Audiencia General (VIDEO)
El combate espiritual, nos conduce a mirar desde cerca aquellos vicios que nos encadenan y a caminar, con la gracia de Dios, hacia aquellas virtudes que pueden florecer en nosotros, trayendo la primavera del Espíritu a nuestras vidas. Este fue el nucleo de la reflexión del Papa Francisco en la audiencia general de este miércoles 3 de enero, en la cual continuó con su nuevo ciclo de catequesis sobre los vicios y las virtudes. En esta ocasión reflexionó sobre la lucha espiritual del cristiano.
Ante los miles de peregrinos que se dieron cita en el Aula Pablo VI para escuchar su catequesis, el Santo Padre les recordó que la vida espiritual del cristiano no es pacífica, linear y sin desafíos, sino que exige un continuo combate. Por ello, no es casualidad que la primera unción que cada cristiano recibe en el sacramento del bautismo la unción catecumenal sea sin perfume y anuncie simbólicamente que la vida es una lucha.
De hecho, en la antigüedad, los luchadores se ungían completamente antes de la competición, tanto por tonificar sus músculos como para hacer sus cuerpos escurridizos a las garras del adversario. La unción de los catecúmenos pone inmediatamente en claro que el cristiano no se salva de la lucha: su existencia, como la de todos los demás, tendrá también que bajar a la arena, porque la vida es una sucesión de pruebas y tentaciones.
Quita la tentación y nadie se salvará. Los santos no son hombres que se han librado de la tentación, sino personas bien conscientes de que en la vida aparecen repetidamente las seducciones del mal, que hay que desenmascarar y rechazar. (Abba Antonio, el primer gran padre del monacato).
Y ante las pruebas y tentaciones, el Papa Francisco indicó que existen personas que se auto absuelven continuamente, que piensan que están bien y en lo correcto, que se ríen de quienes confiesan sus pecados, estas personas, afirmó el Pontífice, se arriesgan a vivir en las tinieblas, porque se han acostumbrado a la oscuridad y ya no saben distinguir el bien del mal.
Todos debemos pedir a Dios la gracia de reconocernos pobres pecadores, necesitados de conversión, conservando en el corazón la confianza de que ningún pecado es demasiado grande para la infinita misericordia de Dios Padre. Esta es la lección inaugural que nos da Jesús.
Estas enseñanzas de Jesús, subrayó el Santo Padre, las vemos en las primeras páginas de los Evangelios, en primer lugar, cuando se nos habla del bautismo del Mesías en las aguas del río Jordán. Este episodio, señaló el Pontífice, tiene algo de desconcertante porque no se entiende por qué Jesús tendría que someterse a este rito. Incluso el Bautista se escandaliza, hasta el punto de que le pide a Jesús que Él lo bautice.
Pero Jesús es un Mesías muy distinto de como Juan lo había presentado y la gente se lo imaginaba: no encarna al Dios airado y no convoca para el juicio, sino que, al contrario, se pone en fila con los pecadores, como todos nosotros y con todos nosotros, para que nadie le tenga miedo?.
Y prosiguiendo con su explicación en los Evangelios, el Papa Francisco indicó que Jesús se fue al desierto, donde fue tentado por Satanás. También en este caso surge la pregunta: ¿por qué razón el Hijo de Dios debe conocer la tentación? Y la respuesta es que así Jesús se muestra solidario con nuestra frágil naturaleza humana y se convierte en nuestro gran exemplum: las tentaciones que atraviesa y que supera en medio de las áridas piedras del desierto son la primera enseñanza que imparte a nuestra vida de discípulos.
Él experimentó lo que nosotros también debemos prepararnos siempre para afrontar: la vida está hecha de desafíos, pruebas, encrucijadas, visiones opuestas, seducciones ocultas, voces contradictorias. Algunas voces son incluso persuasivas, tanto que Satanás tentó a Jesús recurriendo a las palabras de la Escritura. Es necesario custodiar la claridad interior para elegir el camino que conduce verdaderamente a la felicidad, y luego esforzarse por no pararse en el camino.
Finalmente, el Santo Padre invitó a recordar que siempre estamos divididos y luchamos entre extremos opuestos: el orgullo desafía a la humildad; el odio se opone a la caridad; la tristeza impide la verdadera alegría del Espíritu; el endurecimiento del corazón rechaza la misericordia.
Los cristianos caminamos constantemente sobre estas crestas. Por eso es importante reflexionar sobre los vicios y las virtudes: nos ayuda a superar la cultura nihilista en la que los contornos entre el bien y el mal permanecen borrosos y, al mismo tiempo, nos recuerda que el ser humano, a diferencia de cualquier otra criatura, siempre puede trascenderse a sí mismo, abriéndose a Dios y caminando hacia la santidad.
Fuente: vaticannews.va