Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
Después de haber concluido el Tiempo de la Navidad, con la Fiesta del Bautismo del Señor, esta semana hemos iniciado el Tiempo Ordinario, el cual no es un tiempo menos importante a los otros tiempos del Año Litúrgico.
En este tiempo, a diferencia de los llamados tiempo fuertes, no centramos la mirada en un aspecto determinado de la vida de Jesucristo, sino que tenemos la gracia de contemplar, a la luz de la Palabra de Dios que la Iglesia nos propone, el conjunto del misterio de nuestra salvación, a través de la vida pública de Cristo, es decir de su predicación, de sus signos milagrosos y de sus gestos compasivos y misericordiosos.
Éste es un tiempo, en que como los apóstoles, somos llamados por el mismo Cristo, para seguirlo, para estar con Él y para escucharlo. De esta manera, haciendo experiencia de la cercanía del Mesías Salvador, demos testimonio de Él en medio del mundo, viviendo según sus enseñanzas y dándolas a conocer a los hermanos.
Precisamente, al iniciar este Tiempo Ordinario, la Palabra de Dios de este domingo, nos permite meditar sobre esto.
La primera lectura, nos muestra al pequeño Samuel, que es llamado, insistentemente, por Dios, pero que él aún no reconoce esa voz que lo llama. Es Elí, el sacerdote que está al cuidado del niño, el que lo guía para que pueda reconocer al mismo Dios en la voz que lo estaba llamando. La hermosa frase que Elí ensaña al pequeño Samuel «habla Señor que tu siervo escucha», será el inicio de una fructífera vida, al servicio de Dios y al servicio del pueblo de Israel.
El texto del Evangelio, narra cómo después del bautismo en el Jordán, Cristo inicia la vida pública con el encuentro con los primeros discípulos. Estos discípulos, según lo narra San Juan, eran discípulos de Juan el Bautista y éste los dirige hacia el Cordero de Dios, a quien había anunciado y a quien le había preparado el camino. Ya los discípulos del Bautista, habían escuchado del Mesías y cuando su maestro lo señala, simplemente lo dejan todo para seguirlo.
Ese seguimiento, va más allá de una simple presentación. La pregunta ¿Maestro, dónde vives?, deja claro que el seguimiento de Jesús implica conocerlo profundamente, estar con Él y dejarse transformar por Él. San Juan indica que aquel primer encuentro de Andrés y del otro discípulo anónimo, pero que los exégetas dicen que es el mismo discípulo amado, transformó de tal manera sus vidas que recuerdan incluso la hora en que ese encuentro se dio: «eran las cuatro de la tarde».
Este encuentro con el Mesías lleva al testimonio. Andrés al encontrarse con su hermano Simón no puede callar lo que ha vivido: «Hemos encontrado al Mesías», le dice y lo lleva donde está Jesús. El encuentro con Cristo transforma y hace anhelar que esa transformación también la experimenten los demás. Precisamente eso es lo que sucede con Simón. Cristo lo llama, le cambia el nombre, transforma su vida y lo hace su discípulo, ahora es Kefás, Pedro, preparándolo así para ser la roca firme sobre la que fundará la Iglesia.
Este domingo, la Palabra nos presenta varios elementos importantes para nuestra vida de fe:
Todos nosotros también somos llamados por el Señor, él quiere transformar nuestra vida, es más ya lo ha hecho por medio de los sacramentos que hemos recibido, y espera de nosotros que también seamos mediadores para que llevemos a muchos hermanos hacia Él, porque como nos ha enseñado el papa Francisco «el encuentro con Jesús, que nos habla del Padre, nos da a conocer su amor. Y entonces, espontáneamente, brota también en nosotros el deseo de comunicarlo a las personas que amamos» (17.01.2021).
Dejémonos guiar por las enseñanzas de Cristo, dejémonos transformar por sus gestos de misericordia y seamos discípulos, dando testimonio del amor de Dios a los hermanos con quienes peregrinamos hacia la casa del Padre.