Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
Seguimos viviendo esta primera parte del
tiempo del Adviento en la cual se nos invita reflexionar sobre la segunda
venida del Señor, no como una realidad que cause temor o angustia, sino más
bien que llena de esperanza, porque Dios viene a nuestro encuentro para
bendecirnos con su amor, su misericordia y, como ha dicho el profeta en la
primera lectura, con el regalo del consuelo que el Mesías prometido trae para
la humanidad.
La
lectura del profeta Isaías está tomada precisamente de una sección que se
conoce como el libro de la consolación.
Toma este nombre porque en medio del sufrimiento que provoca al pueblo
de Israel el exilio en Babilonia, se anuncia el pronto regreso a la Tierra
Prometida, gracias al decreto del rey Ciro.
Este
retorno de los israelitas que estaban ene le exilio es visto como el camino del
pueblo elegido que va al encuentro de su Señor, que es el pastor que los cuida
y que los apacienta; y de manera particular lo hace con el más débil y el más pequeño,
porque como afirma el profeta, Dios lleva
en brazos a los corderos recién nacidos y cuida amorosamente a sus madres.
Pero
el profeta también manifiesta que ese camino hacia el encuentro con el Señor
debe ser preparado, allanado con la consolación que aquel pueblo debe anunciar. Dios consuela, es pastor que cuida, Él ha
perdonado la deuda y ha permitido regresar a la Tierra Prometida. Pero esta verdad no sólo se debe experimentar
en la intimidad del corazón del creyente sino que debe comunicarse y
testimoniarse; de ahí el llamado de Dios por medio del profeta: consuelen,
consuelen a mi pueblo, hablen al corazón de Jerusalén.
Pero
el papa Francisco nos recuerda algo muy importante: «no podemos ser mensajeros de la consolación de Dios
si nosotros no experimentamos en primer lugar la alegría de ser consolados y
amados por Él [...] Y esto es lo que nos
trae consolación: cuando permanecemos en
oración silenciosa en su presencia, cuando lo encontramos en la Eucaristía o en
el sacramento del perdón. Todo esto nos consuela» (07.12.2014)
Por
tanto, el camino se prepara cuando aquellos que hacen experiencia del consuelo
de Dios son capaces de consolar al resto de la comunidad que peregrina al
encuentro del Señor.
Precisamente
esta es la misión de Juan el Bautista, él prepara al pueblo elegido para el
encuentro con el Señor, anunciando su llegada.
Juan anuncia al que bautizará con Espíritu Santo, a quien es más grande
que él y a quien no puede ni siquiera desatarle las sandalias.
El
Bautista, evidentemente, anuncia y prepara el camino con su predicación, pero
principalmente lo hace con su propia vida.
Una vida de entrega a Dios, de sencillez, de oración, de austeridad y de
humildad, una vida que hace presente al Señor y que lleva al otro a encontrarse
con la misericordia por medio del bautismo de conversión. Su predicación, el gesto del bautismo y su
vida humilde y austera llevan a quienes se encuentran con el Bautista al
encuentro con Dios y a prepararse para recibir al Mesías.
Juan
el Bautista tiene la capacidad de no centrar su predicación en sí mismo, sino que
deja claro que él solo es instrumento y que aquel que es verdaderamente
importante es el que viene, a quien esperan.
El bautista prepara al pueblo exhortando, dando ejemplo con su vida y
manifestando la misericordia de Dios.
La
Iglesia, en el adviento y siempre, espera expectante la venida del Señor,
espera los cielos nuevos y la tierra nueva anunciada por Pedro en la Segunda
Lectura.
Esta
espera de la Iglesia, y por tanto la espera de cada uno de nosotros bautizados,
consiste en esta preparación, que allana el camino para que el Señor venga y que
dispone el corazón del creyente para que salga al encuentro del Mesías.
El
camino se allana cuando cada creyente abre el corazón a Dios, dándole a Él el
lugar que le corresponde y dejándolo entrar en su vida, haciendo ese movimiento
de conversión que nos hace experimentar su misericordia y escuchar su voz para
hacer su voluntad. Quien hace esta
experiencia, necesariamente escuchará la voz de Dios que resuena en la primera
lectura, consuelen a mi pueblo.
No
podemos decirnos cristianos y no podemos dejar pasar este tiempo del Adviento
sin imitar a Juan el Bautista, la figura evangélica que hoy se nos presenta
como ejemplo. Como él debemos darle a
Cristo el lugar que le corresponde, dejarlo a él ser el primero en nuestra
vida, abrir nuestro corazón a Él y dejarlo actuar. Reconocerlo como nuestro todo y reconocer con
humildad que lo necesitamos: necesitamos
su perdón, necesitamos su misericordia, necesitamos su ternura de Padre que nos
permita experimentar la auténtica esperanza y la auténtica alegría, que aún en
momentos de dificultad nos anima a seguir caminando porque sabemos que la meta
es estar con Él eternamente.
También
debemos imitarlo en el anuncio, en ser mensajeros del consuelo de Dios, porque
habiendo experimentado la misericordia, debemos ser cercanos con el más
necesitado, con aquellos que más están sufriendo y que necesitan descubrir al
Dios cercano que viene a consolarlos. Hay
muchos hermanos que, en medio de las situaciones difíciles, necesitan del
consuelo de Dios y es compromiso del cristiano ser esa cercanía del amor, de la
misericordia y de la ternura de Dios entre los hermanos que más están sufriendo
y que han perdido la esperanza.
Preparemos
el camino al Señor que viene a hacer nuevas todas las cosas y seamos agentes de
esperanza en este tiempo que debe tener siempre a Cristo como centro y como
meta.