autenticidad a este anuncio.