Los obispos de la Conferencia Episcopal de Costa Rica ante el aumento de la violencia homicida en nuestro país
Hermanos y hermanas en Cristo Jesús. Hoy nuestra palabra
brota entristecida por la gravísima situación que atraviesa nuestro país.
Cerramos el 2023 con un aumento histórico de homicidios, llegando a
contabilizar 907 asesinatos y, apenas en estos primeros días del 2024, somos
testigos de horrendos nuevos crímenes que nos estremecen y nos motivan a asumir
una posición firme y clara.
En particular, manifestamos nuestra cercanía con las
comunidades que más sufren este flagelo, a saber, nuestras costas, tanto del
Pacífico como del Caribe, así como de San José, nuestra ciudad capital,
convertidas en escenarios casi cotidianos de balaceras y "ajustes de cuentas".
Para nadie es un secreto que en nuestro país se libra desde
hace años una guerra de bandas criminales por el control de territorios y
mercados para las drogas, con un saldo de muerte que hunde a muchos de nuestros
pueblos y sus habitantes, en su abrumadora mayoría personas buenas y sencillas,
en el duelo y el temor.
Nos duele en el alma que muchos de nuestros jóvenes, fruto
de la exclusión educativa, la pobreza y la falta de oportunidades, estén siendo
captados por estos delincuentes, de cuyos actos detestables deberán dar cuentas
a Dios.
Cada uno de los crímenes cometidos es una afrenta directa al
Dios de la Vida, a la dignidad humana, a las leyes vigentes y a los más
elementales principios de convivencia social. ¡No podemos dejar que Costa Rica
se nos pierda en un baño de sangre!
Como bien nos señalaban ya los obispos del continente en la
V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano de Aparecida, la violencia
posee múltiples causas: "la idolatría del dinero, el avance de una ideología
individualista y utilitarista, el irrespeto a la dignidad de cada persona, el
deterioro del tejido social, la corrupción incluso en las fuerzas del orden y
la falta de políticas públicas de equidad social". (DA, 78)
Si, en un examen honesto y centrado, confrontamos la
realidad nacional, nos daremos cuenta que hay causas estructurales, políticas,
sociológicas e históricas que nos han llevado a tener estos estremecedores
niveles de violencia. Hablamos, por ejemplo, de la extrema polarización de
nuestra sociedad, esa desigualdad que hunde a tantas familias en la miseria y
el hambre, mientras otras pocas ven duplicarse y hasta triplicarse sus fortunas
año con año.
Esta fractura social, muestra de un profundo desequilibrio,
no solo económico, sino esencialmente moral, es señal de un grave desgaste de
los principios de unidad y solidaridad que siglos atrás forjaron la identidad
nacional. Si hace unos años causó polémica la denuncia del entonces Arzobispo
de San José, Monseñor Hugo Barrantes Ureña, de que existían dos Costa Rica, hoy
no debería sorprender constatar que existen no dos, sino tres, cuatro o más
distintas Costa Rica.
Es necesario renovar nuestro pacto social, recolocando en el
centro de la vida nacional a las personas y su dignidad intrínseca como hijos e
hijas de Dios.
Lejos del temor que paraliza, frente a la violencia
homicida, es necesario redoblar un esfuerzo nacional por la paz, comenzando en
cada hogar de nuestro país. Por eso nuestro llamado es también a reforzar la
unidad, el amor y la vivencia de la fraternidad en el seno de nuestras propias
familias, que permitan una adecuada educación en valores de nuestros niños y
jóvenes.
Es una emergencia, y debe de ser una prioridad de todo el
Estado en su conjunto, poner los recursos materiales y humanos necesarios para
frenar esta oleada de violencia homicida en el país, comenzando por una
presencia policial firme y permanente, con énfasis en los lugares y ambientes
donde se sabe que hay más presencia y actividad delincuencial.
Es necesario que, cuanto antes, se discutan y se aprueben
las leyes que permitan a las autoridades disponer de más y mejores herramientas
legales para cumplir su trabajo, manteniendo la lucha contra la corrupción en
sus funciones y contando con recursos económicos suficientes para hacerles
frente.
La lucha contra la impunidad es, a su vez, un deber
ineludible de las autoridades judiciales, llamadas a aplicar la ley por igual,
sin distinción de ningún tipo.
"La primera que quiere la paz es la Iglesia" (San Juan Pablo
II), porque "Cristo es nuestra paz" (Ef 2, 14). Empeñémonos en hacer presente a
Cristo Resucitado en nuestros hogares, en nuestros trabajos, en nuestras
relaciones con los demás. Es el primer y fundamental paso para recuperar la
tranquilidad en nuestra querida Costa Rica.
Como gesto concreto de este compromiso, pedimos que en la
Cuaresma que se avecina se ore en todas las parroquias del país por la paz y
por el fin de la violencia homicida que tanto daño nos causa.
De igual forma, tal y como habíamos expresado ya en el año
2022 sobre este mismo tema, los animamos a no perder la esperanza, a poner
nuestra confianza en Jesucristo, que con su paz nos ayude a tener calma y
consuelo ante hechos tan dolorosos que ocurren en muchas de nuestras
comunidades, en todo el país.
Confiamos en la intercesión amorosa de la Santísima Virgen
María, en su advocación de Nuestra Señora de los Ángeles, cuyo bicentenario de
su patronazgo nacional nos disponemos a celebrar este año.