Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
Desde hace cuatro años, celebramos en este tercer Domingo del
tiempo ordinario, por deseo del Santo Padre, el Papa Francisco, el Domingo de
la Palabra para que este día sea «dedicado a la celebración, reflexión y
divulgación de la Palabra de Dios» (Apuerit
Illis 3).
El papa Francisco ha visto la necesidad de que en el mundo
entero se reflexione sobre la importancia que tiene la Palabra de Dios en la
vida de la Iglesia. Desde la reforma
litúrgica del Concilio Vaticano II, la Iglesia ha querido darle un lugar
primordial a la Palabra en las celebraciones litúrgicas, además de que la
proclamación de la palabra en las lenguas vernáculas, ha posibilitado la
comprensión de todo el pueblo de Dios de esta palabra proclamada.
Pero ciertamente, este esfuerzo del Vaticano II, para acercar
al pueblo católico a la Palabra de Dios por medio de las celebraciones
litúrgicas, no ha sido suficiente, ya que la lectura y la reflexión de la
palabra de Dios no debe quedarse únicamente en el ámbito de las celebraciones
litúrgicas, sino que deben estar presentes en la acción misionera y en la
acción catequética de la Iglesia, asimismo en la vida cotidiana de los
creyentes utilizando la Sagrada Escritura en la oración diaria y en la lectura
desde sus hogares, porque como nos dice San Jerónimo «quien desconoce las escrituras desconoce a Cristo».
Por esto, celebrar la Palabra, es celebrar a Cristo, conocer
la Palabra es conocer a Cristo, conocer lo que Él ha predicado, lo que Él nos
ha revelado: Que Dios es un Padre
amoroso y misericordioso que ha enviado a su Hijo para salvarnos. Por esto, toda la Sagrada Escritura "nos recuerda
el Papa" debe llevarnos a tener una experiencia del Resucitado que nos explica
la escritura y parte para nosotros el pan, como lo hizo con los discípulos
camino a Emaús.
La Palabra de Dios proclamada este domingo no es la
excepción. Esta Palabra nos lleva a
tener una experiencia del Señor que nos llama constantemente a la conversión,
que nos hace participar de su Reino que es precisamente el encuentro de Dios
con el ser humano, al cual hace partícipe de su misión, para que colabore en el
anuncio e instauración de su Reino.
Ya desde el Antiguo Testamento, este llamado a volver el
corazón a Dios y a arrepentirse de las malas acciones lo escuchamos con
insistencia. Hoy es el profeta Jonás
quien llama a la conversión a los habitantes de Nínive, ciudad considerada el
prototipo de paganismo, los ninivitas al escuchar la voz del profeta se
arrepienten de corazón y hacen experiencia de la misericordia de Dios que los
perdona.
Este llamado a la conversión, también lo realiza Jesucristo
al iniciar su vida pública, así lo muestra San Marcos en el Evangelio que se ha
proclamado, cuando Jesús exhorta a creer en el Evangelio y anuncia la cercanía
del Reino de Dios. Reino que manifiesta
concretamente en el Verbo Encarnado que ha salido al encuentro de la humanidad y
que recorre los pueblos de Galilea anunciando salvación para judíos y gentiles.
En este anuncio del Evangelio, tal y como lo meditamos la
semana anterior, el Señor confía en la colaboración de seres humanos, a los que
llama para que lo acompañen en la misión de hacer cercano el amor de Dios, de
hacer palpable la cercanía de Dios con su pueblo. A los primeros discípulos, pescadores de
profesión, los invita a ser Pescadores de
hombres, es decir que los llama desde su realidad, desde su experiencia y
desde su pericia, para que toda su vida esté al servicio del Reino, es decir de
Dios mismo y de los hermanos.
El llamado de Dios es tan penetrante y con tal autoridad, que
aquellos cuatro pescadores lo dejan todo para seguir al maestro, este llamado
les cambió su corazón y su historia, les permitió escuchar la palabra de Jesús,
ver sus signos milagrosos, experimentar sus gestos de misericordia. Luego lo palparon resucitado y tuvieron la
responsabilidad de llevar la buena noticia de la salvación hasta los confines
del mundo.
Esta experiencia de llamado, de encuentro y cercanía con el
Señor, nosotros hoy la tenemos precisamente gracias a la Palabra que Él
constantemente nos dirige y con la cual nos interpela en nuestra
responsabilidad de bautizados. En la
Palabra encontramos consuelo, fortaleza, dirección y compromiso para anunciar
al mundo, también hoy, que el Reino está cerca, es decir que Dios ha salido a
nuestro encuentro, nos sigue mostrando su amor y sus gestos de misericordia.
Por eso, seamos asiduos en la escucha, la lectura y la
meditación orante de la Palabra, en ella nos encontramos con Cristo mismo, lo
conocemos más profundamente y podremos dar testimonio de Él y ser colaboradores
en la construcción de su Reino.
Esto lo podremos hacer de muchas maneras, pero el papa
Francisco al instituir este Domingo de la Palabra de Dios nos recuerda dos
dimensiones importantes desde las cuales estamos llamados a colaborar en la
construcción del Reino y dar testimonio de Jesucristo:
·
Primero, nos dice el papa «La dulzura de la Palabra de Dios nos impulsa
a compartirla con quienes encontramos en nuestra vida para manifestar la
certeza de la esperanza que contiene» (AI 12).
·
Y segundo, «La Palabra de Dios es capaz de abrir nuestros ojos para permitirnos
salir del individualismo que conduce a la asfixia y la esterilidad, a la vez
que nos manifiesta el camino del compartir y de la solidaridad» (AI 13).
Que la meditación de la Palabra
de Dios en la vida sacramental y en nuestra oración personal y comunitaria, nos
impulse a ser testigos de Cristo, compartiendo la esperanza que contiene la
Palabra y manifestando nuestro amor y nuestra solidaridad con todos nuestros
hermanos.