Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
Damos
inicio a un nuevo Año Litúrgico con la celebración de este I Domingo del
Adviento.
Durante
las celebraciones de este Domingo se bendicen las Coronas del Adviento y se enciende,
en estas, la primera vela. Este signo
que utilizamos durante este tiempo litúrgico nos acompañará durante estos
cuatro domingos y nos ayudará tanto en la celebración eucarística como en la
oración familiar en nuestros hogares, a prepararnos para la venida del Señor.
La
Iglesia nos enseña que el Adviento tiene dos momentos; ambos momentos nos
preparan para la venida del Señor. Una
primera fase nos quiere ayudar en la preparación a la segunda venida del Señor
y en un segundo momento propiamente a la preparación de la primera venida, es
decir a la fiesta de la Navidad.
Es
por esta razón, que en la Liturgia de la Palabra de este Domingo, en el inicio
de esta primera parte del Adviento, resuena nuevamente la indicación de Cristo
«velen y estén preparados porque no saben
ni el día ni la hora».
Pero
esta advertencia de Cristo, unida a las otras lecturas que hemos escuchado, va
acompañada de un llamado a la esperanza (virtud característica de todo el
tiempo del Adviento). Una esperanza que
se vive en una triple dimensión:
·
Primero el recuerdo agradecido de todo lo que Dios, en la
historia de la salvación, ha realizado para acompañar y proteger la vida de su
pueblo y por tanto el recuerdo de cuánto Dios ha hecho al acompañar y proteger
nuestra vida.
·
Segundo la esperanza que nos hace vivir según la voluntad
de Dios, es decir esa espera vigilante nos debe mover a estar siempre atentos a
la voz del Señor y a actuar según sus enseñanzas.
·
Tercero una esperanza que anhela el encuentro con Cristo
en un futuro que está lleno de plenitud y de perfección.
La
oración que nos presenta el profeta Isaías en la primera lectura nos descubre
esta triple dimensión de la esperanza:
alaba a Dios porque en la Historia ha mostrado su cercanía de Padre, de
Creador y de Redentor, promete conversión ante las veces que como pueblo
elegido le ha dado la espalda y anhela que el Señor venga rasgando los cielos y descendiendo esplendorosamente.
También
Pablo en la segunda lectura hace referencia a esta forma de vivir la esperanza
cristiana: agradece la abundancia de
dones con los que el Señor ha enriquecido a la comunidad cristiana, elogia la
espera activa e irreprochable de la comunidad de Corinto ante la llegada del
Señor y manifiesta la alegría de saber que Dios mismo nos ha llamado al
encuentro definitivo con su Hijo Jesucristo.
Esta
triple dimensión de la esperanza es la que debemos vivir, no sólo en este
Adviento que estamos iniciando, sino también en todo nuestro caminar como
cristianos, ya que la espera en el Señor debe ser nuestra forma de vivir. Siempre debemos estar vigilantes y esperando
nuestro encuentro con el Señor.
Debemos
manifestar con esperanza el recuerdo agradecido de todo lo que Dios ha
realizado en nuestras vidas. Su
cercanía, sus regalos de gracia, incluso los milagros que diariamente Él
realiza y que a veces dejamos pasar de forma desapercibida. Este recuerdo agradecido debe animar
cotidianamente nuestro caminar y nuestro actuar como cristianos.
También
la esperanza y el anhelo en el futuro que Cristo nos promete, es decir una vida
perfecta junto a Él, el encuentro definitivo con su gracia y con su amor, deben
animar el camino de la comunidad eclesial y el camino de nuestra propia
vida. Las promesas nos dejan claro cuál
es la meta y eso llena el corazón de esperanza y alegría. De este modo nos enseña el papa Francisco al
afirmar: «El Adviento es una
llamada incesante a la esperanza: nos recuerda que Dios está presente en la
historia para conducirla a su fin último para conducirla a su plenitud, que es
el Señor, el Señor Jesucristo. Dios está presente en la historia de la
humanidad, es el «Dios con nosotros», Dios no está lejos, siempre está con
nosotros, hasta el punto que muchas veces llama a las puertas de nuestro
corazón. Dios camina a nuestro lado para sostenernos. El Señor no nos abandona;
nos acompaña en nuestros eventos existenciales para ayudarnos a descubrir el
sentido del camino, el significado del cotidiano, para infundirnos valentía en
las pruebas y en el dolor» (29.11.2020).
El
recuerdo agradecido y el anhelo de un futuro perfecto, no deben nunca
desarraigarnos del presente ni de la existencia que vivimos en el momento
actual.
El
llamado a la conversión que hace el profeta, el llamado a la vida irreprochable
que hace el apóstol y el llamado de Cristo a esperar haciendo lo que nos corresponde,
nos recuerda que la esperanza cristiana se vive en el quehacer diario y en la
vivencia cotidiana de nuestra vocación de bautizados.
Estamos
esperando la segunda venida del Señor, iniciamos un tiempo litúrgico que nos
prepara para esto, pero que también nos prepara para las fiestas navideñas, por
esta razón, dediquemos este tiempo para valorar lo que es realmente necesario,
es decir la familia, la solidaridad, la compasión, la comunión, el diálogo, el
trabajo en conjunto, el dejar de lado las diferencias y trabajar en lo que nos
une para poder construir y avanzar juntos en el camino del Reino y en hacer que
los valores del Reino permeen todas las áreas de la vida y del mundo.
Vivamos
este tiempo de Adviento, como auténticos cristianos. No desarraiguemos estas celebraciones de las
situaciones cotidianas de nuestra vida, de nuestra sociedad, especialmente de
lo que viven tantos hermanos que sufren.
Que los buenos deseos y las frases típicas de esta época no sean un
cliché, sino que realmente nos comprometan a ser instrumentos de la auténtica
esperanza, para tener ese encuentro con el Señor en nuestra vida y colaborar
para que muchos hermanos también puedan hacer esa experiencia de encuentro con
el Señor que camina junto a nosotros y que llena de esperanza el corazón.