Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José
En
las primicias de este nuevo año, recordemos las enseñanzas de Pablo: "Fortalézcanse
en el Señor con su energía y su fuerza" (Ef. 6,10). Estas palabras deben resonar
como un poderoso recordatorio que nos inspire día a día.
La
llamada a ser fuertes en el Señor implica reconocer que nuestra fortaleza no
proviene de las propias habilidades o recursos, sino de la gracia y el poder de
Dios. También, implica renunciar a la idea de que podemos manejar todo por
nuestra cuenta. La autosuficiencia debe dar paso a la humildad pues, esta actúa
como el canal a través del cual fluye la gracia de Dios hacia nuestras vidas.
El
mismo apóstol que se precia de sus debilidades para manifestar la fuerza de
Cristo nos ofrece una perspectiva profunda sobre la relación entre la debilidad humana
y la fuerza divina. El reconoce, sin obstáculo alguno que, en sus propias
fuerzas, es débil, pero en la gracia de Dios encuentra consuelo y fortaleza.
Esta es la paradoja de la vida pues, la debilidad humana se convierte en el
escenario donde la fuerza de Dios se manifiesta de manera más evidente. En
momentos de fragilidad, la gracia divina se revela como fuerza transformadora.
En su Hijo Dios ha asumido nuestra debilidad, para darnos fortaleza.
En
lugar de ocultar sus limitaciones o considerarlas como impedimentos, Pablo las
presenta como motivo para seguir adelante. Esto no es un elogio de la debilidad
en sí, sino una comprensión de que es a través de las debilidades que la gracia
de Dios puede operar de manera más impactante. En el fondo, es una declaración
de dependencia total de la gracia salvadora de Jesucristo.
Esta
comprensión nos brinda un fundamento sólido para enfrentar los desafíos y
superar los obstáculos que puedan surgir en nuestro camino. No hablamos de una
fortaleza ocasional sino de la esencia misma de la fuerza que nos impulsa a
abrazar cada día con determinación.
En
Cristo, el Padre nos ofrece siempre la ayuda y la fortaleza que necesitamos
para enfrentar los miedos y las dificultades de la vida y, como nos recuerda el
Papa Francisco, "cuando el Señor nos muestra un problema, o nos revela un
problema, siempre nos da la intuición, la ayuda, su presencia, para salir de
él, para resolverlo". La fe en Cristo implica una confianza continua en su intervención en nuestras
vidas, sin que esto excluya nuestra participación activa y responsabilidad
personal.
La
ayuda y la presencia de Dios no son meramente conceptos teóricos, sino
realidades en la vida cotidiana. Más aun, la fuerza que nos viene de Cristo no
solo proporciona consuelo espiritual, sino que también sirve como fundamento
para una vida comprometida con la justicia, la compasión y la búsqueda
apasionada de la verdad.
El
llamado a ser fuertes en el Señor nos insta a superar los temores que puedan
paralizarnos, sabiendo que su gracia es suficiente para darnos la fortaleza
necesaria. Es una invitación a persistir con determinación en el camino de
perfección, confiando en que el Señor está con nosotros de manera permanente,
sosteniéndonos en medio de las adversidades.
Abracemos
la convicción de fortalecernos en el Señor a lo largo de este año, sabiendo que
su presencia nos acompañará en cada momento.
Que el Señor sea nuestra fortaleza ante las dificultades y desafíos. Ser fuerte en el Señor significa enfrentar todos los obstáculos con valentía, superar el temor con confianza en su gracia y persistir con determinación en su seguimiento. Porque Él es el camino, la verdad y la vida.